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Capítulo Dieciséis 32




Salieron. Un hombre de armas con una espada al cinto, que llevaba un báculo, se colocó delante de Henry mientras caminaban por High Street y luego subían por la colina en dirección a la Puerta Oeste. La gente se apartaba al paso de los dos obispos, pero no así ante Philip, que acabó andando detrás. De vez en cuando alguien pedía la bendición y Henry trazaba el signo de la cruz en el aire sin aminorar el paso. Poco antes de llegar al puesto de guardia torcieron a un lado y atravesaron un puente de madera tendido sobre el foso del castillo. A pesar de que se le había asegurado que no tendría que hablar mucho, Philip sentía un hormigueo de temor en el estómago.

Estaba a punto de ver al rey.

El castillo se alzaba en la parte sudoeste de la ciudad. Sus muros occidental y meridional formaban parte de las murallas de la ciudad, pero los que separaban de la ciudad la parte de atrás del castillo no eran menos altos y fuertes que los de las defensas exteriores, como si el rey necesitara tanta protección frente a los ciudadanos como frente al mundo exterior.

Entraron por una parte baja que había en el muro y al instante se encontraron ante la maciza torre del homenaje que dominaba aquel extremo del recinto. Era una formidable torre cuadrada. Al contar las ventanas estrechas como flechas, Philip calculó que debía tener cuatro pisos. Como siempre, la planta baja consistía en almacenes y una escalera exterior conducía a la entrada de arriba. Un par de centinelas apostados al pie de la escalera se inclinaron al paso de Henry. Entraron en el vestíbulo; había en el suelo algunos asientos rebajados en el muro de piedra, bancos de madera y una chimenea. En una esquina dos hombres de armas protegían la escalera que conducía arriba, inserta en el muro. Uno de los hombres encontró la mirada del obispo Henry y con un gesto de asentimiento subió las escaleras para decir al rey que su hermano estaba esperando.

La inquietud hacía que Philip sintiera náuseas. En los próximos minutos podía quedar decidido todo su futuro. Hubiera deseado sentirse más a gusto con sus aliados. Hubiera deseado haber pasado las primeras horas de la mañana rezando para que las cosas salieran bien en lugar de vagar por Winchester. Hubiera deseado llevar un hábito limpio.

En el salón se encontraban unas veinte o treinta personas, en su mayoría hombres. Parecía haber una mezcolanza de caballeros, sacerdotes y prósperos ciudadanos. De repente a Philip le sobresaltó la sorpresa. Junto al fuego se encontraba Percy Hamleigh, hablando con una mujer y un joven. ¿Qué hacía allí? Las dos personas que se encontraban con él eran su horrible mujer y su embrutecido hijo. Habían colaborado con Waleran, si así podía decirse, en la caída de Bartholomew. Difícilmente podría ser una coincidencia el que se encontraran allí ese día. Philip se preguntó si Waleran los esperaba.

¿Has visto? preguntó Philip a Waleran.

Los he visto replicó tajante Waleran, visiblemente descontento.

Philip tuvo la impresión de que su presencia en esos momentos era un mal presagio, aunque no supiera exactamente por qué. El padre y el hijo se parecían. Ambos eran hombres grandes y corpulentos, de pelo rubio y rostro taciturno. La mujer tenía todo el aspecto del tipo de demonio que torturaba a los pecadores en las pinturas del infierno. Se tocaba constantemente los granos de la cara con una mano esquelética e inquieta. Permanecía en pie apoyándose ora en un pie, ora en el otro, lanzando miradas todo el tiempo alrededor de la habitación. Sus ojos se encontraron con los de Philip y rápidamente desvió la mirada.

El obispo Henry iba de un lado a otro, saludando a los conocidos y bendiciendo a quienes no lo eran, pero al parecer sin perder de vista las escaleras, porque tan pronto como el centinela volvió a bajarlas, Henry le miró y ante el movimiento afirmativo de cabeza del hombre interrumpió la conversación a mitad de la frase.

Waleran subió las escaleras detrás de Henry, y Philip cerró la marcha con el corazón en la boca. El salón en el que entraron era del mismo tamaño y forma que el de abajo, pero el conjunto producía una sensación diferente. De las paredes colgaban reposteros y el suelo de madera, bien fregado, estaba cubierto de alfombras de piel de cordero. En la chimenea ardía un gran fuego y la habitación estaba brillantemente iluminada con docenas de velas. Junto a la puerta había una mesa de roble con plumas, tinta y un montón de hojas de vitela para cartas. Un clérigo se encontraba sentado a ella a la espera de que el rey le dictara.

