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Miércoles, 29 de octubre 7




Espero que hayas arreglado ese condenado TelePrompTer, porque no pienso usar las hojas las arrojó por el escenario, y una frenética ayudante de plato empezó a recogerlas con frenesí.

Está arreglado la tranquilizó el hombre calvo con paciencia.

Necesito agua. No hay agua en la mesa auxiliar.

La misma ayudante se acercó corriendo con un vaso de plástico.

Un vaso de verdad estuvo a punto de tirar el que la joven llevaba en la mano. Necesito un vaso de verdad y una jarra. Por el amor de Dios, ¿cuántas veces tengo que pedir las cosas?

De pronto, Christine advirtió que la mujer era Darcy McManus, la presentadora de la tarde de la cadena. Quizá no estaba acostumbrada a hacer el programa de noticias matutino, ni a las mañanas en general. A la luz dura de los focos, la piel de McManus aparecía curtida, con arrugas en torno a los ojos y a los labios. El pelo lustroso y negro estaba rígido y antinatural. La chocante mancha de pintalabios carmín parecía impúdica en contraste con la tez pálida, hasta que la maquilladora pelirroja le aplicó una gruesa capa de maquillaje.

¡Un minuto, chicos! gritó el hombre de los auriculares.

McManus despachó a la maquilladora con un ademán. Se puso en pie, se alisó la falda demasiado corta, se enderezó la chaqueta, se miró en un espejo de bolsillo y volvió a sentarse. En aquel momento, Christine advirtió que la había estado mirando fijamente. La cuenta atrás la devolvió a la realidad, la sacó del trance, y se preguntó por qué habría accedido a realizar aquella entrevista.

Tres, dos, uno...

Buenos días dijo McManus a la cámara, con una amable sonrisa que transformaba todo su rostro. Hoy tenemos a una invitada especial en Buenos días, Omaha. Christine Ha milton es la reportera del Omaha Journal que ha estado cubriendo los asesinatos ocurridos en el condado de Sarpy. Buenos días, Christine McManus saludó a Christine por primera vez.

Buenos días de pronto, las luces, las cámaras, eran reales y estaban clavadas en ella. Christine intentó no pensar en ello. Ramsey le había dicho que hasta la cadena de noticias de la ABC estaría emitiendo la entrevista en vivo. Era ésa, sin duda, la razón de que McManus estuviera allí en lugar de la presentadora habitual del programa.

Tengo entendido que esta mañana está aquí no como reportera, sino como madre preocupada. ¿Es así, Christine?

McManus la intrigaba. ¿Cómo podía simular una preocupación tan convincente en un abrir y cerrar de ojos? Aunque parecía mirar a Christine con sincera preocupación, en realidad, tenía los ojos puestos detrás de ella, justo por encima de su hombro, en el TelePrompTer. De pronto, advirtió que McManus estaba esperando una respuesta, y que la impaciencia empezaba a revelarse en sus labios fruncidos.

Creemos que mi hijo, Timmy, puede haber sido raptado ayer por la tarde a pesar de todas las distracciones, le tembló el labio, y reprimió el impulso de mordérselo para frenar el temblor.

Eso es terrible McManus se inclinó hacia delante y dio una palmadita a las manos entrelazadas de Christine, falló en la tercera palmada y le tocó la rodilla. McManus retiró la mano rápidamente, y Christine sintió deseos de volverse para ver si el TelePrompTer incluía gestos. ¿Y las autoridades creen que podría ser el mismo hombre que mató brutalmente a Danny Alverez y a Matthew Tanner?

No lo sabemos con certeza pero sí, hay muchas posibilidades de que así sea.

Está divorciada y cría a su hijo Timmy usted sola, ¿verdad, Christine?

La pregunta la sorprendió.

Sí, así es.

Laura Alverez y Michelle Tanner también eran madres separadas, ¿no es cierto?

Sí, creo que sí.

¿Cree que el asesino podría estar queriendo transmitir algo al escoger a niños que están siendo educados por sus madres?

Christine vaciló.

No lo sé.

¿Está su marido implicado en la educación de Timmy?

No mucho, no Christine restringió la impaciencia a las manos que retorcía en el regazo.

¿No es cierto que Timmy y usted no han visto a su marido desde que la dejó por otra mujer?

No me dejó, nos divorciamos la impaciencia rayaba en enojo. ¿De qué iba a servir aquello para encontrar a Timmy?

