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Capítulo Dieciséis 92




La daga se hundió hasta la empuñadura.

Aliena se quedó mirando horrorizada. Había sido un golpe espantoso. Alfred chilló como un cerdo en el matadero. Richard sacó la daga, lo cual hizo brotar la sangre. Alfred abrió la boca para volver a gritar pero sin emitir sonido alguno. La cara se le puso blanca; luego gris y, cerrando los ojos, cayó al suelo. La sangre empapó los junquillos.

Aliena se arrodilló junto a él. Los párpados se agitaron levemente.

Todavía respiraba pero su vida se extinguía. Miró a Richard que estaba en pie respirando con fuerza.

Se está muriendo le dijo.

Richard asintió. No parecía muy impresionado.

He visto morir a hombres mejores dijo. Y he matado a hombres que lo merecían menos.

Aliena se sintió turbada ante su frialdad; pero no dijo nada. Acababa de recordar la primera vez que Richard mató a un hombre. Fue después de que William se hubiera apoderado del castillo. Richard y ella iban de camino a Winchester cuando dos ladrones les atacaron. Aliena apuñaló a uno de ellos, pero había obligado a Richard, que sólo tenía quince años, a asestarle el golpe de gracia. Si es cruel, ¿quién le empujó a ello?, se dijo sintiéndose culpable.

Observó de nuevo a Alfred. Tenía los ojos abiertos y la contemplaba. Casi se sintió avergonzado de la escasa compasión que le inspiraba ese hombre moribundo. Pensó, mientras le miraba a los ojos, que él jamás se había mostrado compasivo, indulgente ni generoso. Durante toda su existencia había alimentado sus resentimientos y rencores y había disfrutado con acciones vengativas y maliciosas. Tu vida, Alfred, pudo haber sido diferente, se dijo. Pudiste mostrarte cariñoso con tu hermana y perdonar a tu hermanastro que fuera más inteligente que tú. Pudiste haberte casado por amor en lugar de hacerlo por venganza. Pudiste haber sido leal al prior Philip. Pudiste haber sido feliz.

De repente abrió los ojos desmesuradamente.

¡Dios, qué dolor! dijo.

Aliena ansiaba que se muriera pronto.

Alfred cerró los ojos.

Es el final dijo Richard.

Alfred dejó de respirar.

Aliena se puso en pie.

Soy viuda.

Alfred fue enterrado en el cementerio del priorato de Kingsbridge.

Así lo había deseado Martha, que era su única pariente consanguínea. También fue la única persona que sintió pena. Alfred jamás había sido bueno con ella, y hubo de refugiarse siempre en su hermanastro Jack en busca de cariño y protección. Sin embargo, quiso que lo enterraran cerca para así poder visitar la tumba. Cuando el ataúd fue descendido a tierra, sólo Martha lloró.

Jack parecía aliviadísimo de que Alfred ya no existiera. Tommy, en pie junto a Aliena, se mostraba muy interesado por todo aquello. Era el primer funeral familiar, y el ritual de la muerte le resultaba nuevo. Sally, muy pálida y asustada, se aferraba a la mano de Martha.

Richard también estaba allí. Dijo a Aliena, durante el oficio, que había acudido para pedir el perdón de Dios por haber matado a su cuñado. Se apresuró a añadir que no era que creyese haber hecho algo malo. Sólo quería estar a salvo.

Aliena, que tenía todavía la cara herida e hinchada por los golpes de Alfred, recordaba al difunto cómo era la primera vez que lo vio.

Había ido a Earlcastle con su padre, Tom Builder, y con Martha, Ellen y Jack. Ya entonces Alfred era el camorrista de la familia, grande, fuerte y bovino, un retorcido trapacero con una vena de bascosidad. Si por aquel entonces Aliena hubiera podido imaginar que acabaría casándose con él se habría sentido tentada de arrojarse desde las almenas. No pensó ni por un momento que volvería a ver a aquella familia una vez que hubieran marchado del castillo. Pero tanto unos como otros habían acabado viviendo en Kingsbridge. Alfred y ella habían creado la comunidad parroquial, que en aquellos momentos era una institución tan importante en la vida de la ciudad. Fue entonces cuando Alfred le pidió que se casara con ella. Ni por un momento se le ocurrió que hubiera podido hacerlo por rivalidad con su hermanastro y no por propio deseo. Entonces le había rechazado. Pero, más adelante, Alfred descubrió cómo manipularla, convenciéndola al fin de que acudiera a tomarlo como esposo, con la promesa de ayudar a su hermano. Rememorando todo ello, Aliena llegó a la conclusión de que Alfred se merecía toda la frustración y humillación derivada de su matrimonio. Sus motivos habían sido crueles y merecido el desamor recibido.

