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Capítulo Dieciséis 7




Tom tenía el sueño ligero y se despertó inmediatamente al oír los quejidos de Agnes.

¿Qué pasa? susurró.

Ella volvió a quejarse. Tenía la cara pálida y los ojos cerrados.

Ya viene el niño dijo.

Tom se quedó sin respiración por un instante. Aquí no se dijo, aquí no, sobre un suelo helado en el corazón del bosque.

Pero aún no es el tiempo dijo.

Se ha adelantado.

¿Has roto aguas? preguntó Tom, tratando de mantener la calma.

Poco después de irnos de la cabaña del guarda forestal jadeó Agnes sin abrir los ojos.

¿Y los dolores?

Los tengo desde entonces.

Muy propio de ella mantenerlo en silencio. Entretanto, Alfred y Martha se habían despertado.

¿Qué pasa? preguntó Alfred.

El niño está a punto de nacer dijo Tom.

Martha se echó a llorar. Tom frunció el entrecejo, pensativo.

¿Podrías esperar hasta que volvamos a la cabaña del guarda? preguntó a Agnes. Al menos allí tendría un techo, paja donde tumbarse y alguien que le ayudara.

Agnes sacudió la cabeza.

El niño se ha desprendido ya.

Entonces no tardará mucho.

Se encontraban en la zona más desierta del bosque. En toda la mañana no habían visto una sola aldea y el guarda les había dicho que tampoco verían ninguna durante todo el día siguiente. Ello quería decir que no había posibilidad alguna de encontrar a una mujer que pudiera hacer de partera. El mismo Tom tendría que sacar al bebé. Pero con aquel frío y con sólo la ayuda de los niños, y si algo iba mal no tenía medicinas ni conocimientos

Es culpa mía se dijo Tom, la dejé embarazada y luego en la miseria. Confiaba en mí para que la mantuviera y ahora está dando a luz al aire libre en pleno invierno. Siempre había despreciado a las mujeres que traían hijos al mundo y luego dejaban que se muriesen de hambre. Y ahora no era mejor que ellas. Se sintió avergonzado.

Estoy tan cansada dijo Agnes. No creo que pueda traer a este niño al mundo. Sólo quiero descansar.

A la luz de la hoguera la cara le brillaba cubierta por una fina capa de sudor. Tom comprendió que tenía que sobreponerse. Iba a tener que darle fuerzas a Agnes.

Yo te ayudaré le dijo.

No había nada misterioso ni complicado en lo que estaba a punto de suceder. Él había sido testigo del nacimiento de varios niños. La tarea la realizaban por lo general las mujeres, ya que ellas sabían cómo se sentía la madre, y ello les permitía prestarle una mejor ayuda, pero no había motivo alguno para que un hombre no lo hiciera, llegado el caso. En primer lugar tenía que hacer que se sintiera cómoda. Luego, averiguar lo avanzado del parto. Después, hacer los preparativos necesarios y por último tranquilizarla mientras esperaran.

¿Cómo te encuentras? le preguntó.

Con frío contestó ella.

Acércate más al fuego le indicó Tom al tiempo que se quitaba la capa y la extendía sobre el suelo, a un paso de distancia del fuego.

Tom la levantó sin esfuerzo y la dejó sobre la capa con suavidad.

Se arrodilló junto a ella. La túnica de lana que Agnes llevaba debajo de su propia capa estaba abotonada de arriba a abajo. Tom le desabrochó dos botones e introdujo la mano. Agnes lanzó una leve exclamación.

¿Te duele? preguntó él sorprendido y preocupado.

No repuso ella con una leve sonrisa. Tienes las manos frías.

Palpó la forma de su vientre. Lo tenía más abultado y puntiagudo que la noche anterior, cuando los dos durmieron juntos sobre la paja del suelo en la cabaña de un campesino. Tom apretó algo más tanteando la forma del niño por nacer. Encontró un extremo del cuerpo exactamente debajo del ombligo de Agnes pero no lograba localizar el otro extremo.

Puedo palpar su trasero, pero no la cabeza dijo.

Eso es porque va de camino le aseguró ella.

La cubrió, remetiéndole la capa por debajo. Tenía que hacer rápidamente los preparativos. Miró a los niños. Martha se sorbía las lágrimas. Alfred parecía asustado. Sería buena cosa darles algo en qué ocuparse.