Lo primero que observó Philip era que el rey no llevaba corona. Vestía una túnica púrpura sobre polainas de piel como si estuviera a punto de montar a caballo. A sus pies estaban tumbados dos grandes perros de caza semejantes a cortesanos favoritos. Se parecía a su hermano, el obispo Henry, pero las facciones de Stephen eran algo más finas, lo que le hacía mejor parecido. Tenía abundante pelo leonado. Sin embargo sus ojos eran igualmente inteligentes. Se reclinó en su gran sillón, que Philip supuso que era un trono, en actitud tranquila, con las piernas estiradas y los codos apoyados en los brazos del asiento. Pese a aquella actitud, en la habitación planeaba un ambiente de tensión. El rey era el único que parecía estar a sus anchas.

Al tiempo que entraban los obispos y Philip, se retiraba un hombre alto con costosa indumentaria. Saludó al obispo Henry con un movimiento familiar de cabeza e ignoró a Waleran. Philip se dijo que con toda probabilidad era un poderoso barón.

El obispo Henry se acercó al rey, inclinándose ante él.

Buenos días, Stephen dijo.

Todavía no he visto a ese bastardo de Ranulf dijo el rey Stephen. Si no aparece pronto le cortaré los dedos.

Estará aquí cualquier día de estos, te lo prometo. Aunque de todos modos tal vez debieras cortarle los dedos.

Philip no tenía idea de quien era Ranulf, ni por qué el rey quería verle, pero tuvo la impresión de que, aún cuando Stephen estaba disgustado, no hablaba en serio en lo que se refería a la mutilación del hombre.

Antes de que Philip ahondara en aquella línea de pensamiento, Waleran dio un paso adelante y se inclinó.

Recordarás a Waleran Bigod, el nuevo obispo de Kingsbridge dijo Henry.

Sí, pero ¿quién es ese? dijo Stephen mirando a Philip.

Es mi prior dijo Waleran.

Waleran no dijo el nombre, por lo que Philip se apresuró a ampliar la información.

Philip de Gwynedd, prior de Kingsbridge.

Su voz sonó más fuerte de lo que era su intención. Se inclinó.

Acércate, padre prior dijo Stephen. Pareces atemorizado ¿Qué es lo que te preocupa?

Philip no sabía cómo responder aquello. Le preocupaban tantas cosas

Estoy preocupado porque no tengo un hábito limpio que ponerme dijo a la desesperada.

Stephen se echó a reír, aunque sin malicia.

Entonces deja de preocuparte le dijo. Y mirando a su hermano, tan bien vestido añadió. Me gusta que un monje parezca un monje, no un rey.

Philip se sintió algo mejor.

Me he enterado de lo del incendio ¿Cómo os las arregláis? preguntó Stephen.

El día del incendio Dios nos envió a un constructor. Reparó los claustros con gran rapidez y para los oficios sagrados utilizamos la cripta. Con su ayuda estamos despejando el enclave para la reconstrucción y además ha dibujado los planos de una iglesia nueva dijo Philip.

Al oír aquello Waleran enarcó las cejas. No estaba enterado de lo de los planos. Philip se lo habría dicho si le hubiera preguntado, pero no lo hizo.

Loablemente rápido dijo el rey. ¿Cuándo empezaréis a construir?

Tan pronto como pueda encontrar el dinero.

Entonces intervino el obispo Henry.

Ese es el motivo de que haya traído conmigo para verte al prior Philip y al obispo Waleran. Ni el priorato ni la diócesis disponen de recursos para financiar un proyecto de tal envergadura.

Y tampoco la Corona, mi querido hermano dijo Stephen.

Philip se sintió desalentado. No era aquel un buen comienzo.

Lo sé. Por eso he buscado la manera de que puedas hacer posible para ellos la reconstrucción de Kingsbridge, sin costo alguno para ti dijo Henry.

Stephen se mostró escéptico.

¿Y has tenido éxito en la concepción de un proyecto tan ingenioso, por no decir mágico?

Sí. Y mi sugerencia consiste en que cedas las tierras del conde de Shiring a la diócesis para que pueda financiar el programa de reconstrucción.

Philip contuvo el aliento.

