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Sábado, 25 de octubre 5




Los imitadores escogen asesinos que hacen realidad sus propias fantasías. En ocasiones, aportan sus toques personales. No encuentro ninguna referencia a que Jeffreys ungiera a sus víctimas con el óleo sagrado, aunque podría haber pasado desapercibido.

Sé que Jeffreys pidió el sacramento de la confesión antes de ser ejecutado.

¿Cómo lo sabe? bajó la vista hacia él y sólo entonces advirtió que estaba medio sentada en el brazo de la silla, rozándole el brazo con el muslo. Se puso en pie, quizá con demasiada brusquedad. Él no pareció darse cuenta.

Ya sabrá que mi padre fue el sheriff que arrestó a Jeffreys. Pues bien, tuvo un asiento de primera fila en la ejecución.

¿Sería posible hacerle algunas preguntas?

Mis padres se compraron una caravana hace tiempo; viajan durante todo el año. Se dejan caer por aquí de vez en cuando, pero no sé cómo localizarlos. Estoy seguro de que darán señales de vida en cuanto este asunto llegue a sus oídos, pero quizá tarden un poco.

¿Y cree que sería posible localizar al cura?

Eso es fácil; el padre Francis sigue en Santa Margarita. Aunque dudo que pueda ayudarnos; no querrá revelar la confesión de Jeffreys.

Aun así, me gustaría hablar con él. Después, será mejor que vayamos a casa de los Tanner. Ya ha hablado con ellos, ¿verdad?

Con la madre. Los padres de Matthew están divorciados.

Maggie se lo quedó mirando; después, empezó a hurgar entre sus archivos.

¿Qué pasa? Nick se inclinó hacia delante, casi rozándole el costado. Maggie encontró lo que buscaba, pasó las páginas y se detuvo.

Las tres víctimas de Jeffreys eran hijos de padres divorciados. Estaban al cuidado de sus madres.

¿Qué quiere decir eso?

Que puede que no haya nada aleatorio en la manera en que escoge a sus víctimas. Me he equivocado al afirmar que se limitaba a encontrar a un niño solo. Los escoge con mucho cuidado. ¿Dijo que el pequeño Alverez dejó su bici y los periódicos junto a una valla, en alguna parte?

Así es. Ni siquiera había iniciado su ruta de reparto.

¿Y no hubo indicios de forcejeo?

No. Daba la impresión de haber dejado la bici bien aparcada y de haberse largado con el asesino. Por eso pensamos que podía tratarse de alguien conocido. Son niños de provincia, pero saben que no deben subir al vehículo de un desconocido.

A no ser que creyera que era alguien en quien podía confiar.

Maggie vio cómo la preocupación de Morrelli se intensificaba cada vez más. Reconocía el pánico, la expresión al comprender que el asesino podía ser un miembro de la comunidad.

¿Qué quiere decir? ¿Que fingía conocerlo a él o a su madre?

Tal vez. O que tenía un aspecto oficial, que incluso llevaba un uniforme Maggie lo había visto docenas de veces. Nadie parecía preguntarse si una persona con uniforme podía ser un impostor.

¿Un uniforme militar, como el de su padre? preguntó Nick.

O una bata blanca de hospital, o el uniforme de un agente de policía.

 

 

Timmy resbaló contra la pared hasta quedarse sentado en el suelo, con la mirada clavada en la puerta del baño. Tenía que hacer pis, pero sabía que no debía interrumpir a su madre. Si llamaba, ella insistiría en que entrara e hiciera sus cosas mientras ella terminaba de maquillarse, y ya era demasiado mayor para hacer pis con su madre delante.

La oyó cantar y decidió rehacerse las lazadas de las zapatillas de tenis. La grieta de la suela se había extendido; tendría que pedirle a su madre unas zapatillas nuevas, aunque no pudiera permitírselas. La había oído hablar por teléfono con su padre y sabía que éste no les enviaba el dinero que el juez le había ordenado que les pasara todos los meses.

Era una canción de La sirenita; sí, eso era lo que su madre estaba cantando; no se sabía muy bien la letra, aunque había visto la película casi tantas veces como él había visto La guerra de las galaxias. El teléfono empezó a sonar. Su madre no podría oírlo bajo el mar, así que se puso en pie a duras penas para descolgar.

¿Sí?

¿Timmy? Soy la señora Calloway, la madre de Chad. ¿Está por ahí tu madre?