¿Es posible que su marido se haya llevado a Timmy?

Lo dudo.

Lo duda, pero existe una posibilidad, ¿verdad?

No es probable las luces parecían aún más brillantes, abrasadoras. Sintió un reguero de sudor por la espalda.

¿Se ha puesto la oficina del sheriff en contacto con su ex marido?

Nos pondríamos en contacto con él si supiéramos cómo o dónde... Oiga, ¿no cree que preferiría creer que Timmy está con su padre que con un loco que descuartiza a niños pequeños?

Está alterada. Quizá debamos hacer una pausa McManus se inclinó otra vez hacia delante, con la frente arrugada de preocupación, pero en aquella ocasión alargó las manos para servir un vaso de agua. Todos comprendemos lo difícil que debe de ser esto para usted, Christine le pasó el vaso.

No, no lo entienden Christine hizo caso omiso del agua, y McManus se azoró.

¿Perdone?

Es imposible que lo entienda. Ni siquiera yo lo entendía. Sólo pensaba en la noticia, como usted.

McManus miró alrededor para buscar al director del plató, tratando de parecer natural mientras la frustración empañaba su fachada serena.

Estoy segura de que está sometida a mucha presión, Christine. Y hablar de esto también debe de ser estresante. Hagamos una pausa para la publicidad y así podrá tranquilizarse.

McManus mantuvo la sonrisa hasta que las luces de la cámara perdieron fuerza y el director del plató hizo una seña. Entonces, la furia estalló en su rostro con un ceño que creó nuevas arrugas en su maquillaje. Pero la furia iba dirigida al hombre alto y calvo, y no a Christine. De hecho, Christine volvió a hacerse invisible.

¿Qué diablos queréis conseguir con esto? Necesito algo con lo que pueda trabajar.

¿Tengo tiempo para ir al servicio? preguntó Christine al director del plató, y éste asintió. Se soltó el micrófono y lo dejó junto al vaso de agua que había rechazado. McManus la miró y forzó una breve sonrisa.

No tardes mucho, cielo. Esto no es como tu periódico; no podemos parar la rotativa. Esto es el directo tomó el vaso de agua y bebió en pequeños sorbos para no estropearse el pintalabios.

Christine se preguntó si McManus sabría cómo se llamaba Timmy sin la ayuda del TelePrompTer. A la cotizada presentadora le importaban un comino Timmy, Danny y Matthew. Santo Dios, ¡qué cerca había estado de convertirse en una Darcy McManus!

Christine se dirigió a la parte de atrás del plató, con cuidado de no tropezar con los cables. En cuanto se apartó de los focos, su cuerpo sintió una brisa de aire fresco. Podía respirar otra vez. Siguió caminando por el estrecho pasillo, esquivando a los ayudantes de plató y pasando delante de los servicios, de los vestuarios hasta atravesar, por fin, la puerta gris metálica marcada con el letrero de Salida.

 

 

¿Estoy detenido? quiso saber Ray Howard mientras movía nerviosamente los dedos en la silla de respaldo alto.

Maggie se lo quedó mirando. Los ojos sobresalían sobre su tez pastosa; eran unos ojos insípidos, de un color gris deslavazado y con pequeñas venas rojas que ponían en evidencia su agotamiento. Ella se frotó la nuca para disipar su propio cansancio. Intentó recordar cuándo había dormido por última vez.

La pequeña sala de conferencias zumbaba con el goteo del café recién hecho, que llenaba la habitación con su aroma. Un chorro de sol naranja se filtraba por las persianas venecianas. Nick y ella llevaban allí horas, haciendo las mismas preguntas y obteniendo las mismas respuestas. Aunque había insistido en interrogar a Howard, seguía sin creer que fuera el asesino. Nada había cambiado, pero confiaba en que supiera algo, cualquier cosa, y cediera a la presión. Nick, sin embargo, persistía, convencido de que Howard era su hombre.

No, Ray. No estás detenido contestó Nick por fin.

Sólo pueden retenerme aquí durante cierto número de horas.

¿Y cómo sabes eso, Ray?

Eh, veo Homicidio y Policías de Nueva York. Conozco mis derechos. Y tengo un amigo que es poli.

¿En serio? ¿Tienes un amigo?

Nick lo previno Maggie.