El rey pareció pensativo.

Waleran abrió la boca dispuesto a hablar, pero Henry le hizo callar con un gesto.

Es una idea inteligente. Me gustaría hacerlo dijo el rey.

A Philip le dio un salto el corazón.

Lo malo es que acabo de prometer virtualmente el condado a Percy Hamleigh dijo el rey.

Philip no pudo acallar un lamento. Había pensado que el rey iba a decir que sí. La decepción fue como una puñalada.

Henry y Waleran quedaron pasmados. Nadie había previsto aquello.

Henry fue el primero en hablar.

¿Virtualmente? preguntó.

El rey se encogió de hombros.

Podría zafarme del compromiso, aunque resultaría considerablemente embarazoso. Después de todo fue Percy quien condujo ante la justicia al traidor Bartholomew.

No sin ayuda, mi señor intervino rápido Waleran.

Sabía que tuviste cierta parte en ello.

Fui yo quien informó a Percy Hamleigh de la conspiración contra vos.

Sí. Y a propósito ¿cómo lo supiste tú?

Philip se agitó nervioso. Estaban pisando terreno peligroso. Nadie debía saber que en su origen la información procedía de su hermano Francis, ya que este seguía trabajando para Robert de Gloucester, a quien le había sido perdonada su intervención en la conspiración.

La información me llegó a través de una confesión en el lecho de muerte dijo Waleran.

Philip se sintió aliviado. Waleran estaba repitiendo la mentira que Philip le había dicho a él, pero hablando como si esa confesión se la hubieran hecho a él y no a Philip. Pero este se sentía más que contento de que la atención se apartara de su propia persona en todo ese asunto.

Aun así fue Percy y no tú quien lanzó el ataque contra el castillo de Bartholomew, jugándose el todo por el todo, y quien arrestó al traidor.

Puedes recompensar a Percy de cualquier otra manera le sugirió Henry.

Lo que quiere Percy es Shiring dijo Stephen. Conoce la zona. Y la gobernará de forma efectiva. Podría darle Cambridgeshire, pero ¿le seguirían los hombres de los pantanos?

Primero debes dar gracias a Dios y después a los hombres. Fue Dios quien te hizo rey dijo Henry.

Pero Percy arrestó a Bartholomew.

Henry se sintió ofendido ante tamaña irreverencia.

Dios lo controla todo

No insistas en ello dijo Stephen alzando la mano derecha.

Está bien repuso Henry en actitud sumisa.

Aquello fue una clara demostración del poder real. Por un momento habían estado discutiendo casi como iguales, pero Stephen con una breve frase había recuperado la ventaja.

Philip se sintió amargamente decepcionado. Al principio le pareció que era una petición imposible, pero poco a poco había empezado a pensar que se la concedería, imaginando incluso cómo utilizaría aquella riqueza. Ahora había vuelto a la realidad con un fuerte batacazo.

Mi señor rey dijo Waleran. Os doy gracias por mostraros dispuesto a reconsiderar el futuro del condado de Shiring, y esperaré vuestra decisión con ansiedad y oración.

Era impecable, se dijo Philip. Parecía como si Waleran aceptara con elegancia. De hecho venía a recapitular que la cuestión quedaba todavía pendiente. El rey no había dicho eso. Bien analizada, la respuesta había sido negativa. Pero no había nada ofensivo en insistir en que el rey todavía podía inclinar su decisión a uno u otro lado. Debo recordar esto, pensó Philip; cuando estés a punto de recibir una negativa, trata de lograr un aplazamiento.

Stephen vaciló un instante, como si albergara una leve sospecha de que le estaban manejando. Luego pareció desechar cualquier duda.

Gracias a los tres por haber venido a verme dijo.

Philip y Waleran dieron media vuelta y se dispusieron a salir, pero Henry siguió en sus trece.

¿Cuándo conoceremos tu decisión?

De nuevo Stephen pareció sentirse en cierto modo acorralado.

Pasado mañana dijo.

Henry se inclinó y los tres salieron de la habitación.

La incertidumbre era casi tan mala como una negativa. Philip encontraba insoportable la espera. Pasó la tarde con la maravillosa colección de libros del priorato de Winchester, pero ni siquiera ellos eran capaces de impedir que siguiera especulando sobre lo que el rey tendría en la mente. ¿Podía el rey desdecirse de la promesa que había hecho a Percy Hamleigh? ¿Hasta qué punto era Percy importante? Era un miembro de la pequeña aristocracia rural que aspiraba a un condado. Con toda seguridad Stephen no tenía motivo alguno para temer ofenderle. Pero ¿hasta qué punto Stephen quería ayudar a Kingsbridge? Era notorio que los reyes se hacían más devotos con la edad. Y Stephen era joven.