Estuvo a punto de barbotar que Chad le había pegado a él primero. Si Chad afirmaba lo contrario, estaba mintiendo. En cambio, dijo:

Un momento. Iré a llamarla.

Chad Calloway era un matón, pero si Timmy le hubiera dicho a su madre que Chad le había hecho los cardenales a propósito, lo habría obligado a dejar el fútbol. Según parecía, el matón había mentido sobre sus propios moratones.

Timmy llamó con suavidad a la puerta del baño. Si su madre no contestaba, tendría que decirle a la señora Calloway que no podía ponerse al teléfono en aquellos momentos. Sin embargo, la puerta se abrió, y a Timmy se le cayó el alma a los pies.

¿Ha sonado el teléfono? salió oliendo bien y dejando un rastro de perfume a su paso.

Es la señora Calloway.

¿Quién?

La señora Calloway, la madre de Chad.

Su madre enarcó las cejas, a la espera de más información.

No sé por qué llama Timmy se encogió de hombros y la siguió al teléfono, aunque seguía haciéndose pis, y más que nunca.

Hola, soy Christine Hamilton. Sí, por supuesto giró en redondo hacia Timmy. ¿Calloway? le preguntó con un movimiento de labios.

La madre de Chad susurró Timmy. Su madre nunca lo escuchaba.

Sí, es la madre de Chad.

Timmy no podía adivinar lo que la señora Calloway le estaba contando a su madre. Ésta daba vueltas, como solía hacer siempre que hablaba por teléfono, asintiendo aunque la otra persona no pudiera verla. Sus respuestas eran breves. Un par de ajas y un sí, claro.

De pronto, se paró en seco y sostuvo el teléfono con fuerza. Ya estaba. Debía preparar sus excusas. Un momento, no necesitaba ninguna excusa. Era Chad el que lo había molido a palos, y por ninguna otra razón salvo la de que le gustaba hacerlo.

Gracias por llamar, señora Calloway.

Su madre colgó el teléfono y clavó la mirada en la ventana. Timmy no podía saber si estaba enfadada o no, pero ya se disponía a balbucir su defensa cuando ella se dio la vuelta y se adelantó.

Timmy, ha desaparecido uno de tus compañeros de equipo.

¿Qué?

Matthew Tanner no volvió a casa ayer, después del partido.

¿De modo que no tenía nada que ver con Chad?

Los padres de tus compañeros de equipo vamos a reunimos en la casa de los Tanner esta mañana para ayudar.

¿Le pasa algo a Matthew? ¿Por qué no volvió a casa? confiaba en no parecer aliviado pero, en realidad, lo estaba.

No quiero que te preocupes, Timmy, pero ¿te acuerdas de los artículos que he escrito sobre ese niño, Danny Alverez?

Timmy asintió. ¿Cómo no iba a acordarse? El día anterior por la mañana su madre le había encargado que comprara cinco ejemplares más del periódico, aunque podía conseguir tantos como quisiera en la oficina.

Bueno, todavía no estamos seguros, y no quiero que te asustes, pero el hombre que se llevó a Danny podría haberse llevado a Matthew su madre parecía preocupada; las arrugas de los labios se le marcaban siempre que fruncía el ceño. Ve al baño y te llevaré al colegio. Hoy no quiero que vayas andando.

Está bien Timmy echó a correr hacia el cuarto de baño. Pobre Matthew, se sorprendió pensando. Lástima que no se hubieran llevado a Chad en lugar de a él.

 

 

Christine no daba crédito a su buena suerte, aunque intentaba contener la alegría. Mientras Timmy estaba en el baño, había llamado a Taylor Corby, el redactor jefe del Omaha Journal, su nuevo superior. Habían hablado varias veces por teléfono durante el fin de semana y, aunque no se conocían, Christine sabía perfectamente quién era.

Aquella mañana, al hablarle de Matthew Tanner, Corby había escuchado en silencio.

Christine, ¿sabes lo que eso significa?

Era fácil comprender por qué había escogido la prensa en lugar de la televisión o la radio. Corby tenía una voz monótona e inexpresiva y, a pesar de la elección de palabras, a veces costaba trabajo reconocer si estaba entusiasmado, aburrido o distraído.

Si tienes el artículo preparado para la edición de la tarde, nos habremos adelantado a los demás medios de comunicación por tercera vez consecutiva.

