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Miércoles, 29 de octubre 8




Siguió bajando la cremallera para poder examinar las piernecitas de Matthew. Sí, allí, en el muslo, las dentelladas púrpuras. Resultado de la rabia demoníaca que llevaba dentro. La vergüenza fluyó hacia su estómago, líquida y candente. Abrió las piernas del niño y empuñó el cuchillo.

Oyó un portazo en el pasillo, y se quedó inmóvil. Contuvo el aliento y aguzó el oído. Unas suelas de goma se acercaron por el pasillo y se detuvieron justo delante de la puerta. Vacilaron. Él esperó, sosteniendo el cuchillo con fuerza en la mano. ¿Cómo explicaría aquello? Resultaría extraño; posible, pero extraño.

Cuando ya creía que iban a estallarle los pulmones, el calzado de goma empezó a alejarse con su característico crujido. Esperó a oír las pisadas al final del pasillo, a oír la puerta que se cerraba; después, inspiró hondo.

Sí, se estaba volviendo temerario. Cada vez le costaba más trabajo limpiar su rastro, ahogar a ese odioso demonio que a veces obstaculizaba su misión. Ni siquiera en aquellos momentos, empuñando el cuchillo, era capaz de cortar. Le temblaba la mano, el sudor le caía por la frente hasta los ojos. Pero pronto acabaría.

Pronto, el sherifF Nick Morrelli tendría a su primer sospechoso. Ya se había cerciorado de ello, allanando el terreno y plantando suficientes pruebas y pistas. Se estaba convirtiendo en un experto. Y era tan fácil... como lo había sido con Ronald Jeffreys. Sólo había tenido que introducir varios objetos en el maletero de Jeffreys y hacer una llamada anónima al supersheriff Antonio Morrelli. Pero había sido imprudente incluso entonces al meter los calzoncillos de Eric Paltrow en el coche de Jeffreys.

Siempre se había quedado con los calzoncillos de los niños como souvenir, pero con Eric, se había despistado. No le costó rescatarlos del depósito de cadáveres. Su error, sin embargo, fue introducir los calzoncillos de Eric y no los de Aaron en el maletero de Jeffreys. Curiosamente, nunca había sabido si su torpeza había pasado desapercibida o si el poderoso Antonio Morrelli había optado por pasarla por alto. Pero no volvería a correr el riesgo, no sería temerario. Y no tardaría en poner fin a las palpitaciones, quizá para siempre. Ataría unos cuantos cabos sueltos, salvaría a otro niño perdido y, por fin, sus demonios descansarían.

Sí, salvaría al pobre Timmy. Tantos cardenales... Imaginaba lo que el niño soportaba en manos de aquéllos que afirmaban quererlo. Y le caía bien; pero claro, le habían caído bien todos, los había escogido expresamente para salvarlos. Para apartarlos del mal.

 

 

Christine pulsó la tecla de la fotocopiadora y vio la amplia sonrisa de Timmy deslizarse por la ranura y caer a la bandeja. Su hijo detestaría que estuviera usando la fotografía del álbum escolar del año anterior, en la que salía con el cuello de la camisa torcido y el remolino tieso. Era una de las favoritas de Christine. De pronto, la sorprendió lo infantil que parecía en la foto. ¿Podrían reconocerlo? Había cambiado tanto en tan sólo un año...

Programó el número de copias y volvió a darle a la tecla para contemplar cómo las amplias sonrisas salían una detrás de otra y caían a la bandeja. A su espalda, se oía el bullicio de la oficina del sheriff: balbuceos, pisadas, ruido de máquinas. A pesar de la tarea, se sentía aislada, invisible. Se preguntó si Nick le habría encomendado aquello sólo para quitársela de en medio. Según él, cuantas más imágenes salieran a los medios de comunicación y a los establecimientos, más posibilidades habría de refrescarle la memoria a alguien. No era, ni mucho menos, la actitud que había adoptado en el caso de Danny Alverez, pero quizá todos hubieran aprendido una difícil lección. Marcharse en mitad de la entrevista le costaría su provechoso empleo televisivo, pero a Christine no le importaba. Lo único que le importaba era recuperar a su hijo.

Supo que lo tenía detrás. Sintió un frío inquietante, como si le hubieran metido un cubito de hielo por la espalda. Se volvió despacio justo cuando Eddie Gillick apretaba su cuerpo contra ella, inmovilizándola contra la fotocopiadora. Tenía gotas de sudor en el labio, por encima del fino bigote. Estaba jadeando, como si acabara de entrar corriendo. El olor de su aftershave la asaltó con fuerza mientras la miraba de arriba abajo.