Coge la olla y llévala junto al arroyo, Alfred. Límpiala y vuélvela a traer llena de agua fresca. Y tú, Martha, coge algunos juncos y hazme dos trozos de cordel, cada uno de ellos lo bastante grande para una gargantilla. Venga, aprisa. Para cuando amanezca tendréis otro hermano o hermana.

Cada uno se fue por su lado. Tom sacó su cuchillo de comer y una piedra pequeña y dura y empezó a afilar la hoja. Agnes volvió a quejarse. Tom dejó el cuchillo y le cogió la mano.

Así había permanecido sentado junto a ella cuando nacieron los otros; Alfred, luego Matilda que murió a los dos años, y Martha. Y el hijo que nació muerto, un niño al que Tom, en secreto, pensaba ponerle el nombre de Harold. Pero en cada ocasión siempre había habido alguien más, dando seguridad y confianza; para Alfred, la madre de Agnes, para Matilda y Harold, una partera de la aldea, y para Martha nada menos que la dama del señorío. Esta vez tendría que hacerlo solo, aunque sin mostrar su inquietud. Debía hacer que Agnes se sintiera contenta y confiada.

Pasado el espasmo, Agnes se tranquilizó.

¿Recuerdas cuando nació Martha y Lady Isabella hizo de partera? le preguntó Tom.

Agnes sonrió.

Estabas construyendo una capilla para el señor y le pediste que enviara a la doncella a la aldea en busca de la partera.

Y ella dijo ¿Esa vieja bruja borracha? No la dejaría traer al mundo a una camada de perros lobos. Y nos llevó a su propia cama y Lord Robert no pudo acostarse hasta que hubo nacido Martha.

Era una buena mujer.

No hay muchas damas como ella.

Alfred volvió con la olla llena de agua fría. Tom la colocó cerca del fuego, aunque no lo bastante cerca para que hirviera. Así tendrían agua templada. Agnes buscó debajo de su capa y sacó una pequeña bolsa de lino conteniendo trapos limpios que llevaba preparados.

Martha también regresó con las manos llenas de juncos y se sentó en el suelo para trenzarlos.

¿Para qué necesitas cordeles? preguntó.

Para algo muy importante, ya verás dijo Tom. Hazlos bien.

Alfred parecía inquieto e incómodo.

Vete a buscar más leña le dijo Tom. Hagamos una buena hoguera.

El muchacho se alejó, contento por tener algo que hacer.

El rostro de Agnes se tensó con el esfuerzo al empezar de nuevo, por sacar un niño de su vientre, emitiendo un ruido semejante a un árbol crujiendo bajo la galerna. Tom se dio cuenta que el esfuerzo estaba acabando con sus últimas reservas de energía. Deseaba de todo corazón haber podido soportarlo en su lugar por darle a ella algo de alivio. Finalmente pareció que se calmaba el dolor y Tom volvió a respirar algo más tranquilo. Daba la impresión de que Agnes dormitaba.

Alfred volvió con una brazada de leña pequeña.

Agnes volvió a espabilarse.

Tengo mucho frío dijo.

Echa leña al fuego, Alfred. Y tú, Martha, túmbate junto a madre y procura que esté caliente dijo Tom.

Ambos obedecieron con expresión inquieta. Agnes rodeó con brazos a Martha, manteniéndola apretada contra sí. Tenía escalofríos.

Tom estaba tremendamente preocupado. El fuego ardía con fuerza y crepitaba, pero el aire era cada vez más frío. Podía llegar a ser uno que matara al bebé con su primer aliento. No era desconocido que los niños nacieran al aire libre, de hecho solía ocurrir durante la temporada de la recolección, cuando todo el mundo estaba ocupado, y las mujeres trabajaban hasta el último minuto. Pero entonces la tierra estaba seca, la hierba verde y el aire fragante; jamás se ha sabido de una mujer que diera a luz al aire libre en invierno.

Agnes se incorporó, apoyándose en un codo, y abrió más las piernas.

¿Qué pasa? preguntó Tom asustado.

Agnes estaba haciendo un esfuerzo demasiado fuerte para poder contestar.

Alfred, arrodíllate detrás de tu madre y deja que se apoye contra ti dijo Tom.

Cuando Alfred se encontró en posición, Tom abrió la capa de Agnes y desabrochó la falda de su vestido. Arrodillándose entre las piernas de ella pudo ver que la abertura del alumbramiento empezaba a dilatarse.