Nick puso los ojos en blanco y se remangó la camisa. Maggie vio que tenía los puños cerrados y que su impaciencia bullía a flor de piel.

Ray, ¿te apetece un poco de café recién hecho? preguntó Maggie con vacilación. El conserje bien vestido vaciló; después, asintió.

Con leche y dos cucharaditas de azúcar. Leche fresca. Si tiene. Y prefiero no usar azucarillos.

¿Qué tal algo de comer? Sé que no ha almorzado, y ya casi es la hora de cenar. Nick, podríamos pedir algo de Wanda's.

Nick frunció el ceño, pero Howard se enderezó, encantado.

Me encantan los filetes de pollo frito de Wanda's.

Estupendo. Nick, ¿podrías encargar un filete de pollo frito para el señor Howard?

Con puré de patatas y salsa de carne, no de pimienta. Y me gusta el aderezo italiano para la ensalada. Pero sin mezclar.

¿Algo más? Nick no se molestó en ocultar su impaciencia ni su sarcasmo. Howard volvió a encogerse en la silla.

No, nada más.

¿Y para usted, agente O'Dell? le lanzó una mirada de desprecio impregnada de frustración.

Un sandwich de jamón y queso. Creo que ya sabes cómo me gusta le sonrió, y la complació ver que relajaba la mandíbula y que su mirada se suavizaba.

Sí, lo sé era obvio que el recuerdo había reemplazado de inmediato el sarcasmo y la frustración. Enseguida vuelvo.

Maggie dejó una taza de café humeante delante de Howard; después, caminó a lo largo de la habitación, esperando a que el conserje se relajara. Encendió las luces del techo. Los fluorescentes inundaron de luz la sala y lo hicieron parpadear. Le recordaba a un lagarto con sus parpadeos lentos mientras probaba el café caliente con la lengua larga. Cuando vio que se había olvidado de su presencia, se colocó detrás de él y dijo:

Sabes dónde está Timmy Hamilton, ¿verdad, Ray?

Dejó de sorber. Enderezó la espalda, dispuesto a defenderse otra vez.

No, no lo sé. Y tampoco sé qué hacía ese teléfono en mi cajón. No lo había visto nunca.

Maggie rodeó la mesa y se sentó justo delante de él. Los ojos de lagarto trataron de eludir su mirada y, por fin, se posaron en su barbilla. Bajó la vista fugazmente a sus senos, aunque no lo bastante deprisa para impedir que el rubor trepara por su cuello blanco.

El sheriff Morrelli cree que mataste a Danny Alverez y a Matthew Tanner.

Yo no he matado a nadie barbotó.

¿Ves? Yo te creo, Ray.

Pareció sorprenderse y la miró a los ojos para ver si era un truco.

¿De verdad?

No creo que hayas matado a esos niños.

Me alegro, porque no lo he hecho.

Pero creo que sabes más de lo que nos cuentas. Creo que sabes dónde está Timmy.

No protestó, pero lanzó miradas por toda la habitación: el lagarto buscaba una salida. Sostenía el tazón con las dos manos, y Maggie advirtió que tenía las uñas mordidas, algunas de forma alarmante. Desde luego, no parecían las uñas de una persona obsesionada con la limpieza.

Si nos lo dices, podremos ayudarte, Ray. Pero si averiguamos que lo sabías y que no nos lo habías dicho, podrías acabar cumpliendo condena durante mucho tiempo, aunque no hayas matado a esos niños.

El conserje se miró la mano y empezó a morderse y a pelar las pocas uñas que le quedaban.

¿Dónde está Timmy, Ray?

¡No sé dónde está ningún niño! gritó, conteniendo la furia con los dientes amarillos apretados. Y el que use la camioneta algunas veces para cortar leña no significa nada.

Maggie se pasó los dedos por el pelo. La falta de sueño y de comida le provocaba mareos. ¿Habrían perdido toda la tarde? Keller podría haber escondido fácilmente el móvil en la habitación de Howard. Sin embargo, Maggie sospechaba que el conserje estaba al tanto de todo lo que ocurría en la casa parroquial.

¿Dónde cortas leña, Ray?

Se la quedó mirando, todavía lamiéndose las uñas. Intentaba adivinar por qué quería saberlo.

He visto la chimenea de la casa parroquial prosiguió Maggie. Debe de consumir una tonelada de leña en invierno, sobre todo, este año que ha llegado tan pronto.