Aliena no podía evitar sentirse feliz. Ya no había motivo para que se fuera a vivir a Winchester. Jack y ella se casarían de inmediato. Durante el funeral, adoptó una expresión solemne y, pese a las ideas graves que ocupaban su mente, su corazón rebosaba de gozo. Philip, con su capacidad al parecer ilimitada para perdonar a quienes le habían traicionado, consintió en enterrar allí a Alfred. Mientras los cinco adultos y los dos niños permanecían en pie ante la tumba abierta, llegó Ellen.

Philip estaba disgustado. Aquella mujer había maldecido una boda cristiana y su presencia en el recinto del priorato no era bienvenida. Claro que no podía impedirle que asistiera al funeral de su hijastro. Y, como los ritos habían llegado a su fin, Philip se limitó a retirarse. Aliena lo sentía de veras. Tanto Philip como Ellen eran buenas personas y consideraba una pena que existiera enemistad entre ellos. Pero es que eran buenos de distinta manera, y ambos se mostraban intolerantes con la ética del otro.

Ellen había envejecido. Mostraba más arrugas en la cara y tenía el pelo más canoso. Pero conservaba sus hermosos ojos dorados. Llevaba una túnica de piel, de confección rústica, sin nada más, ni siquiera zapatos. Tenía los brazos y piernas bronceados y musculosos. Tommy y Sally corrieron a besarla. Jack los siguió y la abrazó, apretándola con fuerza.

Ellen ofreció la mejilla a Richard para que la besara.

Hiciste lo que debías. No te sientas culpable le alentó.

Permaneció en pie al borde de la tumba mirando hacia el interior.

Fui su madrastra. Me hubiera gustado saber cómo hacerle feliz declaró.

Al apartarse de la tumba. Aliena la abrazó.

Luego, se alejaron caminando despacio.

¿Quieres quedarte a almorzar? preguntó Aliena a Ellen.

Me agradará mucho. Alborotó el pelo rojo de Tommy. Deseo charlar con mis nietos. Crecen tan deprisa. Cuando conocí a Tom Builder, Jack tenía la edad de Tommy. Se estaban acercando a la puerta del priorato. Los años parecen pasar con más rapidez a medida que te vas haciendo mayor. Creo.

Se interrumpió a mitad de la frase y se detuvo.

¿Qué pasa? preguntó Aliena.

Ellen miraba a través de la puerta del priorato que estaba abierta.

La calle se encontraba desierta salvo por un puñado de chiquillos, arracimados en la parte más alejada y con los ojos clavados en algo oculto a la vista.

¡No salgas, Richard! le advirtió rápida Ellen.

Todos se detuvieron y Aliena pudo ver lo que la había alarmado.

Los niños parecían estar mirando algo o a alguien que se encontrara esperando en el exterior, oculto por el muro.

Richard reaccionó con celeridad.

Es una estratagema dijo.

Y, sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y echó a correr.

Un momento después, una cabeza con casco se asomó por la puerta. Pertenecía a un corpulento hombre de armas. Al ver a Richard correr hacia la iglesia, dio la alarma y se precipitó al interior del recinto. Le siguieron tres, cuatro, cinco o más hombres.

El grupo que había asistido al funeral se dispersó. Los hombres, ignorándolos por completo, corrieron tras Richard. Aliena estaba asustada y confundida. ¿Quién se atrevería a atacar al conde de Shiring abiertamente y en un priorato? Contuvo el aliento mientras los veía perseguir a Richard a través del recinto. Este saltó el muro bajo que los albañiles estaban construyendo. Sus perseguidores lo saltaron a su vez, sin importarles, al parecer, hacer irrupción en una iglesia. Los artesanos se quedaron inmóviles, con las trullas y los martillos en alto; primero ante Richard; luego, frente a sus perseguidores. Uno de los aprendices más jóvenes y de impulsos más rápidos, alargó una pala e hizo tropezar a uno de los hombres de armas, el cual salió por los aires. Pero nadie más intervino. Richard llegó junto a la puerta que conducía a los claustros. El perseguidor que estaba más cerca de él levantó la espada sobre su cabeza. Por un terrible momento, Aliena pensó que la puerta estaría aherrojada y que Richard no lograría entrar. El hombre de armas, descargó su espada sobre Richard pero, en ese preciso momento, este abrió la puerta y pasó. La espada se clavó en la madera al cerrarse esta.