Perdona, Christine, tengo que hacer un par de copias de estas fotografías las levantó rápidamente, pero al ver que ella apenas las miraba, se las puso delante, pasándolas una detrás de otra. Eran ampliaciones lustrosas de veinte por veinticinco; el acabado brillante realzaba los cortes rojos. Un primer plano de piel levantada, un cuello rajado, y el rostro pálido de Matthew Tanner, con sus ojos vidriosos mirándola fijamente.

Christine se escabulló como pudo, haciéndose una rozadura en la barbilla con el mueble de la fotocopiadora para poder huir de Eddie Gillick. Éste sonrió cuando la vio chocar con un miembro de la policía montada y darse un golpe en la rodilla con una mesa en sus intentos de cruzar la habitación.

Una vez a salvo en el rincón, cerca del surtidor de agua, Christine se apoyó en la pared y contempló el caos. ¿Se movían todos a cámara lenta o era su imaginación? Hasta las voces sonaban amortiguadas, todas ellas confundiéndose en un mismo tono barítono. Y ese timbre, ese timbre agudo e incesante. ¿Sería un teléfono? ¿O una alarma de incendios? ¿No debían alarmarse? ¿O parar el ruido? ¿Es que no lo oían?

¿Christine, te encuentras bien?

El rostro de Lucy Burton apareció ante ella, con el rostro deformado y los ojos saltones, como el reflejo en un espejo de circo. Sólo que no había espejos. Lucy estaba diciéndole algo más; movía sus labios pintados pero no emitía sonido alguno.

No puedo oírte, Lucy dijo, y al instante advirtió que hablaba sólo con el pensamiento.

Notó que resbalaba por la pared. No podía detener su cuerpo, había perdido el control, como si ella también se estuviera moviendo a cámara lenta. Tantos pies, tantos zapatos gastados, uñas rojas, un par de botas de cowboy. Después, alguien apagó las luces.

 

 

Nick salió de su despacho a tiempo de ver el corrillo cerca del surtidor de agua. Christine estaba en el centro, caída en el suelo. Lucy la abanicaba con una carpeta mientras Hal la mantenía apoyándola contra su hombro. El padre de Nick contemplaba la escena con los demás, con las manos hundidas en los bolsillos. Hacía tintinear las monedas que tenía en el bolsillo, poniendo de manifiesto su irritación. Nick sabía lo que estaba pensando: ¿Cómo se atrevía Christine a dar muestras de debilidad delante de sus colegas?

¿Qué ha pasado? le preguntó Nick a Eddie Gillick, que estaba en la fotocopiadora.

No lo sé. No lo he visto dijo Eddie mientras pulsaba las teclas de la fotocopiadora, de espaldas a la conmoción. Era el único que estaba en aquel lado de la sala. Nick bajó la mirada a las copias que escupía la máquina y vio pedazos de Matthew Tanner cubriendo el rostro sonriente de Timmy. Tal vez se hubiera excedido al pedirle a Christine que sacara copias de su hijo desaparecido.

Tienes las fotografías de la autopsia dijo Nick, sin dejar de mirar a Christine.

Sí, acabo de recogerlas del depósito de cadáveres del hospital. Pensé que querrías tener copias.

Estupendo. Cuando acabes, deja los originales sobre mi mesa.

Al menos, Christine parecía haber vuelto en sí. Adam Preston le pasó un vaso de papel, y ella bebió el agua como si la hubieran rescatado del desierto. Nick contemplaba la escena paralizado, impotente. El tictac de su pecho sonaba más fuerte que nunca. Lanzó una mirada a Eddie. ¿Podría él oír el tictac?

Está bien, todo el mundo anunció su padre. Ha acabado el espectáculo. Volvamos al trabajo.

Obedecieron sus órdenes sin vacilación. Cuando vio a Nick, le hizo una seña para que se acercara. Nick no se movió, era un esfuerzo desesperado por recuperar un rastro de autoridad. Su padre firmó algo para Lloyd y después se acercó, sin percatarse del desplante de Nick.

Lloyd ha encontrado a Rydell. Vamos a traerlo para interrogarlo.

No tienes autoridad para hacer eso Nick se concentró. Debía mostrarse sereno, templado, al mando.

Las cejas pobladas se elevaron, los ojos azules se clavaron en Nick.

¿Cómo dices?

Su padre lo había oído perfectamente. Era parte de su intimidación. Siempre había funcionado... en el pasado.