Cierto. Y al padre Francis le gusta... se interrumpió y bajó la mirada al suelo. Que en paz descanse murmuró a sus pies, y volvió a alzar la vista. Le gustaba que esa habitación estuviera muy caliente.

Entonces, ¿adonde vas?

Al río. La iglesia todavía tiene allí un trozo de tierra en propiedad. Donde está la vieja iglesia de Santa Margarita. Era muy hermosa, pero se está viniendo abajo. Hay muchos olmos y nogales secos, unos cuantos robles y multitud de arces de río. La madera de nogal es la que mejor se quema se interrumpió y miró por la ventana.

Maggie siguió su mirada vacía. El sol se hundía en el horizonte cubierto de nieve, proyectando un rojo sangriento sobre el manto blanco. Cortar leña le había recordado algo, pero ¿qué?

Sí, Ray Howard sabía mucho más de lo que decía, y ni la amenaza de cárcel ni la promesa del pollo frito de Wanda's lo inducirían a hablar. Iban a tener que dejarlo marchar.

 

 

Nick colgó el teléfono y se recostó en el sillón de su despacho para frotarse los ojos y borrar de ellos el enojo. Sabía que Maggie había visto lo ansioso que estaba por golpear algo, quizá incluso a Ray Howard. ¿Cómo hacía ella para permanecer tan serena?

No podía dejar de pensar en Timmy. Era como si le hubieran instalado una bomba de relojería en el pecho, y el tictac cada vez sonaba más deprisa retumbando en sus costillas. Se les estaba agotando el tiempo.

Aaron Harper y Eric Paltrow habían sido asesinados en un intervalo inferior a dos semanas. Matthew Tanner había sido raptado una semana después que Danny Alverez. Sólo habían pasado unos días y Timmy había desaparecido. Algo estaba acelerando al asesino. Si no conseguían atraparlo, ¿volvería a desaparecer durante seis años? Peor aún, ¿se integraría en la comunidad, como había hecho antes? Si no era Howard ni Keller, ¿quién diablos era?

Nick tomó la hoja arrugada de encima de la mesa. La misteriosa hoja con códigos y direcciones que había encontrado en la guantera de la camioneta tenía una extraña lista de la compra escrita en el reverso. Volvió a leer los artículos, tratando de darles una lógica. Manta de lana, queroseno, cerillas, naranjas, Snickers, raviolis, veneno para ratas. Quizá fuera una sencilla lista para una acampada, pero su instinto le decía que se trataba de algo más.

Llamaron a la puerta, y Hal entró sin esperar una invitación. Tenía los hombros encogidos de agotamiento y el pelo pegado a la cabeza de tantas horas sin quitarse el sombrero.

¿Qué has averiguado, Hal?

Se dejó caer en la silla del otro lado del escritorio.

La ampolla vacía que has encontrado en la camioneta contenía éter.

¿Éter? ¿De dónde diablos ha salido?

Seguramente, del hospital. Hablé con el director, y dijo que tenían ampollas parecidas en el depósito de cadáveres. Lo utilizan como una especie de disolvente, pero podría utilizarse para hacer perder el conocimiento a una persona. Con respirarlo un poco, basta.

¿Quién podría tener acceso al depósito de cadáveres?

Cualquiera, la verdad. No cierran la puerta con llave.

¿En serio?

Piénsalo, Nick. Raras veces se usa el depósito de cadáveres y, cuando lo hacen, ¿quién va a husmear por ahí?

Cuando se está llevando a cabo una investigación criminal, debería estar cerrado con llave para que sólo pudieran entrar personas autorizadas Nick tomó un bolígrafo y empezó a tamborilear con él sobre la mesa para desahogar su furia. Todavía sentía deseos de golpear algo.

Hal guardó silencio y, cuando Nick lo miró, se preguntó si hasta Hal pensaría que estaba desquiciándose.

¿Has encontrado alguna huella en el vial?

Sólo las tuyas.

¿Y las cerillas?

Bueno, no es un local de striptease. La Dama de Rosa es un pequeño bar barbacoa del centro de Omaha, situado a una manzana de la comisaría de policía. Muchos agentes de policía son clientes del local. Eddie dice que sirven las mejores hamburguesas de la ciudad.

¿Eddie?

Sí, Gillick era policía municipal antes de mudarse aquí. Pensaba que lo sabías. Claro que hace mucho tiempo de eso... seis o siete años.