Aliena respiró de nuevo.

Los hombres de armas se agruparon frente a la puerta del claustro y luego miraron inseguros en derredor. De repente, pareció que se daban cuenta de dónde se encontraban. Los artesanos les dirigían miradas hostiles sopesando sus hachas y martillos. Había cerca de un centenar de trabajadores y sólo cinco hombres de armas.

¿Quiénes diablos son estas gentes? preguntó furioso Jack.

Son los hombres del sheriff le contestó una voz a sus espaldas.

Aliena dio media vuelta irritada. Conocía aquella voz demasiado bien, por desgracia. Allí, junto a la puerta, montando un nervioso garañón negro, armado y con cota de malla, se encontraba William Hamleigh. Sólo de verle sintió un escalofrío.

Largo de aquí, despreciable insecto.

William enrojeció ante el insulto pero no se movió.

Ha venido a hacer un arresto.

Adelante. Los hombres de Richard te harán pedazos.

No tendrá hombres cuando esté en prisión.

¿Quién te crees que eres? ¡Un sheriff no puede encarcelar a un conde!

Sí puede cuando se trata de asesinato.

Aliena lanzó una exclamación entrecortada. Comprendió de inmediato lo que tramaba la mente retorcida de William.

¡No ha habido asesinato! explotó.

Lo ha habido afirmó William. El conde Richard asesinó a Alfred Builder. Y ahora tengo que informar al prior Philip de que está protegiendo a un asesino.

William espoleó a su caballo, pasó junto a ellos y atravesó hasta el extremo oeste de la nave en construcción. Se dirigió al patio de la cocina, donde eran recibidos los seglares. Aliena le seguía con la mirada incrédula. Era tan diabólico que resultaba difícil de creer. El pobre Alfred, al que acababan de enterrar, había hecho mucho daño por su falta de seso y debilidad de carácter. Su maldad resultaba más trágica que otra cosa. Pero William era un auténtico servidor del diablo. ¿Cuándo nos veremos libres de este monstruo?, se preguntó Aliena.

Los hombres de armas se reunieron con William en el patio de la cocina y uno de ellos golpeó la puerta con la empuñadura de su espada. Los constructores habían abandonado su trabajo y se encontraban allí en pie, todos reunidos, mirando desafiantes a los intrusos. Tenían un aspecto peligroso con sus pesados martillos y sus aguzados cinceles. Aliena dijo a Martha que se llevara a los niños a casa. Jack y ella permanecieron junto a los constructores.

El prior Philip acudió a la puerta de la cocina. Era de menor estatura que William, y con su ligero hábito de verano parecía aún más pequeño en comparación con aquel robusto hombre a caballo, con cota de malla. Pero el rostro de Philip revelaba una ira tan justa que le hacía parecer más formidable.

Estáis acogiendo a un fugitivo dijo William.

¡Abandona este lugar! le interrumpió con voz estentórea.

William lo intentó de nuevo.

Ha habido un asesinato.

¡Sal de mi priorato inmediatamente! le gritó Philip.

Soy el sheriff.

Ni siquiera el rey puede introducir hombres violentos en el recinto de un monasterio. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí!

Los constructores, furiosos, empezaron a murmurar entre sí. Los hombres de armas los miraban con cierto nerviosismo.

Incluso el prior de Kingsbridge tiene que responder ante el sheriff afirmó William.

No en estos términos. Saca a tus hombres del recinto. Dejad vuestras armas en las cuadras. Cuando estés preparado para comportarte en la casa de Dios como un humilde pecador, podrás entrar en el priorato. Y sólo entonces el prior contestará a tus preguntas.

Philip entró de nuevo y cerró la puerta de golpe.

Los constructores le vitorearon.

Aliena quedó sorprendida al ver que también le estaba vitoreando.