Ya no tienes autoridad para detener a nadie sostuvo la mirada entornada de su padre.

Intento ayudarte, chico, para que no quedes como un condenado idiota delante de toda la comunidad.

Mark Rydell no ha tenido nada que ver con esto.

Claro. Estás apostando tu dinero por un conserje de iglesia simplón.

Tengo pruebas que inculpan a Ray Howard. ¿Qué tienes tú contra Rydell?

Para entonces, la oficina había vuelto a quedarse en silencio. Sólo que aquella vez, nadie se atrevía a acercarse. Los miraban desde las mesas y los umbrales, fingiendo estar trabajando.

Todo el mundo sabe que Rydell es marica. Tiene un historial tan largo como mi brazo por dar palizas a otros maricas. Fue el compañero de Jeffreys durante un tiempo. Siempre sospeché que podría haber estado implicado en los asesinatos. Apostaría la granja a que es él el imitador, pero tú no puedes verlo porque no ves más allá del bonito trasero de la agente Maggie.

El calor le ascendió por el cuello. Su padre le dio la espalda, despachándolo, como tenía por costumbre. Nick lanzó una mirada a los ojos que fingían trabajar. Entonces, vio a Maggie en el umbral de la sala de conferencias. Se miraron a los ojos. En aquel instante, supo que lo había oído.

El asesino no es un imitador dijo a la espalda de su padre.

¿Qué cojones estás diciendo?

Su padre se limitó a volver la cabeza. Tomó las fotografías de la autopsia de manos de Eddie, que le pasó de buena gana los originales sin ni siquiera mirar a Nick.

Jeffreys sólo fue responsable de la muerte de Bobby Wilson su padre no levantó la vista de las fotografías. No mató a los tres niños. Pero claro, eso ya lo sabías esperó a que captara la acusación. Por fin, su padre lo miró con un ceño normalmente lo bastante poderoso para reducirlo a un adolescente gimoteador. Nick permaneció erguido, sin meterse las manos en los bolsillos. En cambio, cruzó los brazos. Estaba preparado.

¿Qué insinúas?

He leído el informe de la detención de Jeffreys, he visto los informes de las autopsias. Es imposible que Jeffreys cometiera los tres asesinatos. Hasta Jeffreys te lo dijo, una y otra vez.

¿Así que ahora crees a un asesino maricón de mierda antes que a tu padre?

Tus propios informes demuestran que Jeffreys no mató a los otros dos niños. Pero tú estabas demasiado ciego. No, querías ser un héroe. Así que pasaste por alto la verdad y dejaste que se escapara un asesino. O puede que hasta amañaras las pruebas. Y ahora, tu propio nieto va a pagar por tus errores y tu jodido orgullo.

El primer puñetazo lo tomó por sorpresa. Le sacudió la mandíbula y lo empujó hacia atrás, contra la fotocopiadora. Recuperó el equilibrio, pero todavía tenía la vista borrosa cuando el segundo puñetazo le cruzó la cara. Alzó la vista y vio a su padre en el mismo sitio, en la misma postura, con las fotografías en las manos y una mirada de sorpresa en la cara. Nick ni siquiera se dio cuenta de que no eran los puños de su padre los que lo habían golpeado hasta que no vio a Hal conteniendo a Eddie Gillick.

 

 

Maggie esperó, pero no la sorprendió que Nick no regresara a su sala de interrogatorios improvisada. Adam Preston les llevó la cena de Wanda's. Maggie le dijo a Ray Howard que podía quedarse y comerse tranquilamente el filete y que, después, podía irse a casa. La miró con recelo hasta que Adam le colocó delante el plato humeante. Entonces, pareció olvidarlo todo.

Maggie se disponía a marcharse cuando Adam, que seguía abriendo y sacando comida, la detuvo.

Agente O'Dell, esto es para usted.

No tengo mucha hambre se volvió hacia él, pero no era un sandwich lo que le pasaba. Se quedó mirando el pequeño sobre blanco que estaba al otro lado de la mesa. ¿De dónde has sacado eso?

Estaba en el pedido de Wanda's. Tiene su nombre en el anverso se lo pasó, estirando el brazo por encima de la mesa, pero ella no hizo ademán de tomarlo. Hasta Howard levantó la mirada de su festín. Agente O'Dell, ¿qué pasa? ¿Quiere que lo abra yo? los ojos verdes de Adam la miraban con seriedad. Su semblante reflejaba preocupación.