Ya no falta mucho, cariño murmuró, esforzándose por afirmar la voz, temblorosa por el temor.

Agnes volvió a tranquilizarse, cerrando los ojos y descargando todo su peso sobre Alfred. La abertura pareció contraerse algo. En el bosque reinaba el silencio, salvo por el crepitar de la gran hoguera. De repente, Tom pensó en cómo había alumbrado Ellen, la proscrita, sola en el bosque. Debió de ser terrorífico; había dicho que tenía miedo de que llegara un lobo mientras se encontraba indefensa, y robara al bebé recién nacido. Según se decía, este año los lobos se mostraban más audaces que de costumbre, pero seguramente no atacarían a un grupo de cuatro personas.

Agnes volvió a ponerse tensa y nuevas gotas de sudor brillaron en su rostro contraído. Ya estamos, pensó Tom. Estaba asustado. Vio abrirse de nuevo la abertura y ahora ya podía distinguir a la luz del fuego el pelo negro y húmedo de la cabeza del bebé, que aparecía por ella. Pensó en rezar pero ya no había tiempo. Agnes empezó a respirar con jadeos breves y rápidos. La abertura siguió ensanchándose hasta un punto que parecía imposible, y en seguida empezó a salir la cabeza boca abajo. Un instante después Tom vio las orejas arrugadas, pegadas a cada lado de la cabeza del bebé, y luego los pliegues de la piel del cuello. Aún no podía ver si el niño era normal.

Tiene la cabeza fuera dijo, aunque naturalmente Agnes ya lo sabía porque podía sentirlo. Volvió a tranquilizarse. El bebé se volvió lentamente de manera que Tom le pudo ver los ojos y la boca cerrados, húmedos por la sangre y los fluidos viscosos del vientre.

¡Ah! ¡Mirad qué carita! gritó Martha.

Agnes la oyó y sonrió levemente. Luego empezó de nuevo con los esfuerzos. Tom, inclinándose hacia delante entre los muslos de ella, sujetó con la mano izquierda la pequeña cabeza mientras iban saliendo los hombros, primero uno y luego el otro. A continuación salió precipitadamente el resto del cuerpo y Tom puso la mano derecha debajo de las caderas del bebé para sostenerlo, mientras sus diminutas piernas salían al frío mundo.

La abertura de Agnes empezó a cerrarse inmediatamente alrededor del palpitante cordón azul que salía del ombligo del niño.

Tom levantó en alto al bebé y lo examinó ansioso. Había mucha sangre y al principio temió que algo había ido terriblemente mal, pero al examinarlo de cerca no pudo ver ninguna herida. Miró entre las piernas. Era un chico.

¡Es horrible! dijo Martha.

Es perfecto aseguró Tom, y sintió que las piernas le flaqueaban por el alivio. Un chico perfecto.

El niño abrió la boca y se echó a llorar.

Tom miró a Agnes. Sus ojos se encontraron y ambos sonrieron.

Tom mantuvo apretado contra su pecho al diminuto bebé.

Saca un bol de agua de la olla, Martha. La niña se levantó de un salto para hacer lo que le decían. ¿Dónde están esos paños, Agnes?

Agnes señaló la bolsa de hilo que estaba en el suelo junto a su hombro. Alfred se la alargó a Tom. Corrían las lágrimas por la cara del muchacho. Era la primera vez que había visto nacer a un niño.

Tom humedeció un trapo en el bol de agua caliente y limpió con delicadeza la sangre y las mucosidades de la cara del niño. Agnes se desabrochó la parte delantera de la túnica y Tom puso al niño en sus brazos. Mientras le miraba el cordón azul que iba del vientre del niño a la ingle de Agnes, dejó de palpitar y se encogió, poniéndose blanco.

Dame esos dos cordeles que has hecho. Ahora veras para qué eran dijo Tom a Martha. La niña le dio los dos largos de juncos trenzados. Tom los ató los dos alrededor del cordón umbilical, apretando con fuerza los nudos. Luego con el cuchillo cortó el cordón entre los nudos.

Luego se echó hacia atrás, permaneciendo en cuclillas. Lo habían logrado. Lo peor había pasado y el bebé estaba bien. Se sentía orgulloso.

Agnes movió al niño para poner su carita sobre su pecho. La diminuta boca encontró el pezón bien desarrollado, dejó de llorar y empezó a chupar.