Durante toda su vida, William había sido una figura poderosa y temida y se sentía reconfortada al verle dominado por el prior Philip.

Pero William todavía seguía negándose a admitir la derrota. Desmontó del caballo. Se desabrochó despacio el cinto del que pendía la espada y se lo entregó a uno de sus hombres. Dirigió a estos unas breves palabras y retrocedieron a través del recinto del monasterio llevándose su espada. William estuvo observándolos hasta que llegaron a la puerta y luego se volvió de nuevo hacia la puerta de la cocina.

¡Abrid al sheriff! gritó.

Tras una pausa, se abrió la puerta y Philip volvió a salir. Miró de arriba abajo a William que se encontraba en pie y desarmado.

Luego, observó a los hombres de armas arracimados frente a la puerta en el extremo más alejado del recinto. Por fin, se encaró con William.

¿Qué quieres?

Estáis dando cobijo en el priorato a un asesino. Entregádmelo.

En Kingsbridge no ha habido asesinato alguno aseguró Philip.

Hace cuatro días el conde de Shiring asesinó a Alfred Builder.

Estás en un error afirmó Philip. Richard mató a Alfred; pero no fue asesinato. Sorprendió a Alfred in fraganti intentando perpetrar una violación.

Aliena se estremeció.

¿Violación? repitió William. ¿A quién intentaba violar?

A Aliena.

¡Pero si es su mujer! exclamó triunfante William. ¿Cómo es posible que un hombre viole a su mujer?

Aliena comprendió la orientación que William estaba dando a sus argumentos y se sintió embargada por una ira casi irreprimible.

Ese matrimonio jamás fue consumado, y Aliena ha solicitado una anulación alegó Philip.

Que nunca se le ha concedido. Se casaron ante la Iglesia. Y de acuerdo con la ley, todavía siguen casados. No hubo violación. Por el contrario. William se volvió de súbito y señaló con el dedo a Aliena, esa mujer ha estado durante años queriendo librarse de su marido y acabó convenciendo a su hermano para que lo quitara de en medio. ¡Apuñalándolo hasta morir con la daga de ella!

Aliena sintió que una mano glacial la oprimía el corazón. La historia que William había contado era una afrentosa mentira. Sin embargo, para alguien que no hubiera visto lo ocurrido respondía tan bien a las conveniencias que la tomaría por real. Richard se encontraba en apuros.

Un sheriff no puede detener a un conde aseguró Philip.

Aliena se acordó de que eso era así. Lo había olvidado.

William sacó un pergamino.

Tengo una orden real. Lo estoy arrestando en nombre del rey.

Aliena se sintió desolada. William había pensado en todo.

¿Cómo ha logrado eso William? murmuró.

Actuó con gran rapidez le contestó Jack. Tan pronto como supo las noticias cabalgó hasta Winchester para ver a Stephen.

Philip alargó la mano.

Enséñame la orden.

William la retuvo. Les separaban varias yardas. Habían llegado a un punto muerto en el que ninguno de los dos estaba dispuesto a moverse. William cedió al fin, recorrió la distancia y entregó la orden a Philip.

El prior la leyó y se la devolvió.

Esto no te da derecho a atacar un monasterio.

Me da derecho a detener a Richard.

Se ha acogido a sagrado.

¡Ah!

William no pareció sorprendido. Asintió como si acabara de escuchar la confirmación de algo inevitable y retrocedió dos o tres pasos.

Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz muy alta para ser oído con claridad por todos:

Decidle que será detenido en el preciso momento en que abandone el priorato. Mis comisarios montarán guardia en la ciudad y en los alrededores de su castillo. Recordad Miró en derredor a todos los allí presentes. Recordad que quien quiera que ataque a un comisario del sheriff, estará atacando a un servidor del rey. Se volvió hacia Philip. Decidle que puede acogerse a sagrado tanto tiempo como quiera, pero que, si desea salir, habrá de habérselas con la justicia.

Se hizo el silencio. William bajó despacio los peldaños y atravesó el patio de la cocina. A Aliena sus palabras le habían sonado como una sentencia de prisión. El gentío se dividió para dejarle paso. Al llegar donde estaba Aliena le dirigió una mirada altiva. Todos contemplaban cómo se dirigía a la puerta y montaba en su caballo. Dio una orden y se alejó al trote, dejando a dos de sus hombres en pie, junto a la puerta, vigilando el interior.