Philip se encontraba barajando una y otra vez las posibilidades en su mente y mirando, aunque sin leer, el De Consolatione Philosophiae Libri V de Boecio, cuando un novicio llegó prácticamente de puntillas por una de las galerías del claustro y se acercó a él con timidez.

En el patio exterior hay alguien que pregunta por vos, padre le susurró el muchacho.

Era evidente que no se trataba de un monje, ya que habían hecho esperar afuera al visitante.

¿Quién es? preguntó Philip.

Es una mujer.

La primera y aterradora idea que acudió al pensamiento de Philip era que se trataba de la prostituta que le había abordado delante de la casa de la moneda. Pero aquel día se había encontrado con la mirada de otra mujer.

¿Qué aspecto tiene?

El muchacho hizo un gesto de aversión.

Philip asintió comprensivo.

Regan Hamleigh. ¿Qué nueva maldad estaría concibiendo?. Voy en seguida.

Recorrió despacio y pensativo los claustros y salió al patio. Necesitaría de todo su ingenio para tratar con esa mujer.

Regan se encontraba en pie, delante del locutorio del intendente, envuelta en una gruesa capa, ocultando su rostro con una capucha. Miró a Philip con tan clara malevolencia que este estuvo en un tris de dar media vuelta e irse de inmediato por donde había venido. Pero luego se sintió avergonzado de huir ante una mujer y se mantuvo firme.

¿Qué quieres de mí? preguntó.

¡Monje necio! escupió ¿Cómo podéis ser tan estúpido?

Se sintió enrojecer.

Soy el prior de Kingsbridge. Y mejor será que me llames Padre le dijo. Pero se dio cuenta, fastidiado, de que parecía más bien petulante que autoritario.

Muy bien, padre, ¿cómo es posible que os dejéis utilizar por esos dos obispos codiciosos?

Philip aspiró hondo.

¡Habla sin rodeos! dijo enfadado.

Resulta difícil encontrar palabras bastante claras para alguien tan necio como vos, pero lo intentaré. Waleran está utilizando la iglesia incendiada como pretexto para hacerse con las tierras del condado de Shiring en su propio provecho. ¿He hablado con bastante claridad? ¿Habéis captado la idea?

El tono desdeñoso de Regan seguía sulfurando a Philip, pero no pudo resistir a la tentación de defenderse.

No hay nada oculto en todo ello dijo. Los ingresos procedentes de la tierra están destinados a reconstruir la catedral.

¿Qué os hace pensar eso?

Esa era la idea protestó Philip, aunque en el fondo de la mente empezara a sentir el resquemor de la duda.

Cambió el tono desdeñoso de Regan que se hizo malicioso.

¿Pertenecerán las nuevas tierras al priorato? ¿O más bien a la diócesis? insinuó.

Philip se la quedó mirando un instante y luego apartó la vista. El rostro de aquella mujer era demasiado repelente. Él había estado trabajando con la presunción de que las tierras pertenecerían al priorato y estarían bajo su control, y no la diócesis, en cuyo caso el control lo tendría Waleran. Pero en aquel momento recordó que cuando fueron recibidos por el rey, el obispo Henry había pedido específicamente al rey que aquellas tierras fueran dadas a la diócesis. Philip supuso en aquel momento que se trataba de un lapsus linguae. Pero no recordaba que lo hubieran subsanado entonces ni después.

Observó suspicaz a Regan. Era imposible que hubiera sabido de antemano lo que Henry iba a decir al rey. Tal vez tuviera razón respecto a ello. Quizá sólo estuviera intentando crear dificultades. Con una disputa entre Philip y Waleran, llegado a ese punto, ella llevaba todas las de ganar.

Waleran es el obispo y ha de tener una catedral dijo Philip.

Ha de tener un montón de cosas aclaró ella. Al empezar a razonar parecía menos malévola y más humana, pero aún así Philip no podía soportar mirarla por mucho tiempo. Para algunos obispos lo primero sería una hermosa catedral. Waleran tiene otras necesidades. En cualquier caso, mientras tenga en su mano los cordones de la bolsa se encontrará en posición de conceder lo que le parezca, mucho o poco, a vos y a vuestros constructores.