¿Cómo sabe que ha de hacer eso? preguntó Martha asombrada.

Es un misterio le aseguró Tom. Luego, alargándole el bol, añadió: Tráele a tu madre un poco de agua fresca para beber.

¡Ah! Sí dijo Agnes agradecida, como si acabara de darse cuenta de que se sentía desesperadamente sedienta. Martha le llevó el agua; Agnes bebió hasta la última gota. Está estupenda dijo. Gracias.

Miró al niño que seguía mamando y luego a Tom.

Eres un buen hombre dijo con voz queda. Te quiero.

Tom sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Sonrió a Agnes y luego bajó la mirada. Se dio cuenta de que seguía sangrando mucho. El arrugado cordón umbilical, que todavía seguía sangrando lentamente, había caído en un charco de sangre sobre la capa de Tom, entre las piernas de ella.

Levantó de nuevo la vista. El bebé había dejado de mamar y se había quedado dormido. Agnes lo arropó en su capa y cerró los ojos.

¿Esperas algo? preguntó Martha al cabo de un momento.

Tom respondió.

Las secundinas.

¿Y eso qué es?

Ya lo verás.

Madre e hijo dormitaron durante un rato, y luego Agnes abrió los ojos. Sus músculos se tensaron, la abertura se dilató ligeramente y apareció la placenta. Tom la cogió y se quedó mirándola. Era como algo sobre el mostrador de un carnicero. Al mirarla con mayor atención vio que parecía rota, como si le faltara un trozo. Pero nunca había visto ninguna tan de cerca después de un alumbramiento; suponía que siempre serian así, porque siempre debían desgajarse del vientre. La arrojó al fuego. Al quemarse hizo un olor extremadamente desagradable, pero si la hubiera tirado al bosque hubiera podido atraer a zorros, e incluso a algún lobo.

Agnes seguía sangrando. Tom recordaba que con las secundinas siempre había cierto derramamiento de sangre, pero no recordaba que fuera tan abundante. Se dio cuenta de que la crisis no había llegado a su fin. Por un instante se sintió mareado a causa de la tensión y la falta de comida. Pero en seguida se recuperó.

Todavía sangras un poco dijo a Agnes, tratando de disimular la preocupación que sentía.

Pronto terminará dijo ella. Tápame.

Tom le abrochó la falda y luego le envolvió la capa alrededor de las piernas.

¿Puedo descansar ahora? preguntó Alfred.

Aún seguía arrodillado detrás de Agnes, sosteniéndola. Debía de estar entumecido de permanecer tanto tiempo en la misma postura.

Me pondré yo dijo Tom.

Agnes estaría más cómoda con el bebé si pudiera mantenerse incorporada a medias, pensó. Y además, un cuerpo detrás de ella le mantendría la espalda caliente y la protegería del viento. Cambió de sitio con Alfred. Este se quejó dolorido al estirar sus piernas. Tom rodeó con los brazos a Agnes y al niño.

¿Cómo te sientes? le preguntó.

Cansada.

El recién nacido empezó a llorar. Agnes lo colocó de forma que le encontrara el pezón. Mientras mamaba, ella parecía dormida.

Tom estaba inquieto. El cansancio era normal, pero lo que le preocupaba era aquella especie de letargo que padecía Agnes. Estaba demasiado débil.

El bebé se quedó dormido y poco después los otros dos niños; Martha acurrucada junto a Agnes y Alfred tumbado junto a la parte más alejada de la hoguera. Tom mantenía abrazada a Agnes, acariciándola con ternura. De vez en cuando le daba un beso en la cabeza.

Sintió relajarse el cuerpo de ella al sumirse en un sueño cada vez más profundo. Llegó a la conclusión de que probablemente sería lo mejor para ella. Le tocó la mejilla; tenía la tez pegajosa de humedad pese a sus esfuerzos por mantenerla caliente. Metió la mano por debajo de la capa de ella y tocó el pecho del pequeño. El niño estaba caliente y el corazón le latía con fuerza. Tom sonrió. Un bebé vigoroso, se dijo, un superviviente.

Agnes se movió ligeramente.

¿Tom?

Dime.

¿Recuerdas la noche que fui a tu vivienda, cuando estabas trabajando en la iglesia de mi padre?

Pues claro contestó él dándole unas palmaditas. ¿Cómo podría olvidarlo?