No, no hace falta tomó despacio el sobre por una esquina, fingiendo, aunque demasiado tarde, que no era nada del otro mundo. Para demostrarlo, lo abrió sin vacilar mientras Adam la miraba. Los dedos se mantuvieron firmes aunque el estómago empezó a hacerle piruetas.

Leyó la nota. Era sencilla, una única frase:

SÉ LO DE STUCKY.

Maggie miró a Adam.

¿Está Nick por aquí? necesitaba mantener la respiración regular, contener el pánico que le devoraba las entrañas.

Nadie lo ha visto desde que...

Desde que Eddie lo tumbó de un puñetazo terminó Howard por Adam. Les sonrió por encima de su tenedor lleno de puré de patatas. Eddie es mi hombre dijo, y se metió el tenedor en la boca.

¿Qué quieres decir con eso? le espetó Maggie, y la mirada de Howard le indicó que había sido demasiado brusca. Había vuelto a ponerlo nervioso.

Nada. Es amigo mío, nada más.

¿El agente Gillick es amigo tuyo? miró a Adam, que se limitó a encogerse de hombros.

Sí, es un amigo. Eso no es ningún delito, ¿no? Hacemos cosas juntos. Nada del otro mundo.

¿Qué cosas?

Howard miró a Adam; había dejado de cortar el filete y de llevarse comida a la boca. Enderezó la espalda. Cuando volvió a mirar a Maggie, ésta vio el frío desafío en sus ojos.

A veces, viene a la casa parroquial y juega a las cartas con el padre Keller y conmigo. A veces, él y yo salimos juntos a comer hamburguesas.

¿Gillick y tú?

¿No ha dicho que podía irme?

Se lo quedó mirando. Sí, aquellos ojos sagaces de reptil sabían mucho, mucho más. En el fondo, Maggie estaba convencida de que no era el asesino, a pesar de las corazonadas de Nick. Howard podía haber tenido la desgracia de estar en posesión de su móvil, pero no era el asesino. Su cojera jamás le permitiría correr por la pronunciada ladera próxima al río, ni mucho menos cargar con un niño de entre treinta y treinta y cinco kilos de peso. Y, a pesar de sus astutos comentarios, no era lo bastante inteligente para llevar a cabo una serie de asesinatos.

Sí, he dicho que podías marcharte contestó finalmente, sin dejar de mirarlo. Quería que viera la sospecha, que sudara un poco, que metiera la pata. En cambio, Howard siguió cargando el tenedor de comida, sujetándola con el cuchillo, para luego llenarse la boca y empezar a masticar.

Maggie le hizo una seña a Adam, y éste la siguió fuera. Una vez en el pasillo, se detuvo y se recostó en la pared para no caerse de agotamiento. Adam esperaba con paciencia, lanzando rápidas miradas a izquierda y derecha, como si quisiera asegurarse de que nadie lo veía a solas con la agente O'Dell. Era demasiado joven para haber trabajado a las órdenes del viejo Morrelli aunque él también se mostraba ansioso por agradar, por formar parte del grupo. Aun así, su respeto a la autoridad abarcaba a Maggie, y estaba dispuesto a escuchar.

Te has criado en Platte City, ¿verdad?

La pregunta lo sorprendió. Era natural. Asintió de todas formas.

¿Qué puedes contarme sobre la vieja iglesia, la que está en el campo?

Fuimos a verla, si es a eso a lo que se refiere. Lloyd y yo estuvimos allí antes de la nevada y después, otra vez. Tiene las puertas y las ventanas condenadas. No había pisadas ni huellas de neumáticos, como si nadie se hubiera acercado allí en años.

¿Está cerca del río?

Sí, junto a la carretera de la Vieja Iglesia. Supongo que por eso se llama así. Figura como monumento histórico, por eso no la han derribado.

¿Cómo sabes todo eso? fingió estar interesada, aunque su localización era lo único que necesitaba saber. Si Howard iba allí a cortar leña, quizá hubiera visto algo en los alrededores.

Mi padre tiene una parcela cerca prosiguió Adam. Quiso comprar el terreno de la iglesia y tirar abajo el edificio. Es una tierra de cultivo magnífica. El padre Keller le dijo que no podía derribarla por su carácter histórico. Se usó como parte del Ferrocarril Subterráneo de John Brown allá por el 1860. Se supone que hay un túnel que va de la iglesia al cementerio.

Maggie se irguió, repentinamente interesada. Adam parecía complacido.