Aliena, al darse la vuelta, se encontró a Philip en pie junto a ella y a Jack.

Venid a mi casa les dijo con tono tranquilo. Hemos de discutir esto.

Entró de nuevo en la cocina.

Aliena tuvo la impresión de que Philip estaba secretamente complacido con algo.

Se recuperó la calma. Los constructores volvieron a su trabajo charlando animados. Ellen se encaminó a la casa para estar con sus nietos. Aliena y Jack atravesaron el cementerio, bordeando el enclave en construcción y entraron en la vivienda de Philip. El prior aún no había llegado. Se sentaron en un banco a esperar. Jack adivinó la inquietud de Aliena por su hermano y la abrazó para animarla.

Al mirar en derredor Aliena descubrió que, año tras año, la casa de Philip había ido haciéndose más confortable. Todavía parecía desnuda, en comparación con las habitaciones privadas de un conde en un castillo, pero no era tan austera como un día lo había sido. Delante del altarcito colocado en un rincón, había una alfombra pequeña a fin de proteger las rodillas del prior durante las largas noches de oración. Y en la pared, detrás del altar, colgaba un crucifijo de plata con piedras preciosas incrustadas que seguramente era un costoso regalo.

No le vendría mal a Philip mostrarse más indulgente consigo mismo a medida que se hace mayor, se dijo Aliena. Tal vez así se mostrara también más indulgente con los demás.

Momentos después entró el prior. Richard iba tras él. Se hallaba muy agitado y empezó a hablar de inmediato.

William no puede hacer esto. ¡Es una locura! Encontré a Alfred intentando violar a mi hermana. Tenía una daga en la mano. ¡Estuvo a punto de matarme!

Cálmate le aconsejó Philip. Hablemos de ello y examinemos con detenimiento cuáles son los peligros, si es que los hay. ¿Por qué no nos sentamos?

Richard se sentó pero siguió hablando.

¿Peligros? ¡No hay peligro alguno! Un sheriff no puede encarcelar a un conde por motivo alguno. Ni siquiera por asesinato.

Lo va a intentar le aseguró Philip. Tendrá hombres apostados alrededor del priorato.

Richard hizo un ademán quitándole importancia.

Puedo eludir a los hombres de William con los ojos cerrados. No presentan problemas. Jack puede esperarme fuera de los muros de la ciudad con un caballo.

¿Y cuando llegues a Earlcastle?

Lo mismo. Puedo burlar a los hombres. O hacer que mi propia guardia salga a recibirme.

Eso parece posible reconoció Philip. ¿Y luego qué?

Luego nada contestó Richard. ¿Qué puede hacer William?

Bien, todavía tiene en su poder una orden real que ordena que respondas a una acusación de asesinato. Intentará detenerte cada vez que abandones el castillo.

Iré a todas partes con escolta.

¿Y cuando celebres juicios en Shiring y otros lugares?

Lo mismo.

¿Crees que acatarán tus decisiones sabiendo que tú mismo eres un fugitivo de la justicia?

Más les valdrá respondió Richard con expresión torva. Deberán recordar cómo hacía William acatar sus decisiones cuando era conde.

Es posible que no estén tan asustados de ti como lo estaban de William. Acaso no te crean una sanguijuela diabólica como a él. Sólo espero que estén en lo cierto.

Aliena frunció el entrecejo. No era propio de Philip mostrarse tan pesimista, a menos que tuviera un verdadero motivo. Sospechaba que estaba estableciendo las bases de algún plan que guardaba en la manga. Apostaría dinero a que la cantera tiene algo que ver con esto, dijo para sí.

Mi preocupación principal es el rey explicó Philip. Al negarte a responder ante la justicia, estás desafiando a la corona. Hace un año te hubiera dicho que adelante, que la desafiaras. Pero ahora que la guerra ha terminado no será tan fácil para los condes hacer cuanto quieran.

Parece que no tienes otra salida, Richard le dijo Jack.

No puede hacerlo intervino Aliena. No tiene la menor posibilidad de que le hagan justicia.