Nunca lamenté haberme entregado a ti. Nunca, ni por un solo momento. Me siento tan contenta cada vez que pienso en aquella noche

Estaba muy contento de saberlo.

Se quedó un rato adormilada. Luego habló de nuevo.

Espero que construyas tu catedral dijo.

Le sorprendió aquello.

Creí que estabas en contra de ello.

Sí, pero estaba equivocada. Te mereces algo hermoso.

Tom no comprendía lo que ella quería decir.

Construye una hermosa catedral para mí siguió diciéndole Agnes. No parecía estar en sus cabales. Tom se alegró de que volviera a dormirse, pero esta vez su cuerpo parecía completamente fláccido y la cabeza caída a un lado. Tom hubo de sujetar al niño para evitar que cayera de su pecho.

Permanecieron así durante bastante tiempo. Finalmente el bebé despertó de nuevo y empezó a llorar. Agnes no reaccionó. El llanto despertó a Alfred que dio media vuelta rodando y miró a su hermano recién nacido.

Tom sacudió con suavidad a Agnes.

Despierta dijo. El pequeño quiere mamar.

¡Padre! exclamó Alfred con voz asustada. ¡Mírale la cara!

Tom tuvo una corazonada. Había sangrado demasiado.

¡Agnes! dijo ¡Despierta!

No hubo respuesta. Agnes estaba inconsciente. Tom se levantó, sosteniéndola por la espalda hasta dejarla tumbada sobre el suelo.

Agnes tenía el rostro lívido.

Temeroso de lo que iba a encontrarse, abrió la capa que le envolvía las piernas.

Había sangre por todas partes.

Alfred lanzó una exclamación entrecortada al tiempo que se volvía de espaldas.

¡Protégenos, señor! musitó Tom.

El llanto del bebé despertó a Martha. Al ver la sangre empezó a chillar. Tom, sujetándola, le dio una bofetada. La niña se quedó callada.

No grites le dijo Tom con calma mientras la soltaba.

¿Se está muriendo madre? preguntó Alfred.

Tom puso la mano bajo el pecho izquierdo de Agnes. El corazón no le latía.

No le latía.

Apretó con más fuerza. Estaba caliente y su pesado pecho descansó sobre la mano de él, pero no respiraba y el corazón no le latía.

Algo como un entumecimiento, como una niebla, invadió a Tom. Agnes se había ido. Le miró el rostro. ¿Cómo era posible que no respirara? Ansiaba que se moviera, que abriera los ojos, que hablara. Seguía manteniendo la mano sobre su pecho. A veces un corazón podía empezar a latir de nuevo, decía la gente pero Agnes había perdido tanta sangre

Miró a Alfred.

Madre ha muerto musitó.

Alfred le miraba mudo. Martha empezó a llorar. El recién nacido también lloraba. Tengo que cuidar de ellos pensó Tom. He de ser fuerte por ellos.

Pero ansiaba llorar, rodear a Agnes con sus brazos y mantener junto a él su cuerpo mientras se enfriaba, y recordarla cuando era una muchacha, riendo y haciendo el amor. Necesitaba sollozar de rabia y agitar el puño frente a los cielos implacables. Endureció su corazón. Tenía que dominarse, tenía que ser fuerte por sus hijos.

Tenía los ojos secos.

¿Qué hago primero?, se dijo.

Cavar una tumba.

Tengo que cavar un agujero muy hondo para depositarla en el que no se acerquen los lobos, y conservar sus huesos hasta el día del Juicio Final. Luego rezar una oración por su alma. Agnes, Agnes, ¿por qué me has dejado solo?

El recién nacido seguía llorando. Tenía los ojos fuertemente cerrados y abría y cerraba la boca de forma rítmica, como si pudiera recibir sustento del aire. Necesitaba que le alimentaran. Los pechos de Agnes rebosaban de leche tibia. ¿Por qué no?, se dijo Tom. Colocó al bebé frente al pecho de ella. El niño encontró el pezón y empezó a mamar. Tom ciñó la capa de Agnes alrededor del niño.

Martha estaba mirando, con los ojos muy abiertos y chupándose el dedo gordo.

¿Podrías sostener al bebé así, para que no se caiga? le preguntó Tom.

La niña asintió arrodillándose junto a la madre muerta y al niño.