Escondían a esclavos fugitivos en la iglesia. De noche, usaban el túnel para llevarlos al río, desde donde viajaban en botes río arriba hasta el siguiente escondrijo. Hay una vieja iglesia cerca de Nebraska City que también formaba parte del Ferrocarril. Ésa la han convertido en un reclamo para los turistas; ésta está demasiado deteriorada. Dicen que el túnel se ha hundido... por estar demasiado cerca del río. Ya ni siquiera se usa el cementerio. Hace años, cuando el río creció, removió algunas tumbas. Hasta aparecieron ataúdes flotando en el río. Fue espeluznante.

Maggie imaginó el cementerio desierto y el caudaloso río sacando a los muertos de sus sepulturas. De pronto, le pareció el lugar ideal para un asesino obsesionado con la salvación de sus víctimas.

Decidió dejar a Nick una nota, aunque no sabía qué decir. Querido Nick, he salido a buscar al asesino a un cementerio. Sonaba extraño, pero sería más de lo que había dejado antes de salir corriendo en busca de Albert Stucky. Salvo que aquella noche, no había tenido intención real de buscar a Stucky; simplemente, había seguido una pista con la esperanza de encontrar su escondrijo. No se le pasó por la cabeza que podía estar esperándola, tendiéndole una trampa, hasta que no fue demasiado tarde. ¿Podía ser lo que tramaba aquel asesino? ¿Le había tendido una trampa y esperaba que cayera en ella?

Creo que Nick se ha ido le dijo Lucy desde el final del pasillo al ver a Maggie con la mano en el pomo de la puerta del despacho.

Lo sé, sólo voy a dejarle una nota.

Lucy no parecía satisfecha, y se plantó las manos en las caderas, como si esperara más explicaciones. Cuando Maggie no se las dio, añadió:

Te han llamado antes de la archidiócesis.

¿Algún mensaje? Maggie había hablado con un tal hermano Jonathan, y éste le había asegurado que la Iglesia no creía que la muerte del padre Francis pudiera haber sido fruto de un acto criminal, sólo un desafortunado accidente.

Espera Lucy suspiró y rebuscó entre el montón de mensajes. Aquí está. El hermano Jonathan dijo que el padre Francis no tiene parientes vivos. La Iglesia se ocupará de organizar su entierro.

¿No han dicho si nos dejan hacer la autopsia?

Lucy la miró, sorprendida. A Maggie ya no le importaba lo que pudiera pensar.

He tomado el mensaje yo misma contestó Lucy. No dijo nada más.

Está bien, gracias Maggie volvió a poner la mano en el pomo de la puerta.

Si quieres, puedo darle a Nick tu mensaje.

Gracias, pero casi prefiero dejárselo sobre la mesa.

Maggie entró, pero dejó las luces apagadas y se sirvió del resplandor de las farolas de la calle para guiarse. Tropezó con la pata de una silla.

¡Mierda! masculló, y se inclinó para frotarse la espinilla. Al hacerlo, vio a Nick sentado en el suelo, en el rincón. Tenía las rodillas flexionadas contra el pecho y la mirada puesta en la ventana, como si no se hubiera percatado de su presencia.

Sin decir palabra, se acercó a él y se sentó en silencio a su lado. Siguió su mirada. Desde aquel ángulo, el marco recortaba un trozo de cielo negro. Por el rabillo del ojo vio el labio roto, magullado e hinchado, la mandíbula manchada de sangre seca. Seguía sin moverse, sin dar indicios de haber advertido su presencia.

¿Sabes, Morrelli? Para haber sido jugador de fútbol, peleas como una nena.

Quería enfurecerlo, sacarlo del aturdimiento. Reconocía aquel aturdimiento, aquel vacío, que podía paralizar a una persona si no se le hacía frente. No hubo respuesta. Ella permaneció sentada en silencio, junto a él. Debía levantarse, irse; no podía permitirse el lujo de compartir su dolor, ni el riesgo de preocuparse por él. Su propia vulnerabilidad ya era un tremendo inconveniente; no podía asumir la de él.

Justo cuando estaba estirando las piernas para levantarse, Nick dijo:

Mi padre fue injusto al decir lo que dijo sobre ti.

Maggie volvió a recostarse en la pared.

¿Quieres decir que no tengo un trasero bonito?

Por fin, reconoció un atisbo de sonrisa.

Está bien, sólo medio injusto.

No te preocupes, Morrelli, he oído cosas peores aunque siempre la sorprendía lo mucho que escocían.