Philip se dio cuenta de que, al fin, Regan tenía razón en algo. Si fuera Waleran quien cobrara las rentas, naturalmente retendría parte de ellas para sus gastos. Y únicamente él podría fijar esa parte. No habría nada que le impidiera desviar los fondos para asuntos ajenos a la catedral, si así lo deseaba. Y Philip nunca sabría de un mes para otro si estaría en condiciones de pagar a los constructores.

No cabía la menor duda de que sería preferible que fuera el priorato el que tuviera la propiedad de la tierra. Pero Philip estaba seguro de que Waleran se opondría a esa idea y de que el obispo Henry respaldaría a Waleran. Para Philip la única esperanza era el rey. Y el rey Stephen, al ver a los hombres de la iglesia divididos, era posible que resolviera el problema entregando el condado a Percy Hamleigh.

Que naturalmente era lo que Regan buscaba.

Philip negó con la cabeza.

Si Waleran está intentando engañarme, ¿para qué habría de traerme aquí? Hubiera podido venir solo y presentar su súplica.

Ella asintió.

Pudo haberlo hecho. Pero también el rey podía haberse preguntado hasta qué punto era sincero Waleran al decir que sólo quería el condado para construir una catedral. Vos habéis hecho que desapareciese cualquier duda que Stephen pudiese albergar al aparecer aquí para apoyar la solicitud de Waleran. Su tono se hizo de nuevo desdeñoso. Y vos tenéis un aspecto tan patético con vuestro hábito manchado que habéis inspirado lástima al rey. No, Waleran fue muy listo al traeros con él.

Philip tenía la horrible sensación de que tal vez Regan estuviera en lo cierto, pero no estaba dispuesto a admitirlo.

Lo que pasa es que tú quieres el condado para tu marido le dijo.

Si pudiera daros la prueba, ¿cabalgaríais medio día para verla vos mismo?

Lo último que quería Philip era verse enredado en las manipulaciones de Regan. Pero tenía que averiguar si su alegato era verdadero.

Sí, cabalgaré medio día admitió a disgusto.

¿Mañana?

Sí.

Estad preparado al amanecer.

Era William Hamleigh, el hijo de Percy y Regan, quien a la mañana siguiente estaba esperando a Philip en el patio exterior cuando los monjes empezaban a cantar prima. Philip y William salieron de Winchester por la Puerta Oeste, torciendo de inmediato hacia el Norte en la calle Athelynge. Philip pronto se dio cuenta de que el palacio del obispo Waleran estaba en esa dirección y se encontraba a medio día de viaje. De manera que allí era a donde iban. Pero ¿por qué? Se sentía profundamente receloso, y decidió mantenerse alerta ante cualquier astucia. Era muy posible que los Hamleigh intentaran utilizarlo. Hizo cábalas de cómo podrían hacerlo. Tal vez Waleran poseyera algún documento que los Hamleigh quisieran ver o incluso robar, alguna especie de escritura o carta de privilegio. El joven Lord William podía decir al servicio del obispo que habían enviado a los dos a buscar el documento. Seguramente le creerían por ir Philip con él. Era muy posible que William escondiera una carta en la manga. Philip tenía que mantenerse en guardia. Era una mañana gris y melancólica, bajo una fina lluvia. William cabalgó a buena marcha durante las primeras millas, pero luego disminuyó el ritmo para dejar que descansaran los caballos.

Así que quiere quitarme el condado, monje dijo al cabo de un rato.

Philip quedó desconcertado ante su tono hostil. No había hecho nada para merecerlo y le molestó, así que su respuesta fue dura.

¿A ti? dijo. Tú no vas a tenerlo, muchacho. Puede que lo reciba yo, o tu padre, o quizás el obispo Waleran. Pero nadie ha pedido al rey que te lo dé a ti. Eso suena a broma.

Yo lo heredaré.

Eso está por verse. Philip llegó a la conclusión de que no valía la pena discutir con William. No te deseo ningún mal dijo en tono conciliatorio. Lo único que yo quiero es construir una nueva catedral.

Entonces quedaos con el condado de algún otro dijo William. ¿Por qué la gente ha de tomarla siempre con nosotros?

Philip se dio cuenta de que había una gran amargura en el tono del muchacho.