Tom cogió la pala. Agnes había elegido aquel lugar para descansar y se había sentado a la sombra del castaño de indias. Así pues, que sea este el lugar de su reposo definitivo. Tragó saliva con fuerza luchando contra el deseo de sentarse en el suelo y echarse a llorar. Marcó un rectángulo sobre la tierra, a algunos pasos del tronco del árbol, donde no habría raíces cerca de la superficie, y empezó a cavar.

Descubrió que ello le servía de ayuda. Cuando se concentraba para hundir su pala en el duro suelo y sacar la tierra, el resto de su mente quedaba en blanco y era capaz de conservar el dominio de sí mismo. Fue turnándose con Alfred para que también él pudiera beneficiarse de aquel trabajo físico constante. Cavaron con rapidez.

¿Se ve bastante hondo? preguntó Alfred en un momento determinado.

Tom se dio cuenta entonces de que se encontraba en pie dentro de un hoyo tan profundo como su altura. No quería que el trabajo acabara, pero se vio obligado a asentir.

Ya es suficiente dijo, saliendo del hoyo.

Había amanecido mientras cavaba. Martha había cogido en brazos al bebé y estaba sentada junto al fuego, acunándolo. Tom fue junto a Agnes, arrodillándose. La envolvió fuertemente en su capa dejándole la cara visible. Seguidamente la cogió en brazos. Se acercó a la tumba y la dejó en el borde. Luego bajó al hoyo, y a continuación, levantándola, la depositó con sumo cuidado sobre la tierra; permaneció un buen rato mirándola, arrodillado junto a ella en su fría tumba. La besó suavemente en los labios y luego le cerró los ojos.

Salió de la tumba.

Venid aquí, niños les dijo.

Alfred y Martha acudieron y se colocaron a su lado. Martha llevaba en brazos al bebé. Tom puso un brazo alrededor de cada uno de ellos.

Todos permanecieron mirando la tumba.

Decid: Dios bendiga a madre dijo Tom.

Dios bendiga a madre repitieron ambos.

Martha sollozaba y había lágrimas en los ojos de Alfred. Tom les abrazó a los dos, tragándose las lágrimas.

Luego los soltó y cogió la pala. Martha gritó cuando lanzó la primera palada de tierra a la tumba. Alfred abrazó a su hermana. Tom siguió llenando la tumba. No podía soportar la idea de echar tierra sobre la cara de ella, de manera que primero le cubrió los pies y luego las piernas y el cuerpo. Fue apilando la tierra formando un montículo y cada palada se deslizaba hacia abajo hasta que al fin la tierra le llegó al cuello, luego a la boca que él había besado, finalmente todo el rostro desapareció para no volver a verlo nunca más.

Acabó de llenar la tumba con rapidez.

Cuando hubo terminado esparció por doquier la tierra restante para que no formara montón, ya que los proscritos eran muy capaces de cavar una tumba con la esperanza de que el cuerpo llevara alguna sortija. Permaneció allí en pie, contemplando la tumba.

Adiós, cariño susurró. Fuiste una buena esposa y te quiero.

Hizo un esfuerzo supremo y dio media vuelta.

La capa estaba todavía en el suelo, donde Agnes había yacido para el alumbramiento. Toda la parte de abajo estaba sucia con sangre. Tomó el cuchillo y cortó en dos la capa, arrojando la parte sucia al fuego.

Martha seguía con el bebé en brazos.

Dámelo dijo Tom.

La niña le miró con ojos asustados. Tom envolvió al niño en la parte limpia de la capa. El bebé empezó a llorar.

Se volvió hacia los niños que le miraban mudos.

No tenemos leche para que el bebé pueda vivir, así que ha de quedarse aquí con su madre dijo.

¡Pero morirá! exclamó Martha.

Sí asintió Tom, esforzándose por controlar la voz. Hagamos lo que hagamos, morirá.

Hubiera querido que el bebé dejara de llorar.

Recogió sus posesiones, las metió en la olla y luego se la colgó a la espalda tal como siempre la había llevado Agnes.

Vámonos dijo.

Martha empezó a sollozar. Alfred estaba pálido. Empezaron a caminar por el camino cuesta abajo bajo la luz gris de una mañana fría. Finalmente se extinguió del todo el llanto del niño.

No era conveniente quedarse junto a la tumba porque los niños no hubieran sido capaces de dormir allí y de nada hubiera servido toda una noche de vigilia; además les haría bien mantenerse en movimiento.





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