No me fío de él barbotó Nick; y lo lamentó en cuanto vio la cara de Hal.

¿De Eddie? ¿Y por qué no ibas a fiarte de Eddie?

No lo sé. Olvida lo que he dicho.

Hal movió la cabeza y se levantó de la silla. Ya estaba saliendo por la puerta cuando se dio la vuelta, como si hubiera olvidado algo.

¿Sabes, Nick? No quiero que te lo tomes a mal, pero hay muchas personas en esta oficina que piensan lo mismo de ti.

¿Y qué es lo que piensan? Nick se enderezó. Dejó de dar golpecitos con el bolígrafo.

Tienes que reconocer que conseguiste este trabajo gracias a tu padre. ¿Qué experiencia tienes en la defensa de la ley? Oye, Nick, soy tu amigo, y estaré contigo hasta el final. Pero quiero que sepas que algunos de los chicos tienen dudas. Creen que estás dejando que O'Dell dirija el espectáculo.

Ya estaba... la bofetada que había estado esperando durante días. Se pasó una mano por la mandíbula como si pudiera suavizar el dolor.

Ya lo había imaginado; sobre todo, desde que mi padre dirige su propia investigación.

Eso es otra cosa. ¿Sabes que tiene a Eddie y a Lloyd localizando a ese tal Mark Rydell?

¿Rydell? ¿Quién diablos es Rydell?

Un amigo o compañero de Jeffreys.

Dios, ¿es que a nadie le entra en la cabeza? Jeffreys no mató a los tres... se interrumpió al ver a Christine en el umbral.

Tranquilo, Nick, no estoy aquí como periodista vaciló; después, entró. Tenía el pelo alborotado, los ojos rojos, la cara manchada de lágrimas, la trinchera mal abrochada. Estaba hecha unos zorros. Tengo que hacer algo. Tienes que dejarme ayudar.

¿Te apetece un café, Christine? preguntó Hal.

Sí, gracias.

Hal miró a Nick a modo de despedida y se marchó.

Pasa, siéntate dijo Nick, y tuvo que reprimir el impulso de levantarse y ayudarla a atravesar la habitación. Lo desquiciaba verla así. Era su hermana mayor, él era el que siempre lo hacía todo mal, ella la fuerte. Incluso cuando Bruce se fue. En aquellos momentos, le recordaba a Laura Alverez con su inquietante calma.

Corby me ha dado unos días libres, pero con la condición de que el periódico tenga la exclusiva de lo que pase se quitó la gabardina, la arrojó con descuido sobre una silla y empezó a dar vueltas delante de la mesa, aunque no parecía tener fuerzas ni siquiera para mantenerse en pie. ¿Has tenido suerte intentando localizar a Bruce? eludió mirarlo, pero Nick ya sabía que era un tema espinoso que su hermana no tuviera la más remota idea de dónde se encontraba su marido.

Todavía no, pero puede que se entere de lo de Timmy por la tele y se ponga en contacto con nosotros.

Christine hizo una mueca.

Tengo que hacer algo, Nick. No puedo quedarme sentada en casa esperando. ¿Qué haces con eso? señaló la lista de la compra, que había dejado boca abajo, con los extraños códigos a la vista.

¿Sabes lo que es?

Claro, la etiqueta de un fardo.

¿El qué?

La etiqueta de un fardo. Los repartidores reciben una cada día con la prensa. ¿Ves? Señala el número de la ruta, el código de cada repartidor, el número de periódicos que ha de repartir y las paradas de la ruta.

Nick se levantó del sillón y dio la vuelta a la mesa para ponerse a su lado.

¿Puedes saber de quién es y de qué día?

A ver... Es del domingo diecinueve de octubre. El código del repartidor es ALV0436. Por las direcciones que figuran en las paradas parece que... miró a Nick con los ojos muy abiertos. Ésta es la ruta de Danny Alverez. Y del domingo en que desapareció. ¿Dónde has encontrado esto, Nick?

 

 

Cuando anochecía, anochecía deprisa. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, la perspectiva de una larga noche a oscuras minaba las defensas de Timmy.