Aliena lleva razón la apoyó Philip. El caso sería presentado ante el tribunal real. Los hechos ya son conocidos. Alfred intentó forzar a Aliena, llegó Richard, lucharon y Richard mató a Alfred. Todo depende de la interpretación. Al presentar la querella William, leal partidario del rey Stephen, y siendo Richard uno de los principales aliados del duque Henry, con toda probabilidad el veredicto sería de culpabilidad. ¿Por qué firmó la orden el rey Stephen? Es de suponer que porque ha decidido vengarse de Richard por luchar contra él. La muerte de Alfred le proporciona una excusa excelente.

Tenemos que recurrir al duque Henry para que intervenga dijo Aliena.

Entonces fue cuando Richard se mostró dubitativo.

No quisiera tener que depender de él. Está en Normandía. Puede escribir una carta de protesta. ¿Pero qué más puede hacer? Si cruzara el canal con un ejército, rompería el tratado de paz, y no creo que arriesgara eso por mí.

Aliena parecía angustiada y asustada.

Dios mío, Richard, estás en un callejón sin salida, y todo por salvarme.

Richard le sonrió con cariño.

Y desde luego volvería a hacerlo, Alie.

Lo sé.

Era sincero. Y valiente. Pese a todos sus defectos. Parecía injusto que hubiera de encararse a problema tan espinoso nada más haber recuperado su Condado. Como conde había sido una decepción para Aliena, una terrible decepción. Pero de ningún modo se merecía aquello.

Menuda elección dijo Richard. Puedo quedarme en el priorato hasta que el duque Henry sea rey o que me ahorquen por asesinato. Me haría monje si no comieran tanto pescado.

Puede que haya otra salida sugirió Philip.

Aliena lo miró ansioso. Sospechaba que había estado tramando algo y le quedaría agradecidísimo si pudiera resolver el problema que Richard tenía ante sí.

Puedes hacer penitencia por esa muerte prosiguió Philip.

¿Tendría que comer pescado? preguntó Richard locuaz.

Estoy pensando en Tierra Santa.

Se hizo el silencio. Palestina estaba gobernada por el rey de Jerusalén, Balduino III, un cristiano de origen francés. Sufría ataques constantes de los países musulmanes vecinos, en especial de Egipto por el Sur y de Damasco por el Este. Un viaje hasta allí, que duraba de seis meses a un año, y unirse a los ejércitos que luchaban en defensa del reino cristiano, era desde luego el tipo de penitencia que podía hacer un hombre para purgar una muerte. Aliena sintió cierta inquietud. No todos los que iban a Tierra Santa regresaban. Pero, durante años, había estado preocupada por Richard luchando en las batallas. Tierra Santa no sería más peligrosa que Inglaterra. Le resultaría angustioso; pero ya estaba acostumbrada a ello.

El rey de Jerusalén siempre necesita hombres dijo Richard. Cada tantos años, el Papa solía enviar emisarios a recorrer el país intentando encontrar hombres jóvenes que quisieran ir a luchar a Tierra Santa.

Pero acabo de recuperar mi Condado alegó. ¿Quién se encargaría de mis tierras mientras estuviese fuera?

Aliena respondió Philip.

Aliena se quedó de repente sin aliento. Philip estaba proponiendo que ella ocupara el lugar del conde y gobernara como su padre lo había hecho. Por un instante, aquella proposición la dejó estupefacta. Pero tan pronto como recobró el sentido supo que era la adecuada. Cuando un hombre se iba a Tierra Santa, era su mujer la que se ocupaba de administrar sus propiedades. No había razón que impidiera a una hermana llevar a cabo el mismo cometido por su hermano que carecía de esposa. Y gobernaría el Condado de la manera que siempre supo que había que gobernarlo, con justicia, previsión e imaginación. Podría hacer todas aquellas cosas que Richard, por desgracia, no había sabido hacer. El corazón le latía con fuerza mientras iba madurando la idea. Pondría a prueba las nuevas técnicas. Araría con caballos en lugar de bueyes y plantaría cosechas de primavera de avena y guisantes en tierras de barbecho. Desbrozaría terrenos para plantar, establecería nuevos mercados y, al cabo de tanto tiempo, abriría a Philip la cantera

Era indudable que el prior había pensado en ello. De todos los planes inteligentes que Philip había concedido al paso de los años, ese era con toda probabilidad el más ingenioso. Resolvía tres problemas de una sola vez. Sacaba a Richard de su difícil situación, ponía a una persona competente a cargo del Condado y recuperaba, al fin, su cantera.





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