¿La toma la gente siempre con vosotros? le preguntó.

Cabía esperar que hubieran aprendido la lección de lo ocurrido a Bartholomew. Insultó a nuestra familia y mirad dónde está ahora.

Creí que era su hija la responsable del insulto.

Esa zorra es tan orgullosa y arrogante como el padre. Pero también ella sufrirá. Al final todos se arrodillarán ante nosotros, ya verá.

Esos no eran los sentimientos naturales de un muchacho de veinte años, se dijo Philip. William se asemejaba más a una mujer de mediana edad envidiosa y virulenta. Philip no disfrutaba en modo alguno con aquella conversación. La mayoría de la gente disimulaba su enconado odio con una cierta elegancia, pero William era demasiado tosco para hacerlo.

Más vale dejar la venganza para el día del Juicio Final dijo Philip.

¿Por qué no esperáis vos al día del Juicio Final para construir vuestra iglesia?

Porque para entonces será demasiado tarde para salvar las almas de los pecadores de los tormentos del infierno.

¡No empecéis con eso! dijo William con una nota de histeria en la voz. ¡Reservadlo para vuestros sermones!

Philip se sintió tentado de darle otra réplica mordaz, pero se mordió la lengua. Había algo muy extraño en aquel muchacho. Tenía la sensación de que William podía ser presa en cualquier momento de una furia incontrolable y que si se enfurecía podía ser extraordinariamente violento. Philip no le tenía miedo. No temía a los hombres violentos, tal vez porque de niño había visto lo peor que eran capaces de hacer y había sobrevivido. Pero nada se ganaba enfureciendo a William con reprimendas, así que le habló con calma.

El cielo y el infierno es de lo que yo me ocupo. La virtud y el pecado, el perdón y el castigo, lo bueno y lo malo. Me temo que no puedo guardar silencio respecto a ellos.

Entonces hablad con vos mismo dijo William y espoleando al caballo lo puso al trote apartándose de Philip.

Cuando se encontraba ya a cuarenta o cincuenta yardas de distancia de Philip, volvió a reducir la marcha. Este se preguntó si el muchacho reduciría la marcha y volvería para cabalgar a su lado, pero no lo hizo y durante el resto de la mañana cabalgaron separados.

Philip se sentía inquieto y algo deprimido; había perdido el control de su destino. En Winchester había dejado que Waleran Bigod llevara la voz cantante y en esos momentos permitía que William Hamleigh le indujera a hacer ese viaje misterioso. Todos están intentando manipularme, se dijo. ¿Por qué permito que lo hagan? Es hora de que sea yo quien empiece a tomar la iniciativa. Pero en ese momento no había nada que pudiera hacer, salvo dar media vuelta y volver a Winchester, y ello parecía un gesto fútil, de manera que siguió tras William, contemplando meditabundo los cuartos traseros del caballo de este mientras continuaban cabalgando.

Poco antes del mediodía llegaron al valle donde se alzaba el palacio del obispo. Philip recordaba haber acudido allí a principios de año, terriblemente agitado, llevando consigo un secreto mortal. Desde entonces habían cambiado extraordinariamente un montón de cosas.

Ante su sorpresa, William dejó atrás el palacio y empezó a subir por la colina. El camino se estrechaba hasta convertirse en un pequeño sendero entre los campos. Philip sabía que no conducía a ninguna parte importante. A medida que alcanzaban la cima de la colina, Philip observó que se estaban llevando a cabo obras de edificación. Algo por debajo de la cima les detuvo, un banco de tierra que parecía cavada recientemente. A Philip le asaltó una terrible sospecha.

Apartándose, cabalgaron a lo largo del banco hasta encontrar un hueco. En el interior del banco había un foso seco, relleno a esa altura para permitir que pasara la gente. Lo atravesaron.

¿Es esto lo que hemos venido a ver? preguntó Philip.

William se limitó a asentir con la cabeza.

Había quedado confirmada la sospecha de Philip. Waleran estaba construyéndose un castillo. Sintió una inmensa tristeza.

Aguijó a su caballo y atravesó la cuneta con William a la zaga. La cuneta y el banco rodeaban la cima de la colina. Junto al borde interior de la cuneta se había levantado un grueso muro de piedra hasta una altura de dos o tres pies. Era evidente que el muro estaba sin terminar, y a juzgar por su grosor se había pensado que fuera muy alto.





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