Se había pasado el día tratando de idear la manera de fugarse o, al menos, de enviar una señal de auxilio. Desde luego, no era tan fácil como parecía en las películas, pero lo había ayudado a mantenerse centrado. El desconocido le había llevado tebeos de Flash Gordon y de Superman. Aun equipado con los secretos de aquellos superhéroes, Timmy no podía huir. A fin de cuentas, era un niño pequeño y flaco de diez años. Pero en el campo de fútbol había aprendido a sacar partido de su delgadez, colándose entre los jugadores. Quizá no fuera fuerza lo que necesitaba, sino maña.

Costaba trabajo pensar cuando la oscuridad empezaba a devorar los rincones de la habitación, pero a la lámpara le quedaba muy poco queroseno, así que debía encenderla lo más tarde posible.

Se había pasado el día aguzando el oído para oír voces, perros ladrando o motores de coches, campanas de iglesia o sirenas de emergencia. Aparte del silbido lejano de un tren y del ruido de un reactor al cruzar el cielo, no había oído nada. Tenía la sensación de estar lejos, muy lejos, de nadie que pudiera ayudarlo.

Algo correteó por el suelo, un clic clac de minúsculas uñas sobre la madera. El corazón empezó a latirle con fuerza y los temblores lo sacudieron. Encendió el mechero, pero no podía ver nada. Por fin, cedió. Sin levantarse de la cama, se inclinó hacia la caja de embalaje y encendió la lámpara. Su luz dorada llenó de inmediato la habitación. Debería haber sentido alivio, pero se hizo un ovillo y se arropó, tapándose hasta la barbilla con la manta. Y, por primera vez desde que su padre se había marchado, Timmy cedió a las lágrimas.

 

 

Era lista, a pesar de todas esas curvas. Sin duda, un digno adversario. Pero se preguntaba cuánto sabría la agente especial Maggie O'Dell de verdad y cuánto no era más que un juego. No importaba; le gustaban los juegos. Mantenían a raya las palpitaciones.

Nadie se fijó en él mientras recorría los pasillos asépticos. Quienes lo hacían, lo saludaban con la cabeza y seguían avanzando. Aceptaban su presencia allí tan fácilmente como en cualquier rincón de la comunidad. Se mimetizaba a la perfección, aunque a la luz del día también llevaba careta, una que no podía quitarse como si fuera de goma.

Bajó las escaleras. Incluso aquel día olían a amoniaco. Le recordó las veces que había visto a su madre fregando el suelo de la cocina a cuatro patas, a menudo a las dos o a las tres de la madrugada, mientras su padrastro dormía. Sus delicadas manos estaban rojas y ásperas por la presión y la agresión del líquido. ¿Cuántas veces la había observado sin que ella se percatara? Sofocaba sus gemidos y cepillaba el suelo con movimientos frenéticos, como si así pudiera limpiar el desastre que era su vida.

Y allí estaba él, tantos años después, tratando de limpiar su propia vida, restregando las imágenes de su pasado con sus propios rituales secretos. ¿Cuántos asesinatos harían falta para borrar la imagen de ese niño indefenso y lloroso de la infancia?

La puerta se cerró con fuerza a su espalda. Ya había estado allí antes y aquel entorno familiar lo tranquilizaba. En el techo, giraba un ventilador. Aparte de aquel zumbido, reinaba el silencio, un silencio apropiado para aquella tumba provisional.

Se puso los guantes quirúrgicos. ¿En qué cámara estaría? Escogió la número tres y tiró. El chirrido del metal le hizo torcer los labios, pero lo complació ver que había acertado.

La bolsa negra parecía diminuta en la larga cama plateada. Bajó la cremallera despacio, con reverencia, apartándola a los lados del pequeño cuerpo gris. Las incisiones del forense, cortes y rebanadas precisos, le repugnaban, así como las puñaladas que él mismo había infligido. El pobre cuerpecillo de Matthew parecía un plano de carreteras. Matthew, sin embargo, se había ido... a un lugar mucho mejor. Un lugar libre de dolor y de humillación, libre de soledad y abandono. Sí, se había encargado de que el descanso eterno de Matthew fuera apacible. Seguiría siendo un niño inocente durante la eternidad.

Se puso los guantes de goma, desenvolvió el cuchillo filetero y lo dejó a un lado. Necesitaba destruir la única prueba que podía vincularlo a los asesinatos. Qué descuidado había sido. Qué loco y estúpido. Quizá ya fuera demasiado tarde pero, de ser así, Maggie O'Dell ya estaría leyéndole los derechos.





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