¿Sabes? Cuando empezó todo esto, lo único que me importaba era lo que dirían de mí, si pensarían que soy un incompetente.

Nick siguió mirando por la ventana para no tener que mirarla a ella. Maggie ya se había acostumbrado a la oscuridad y podía observarlo a placer. A pesar de su desaliño, era notablemente atractivo, con todos los rasgos clásicos: mandíbula fuerte y cuadrada, cabellos oscuros sobre piel morena, labios sensuales... hasta las orejas las tenía perfectamente esculpidas. Sin embargo, todas aquellas características físicas que le habían parecido tan atractivas en un principio habían quedado relegadas a un segundo plano. Era su voz fluida y firme lo que anhelaba oír, y sus cálidos ojos celestes los que le dejaban débiles las rodillas. Le gustaba su manera de abrazarla, como si fuera la persona más importante del mundo, y su manera de mirarla a los ojos, como si quisiera vislumbrar su alma. Aquellos ojos la hacían sentirse desnuda y viva. Vuelta como tenía Nick la cara, se sentía privada de su luz, del vínculo íntimo que había empezado a formarse entre ellos. Al mismo tiempo, sabía que no debía sentirse tan compenetrada con un hombre al que sólo conocía desde hacía una semana. Guardó silencio y esperó, temiendo que le revelara algún secreto que los uniría aún más. Al mismo tiempo, en parte, deseaba que lo hiciera.

Soy un incompetente. No sé cómo dirigir la investigación de un asesinato. Si lo hubiera reconocido en un principio quizá... quizá Timmy no habría desaparecido.

La confesión la sorprendió. No era el mismo sheriff arrogante y gallito de días atrás. Sin embargo, no se estaba compadeciendo de sí mismo, ni siquiera lamentándose. Maggie intuía que, para él, era un alivio poder decirlo en voz alta.

Has hecho todo lo que has podido, Nick. Créeme, si pensara que deberías haber hecho alguna otra cosa o que deberías estar actuando de otra manera, te lo habría dicho. Por si no te has dado cuenta todavía, no soy tímida en ese aspecto.

Otra sonrisa. Nick apoyó la espalda en la pared y separó las rodillas del pecho. Después, estiró aquellas piernas fuertes y largas.

Maggie, estoy tan... No hago más que imaginar que lo encuentro. No hago más que verlo... tumbado en la hierba, con esa misma mirada vacía. Nunca me había sentido... la voz fuerte y fluida se atascó con el nudo que se le había hecho en la garganta. Me siento tan endiabladamente impotente volvió a flexionar las rodillas, rozándose la barbilla.

Maggie levantó la mano, pero la dejó en el aire, cerca de la nuca de Nick. Quería consolarlo, acariciarlo. Retiró la mano, se apartó un poco más e intentó ponerse cómoda, controlar aquel poderoso impulso de tocarlo. ¿Qué tenía Nick Morrelli que le hacía desear estar entera otra vez? ¿Que le hacía comprender que no lo estaba?

Sabes que me he pasado la vida haciendo lo que mi padre me decía... me sugería que hiciera mantuvo la barbilla sobre las rodillas. Ni siquiera era por el deseo de complacerlo; simplemente, me resultaba más fácil así. Sus expectativas siempre me parecían menores que las mías. Se suponía que ser sheriff de Platte City consistía en poner multas, rescatar a perros perdidos y poner fin a unas cuantas peleas de bares de vez en cuando. Quizá hasta un accidente de tráfico. Pero no un asesinato. No estoy preparado para afrontar un asesinato.

Nada puede preparar a una persona para el asesinato de un niño, por muchos cadáveres que haya visto.

Timmy no puede acabar como Danny y Matthew. No puede. Y aun así... No hay nada que pueda hacer para impedirlo volvía a hablar con voz entrecortada. Maggie lo miró y él volvió la cabeza hacia el otro lado para que no lo viera. No hay ni una maldita cosa que pueda hacer.

Oyó las lágrimas en su voz, aunque hacía lo posible por camuflarlas con ira. Maggie volvió a alargar el brazo, volvió a vacilar con la mano en el aire. Por fin, le tocó el hombro. Imaginó que se sobresaltaría, pero permaneció inmóvil y en silencio. Empezó a acariciarle los omóplatos y la espalda. Cuando el consuelo comenzó a resultarle demasiado íntimo, retiró la mano, pero él se la atrapó y la envolvió con suavidad en la suya, más grande. La miró a los ojos y acercó la palma de Maggie a su rostro para frotarla contra su mandíbula hinchada.





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