Todavía tengo que convencer a la señora Tanner para que me deje entrevistarla.

Con entrevista o sin ella, ya tienes suficientes datos para escribir un magnífico reportaje. Lo único que tienes que hacer es cerciorarte de la validez de tus datos.

Por supuesto.

En aquellos momentos, Christine miraba a su hijo, consciente de que debía de estar preocupado por su amigo. No se había resistido a que lo llevara en coche a clase y había guardado silencio durante casi todo el trayecto. Christine dobló la esquina del colegio y pisó a fondo el freno. La hilera de coches se extendía casi hasta la esquina: padres que dejaban a sus hijos a la puerta. En las aceras, otros progenitores caminaban con sus hijos de la mano.

Sonó un claxon detrás de ellos, y tanto Christine como Timmy se sobresaltaron. Christine dejó rodar un poco más el coche para ponerse a la cola.

¿Qué pasa, mamá? Timmy se quitó el cinturón de seguridad para poder sentarse de rodillas y mirar por encima del salpicadero.

Los padres se están asegurando de que sus hijos llegan bien al colegio algunos parecían frenéticos, avanzaban con una mano puesta en el hombro, el brazo o la espalda de su pequeño, como si el contacto les procurara protección adicional.

¿Por lo de Matthew?

Todavía no sabemos lo que le ha pasado a Matthew, Timmy. Puede que se llevara un disgusto y se marchara de casa. No deberías hacer ningún comentario sobre él.

Christine lamentaba haberle comunicado la desaparición de su amigo. Aunque se había prometido ser abierta y sincera con su hijo tras la marcha de Bruce, no era un asunto apto para sus oídos. Además, muy pocas personas sabían lo de Matthew; aquel pánico era una reacción a sus artículos.

La sola mención de Ronald Jeffreys hacía aflorar el instinto protector en los padres.

Christine reconoció a Richard Melzer, de la emisora de radio KRAP. Avanzaba a paso rápido por la acera, envuelto en su gabardina, con el maletín en una mano y la manita de una niña rubia en la otra; su hija, no había duda. Al verlo, se dijo que debía presentarse en la casa de Michelle Tanner lo antes posible; no tardaría en correrse la voz sobre la desaparición de Matthew.

La hilera de coches avanzaba a paso de tortuga, y buscó un espacio vacío. Quizá pudiera dejar a Timmy allí mismo. Sabía que a él no le importaría, salvo que todos se darían cuenta.

¿Mamá?

Timmy, estamos moviéndonos lo más deprisa posible.

Mamá, estoy casi seguro de que Matthew no se fue de su casa.

Lanzó una mirada a su hijo, que seguía sentado de rodillas, contemplando aquel insólito desfile por la ventanilla. Tenía el pelo levantado donde ella le había aplastado el remolino; las pecas acentuaban la palidez de su piel. ¿Desde cuándo se había vuelto tan sabio su hijo? Debería haberse sentido orgullosa pero, aquella mañana, la entristeció un poco no poder resguardar su inocencia.

 

 

Las figuras de vivos colores de las vidrieras los miraban desde las alturas celestiales. Maggie enseguida notó el aroma a incienso y a cera de las velas. ¿Por qué siempre que estaba dentro de una iglesia católica se sentía como si volviera a tener doce años? Al instante, pensó en el sujetador y las braguitas negras que llevaba... demasiado encaje, un color inapropiado. La culata de la pistola se le clavaba en el costado. Deslizó la mano por debajo de la chaqueta y ajustó la funda de hombro en la que la guardaba. ¿Estaría bien que entrara armada en una iglesia? Cómo no, no eran más que tonterías. Cuando alzó la mirada, vio a Morrelli observándola desde el altar, esperándola.

¿Va todo bien?

Morrelli había abandonado la habitación de hotel de Maggie a las cinco de la mañana para irse a su casa, ducharse, afeitarse y cambiarse de ropa. Cuando se presentó, dos horas después, para recogerla, apenas lo reconocía. Se había peinado hacia atrás el pelo, tenía el rostro rasurado y la cicatriz blanca del mentón, aún más llamativa, daba un toque desabrido a sus hermosas facciones. Bajo la chaqueta vaquera llevaba una camisa blanca y una corbata negra, y se había puesto unos vaqueros azules impecables y relucientes botas negras. Distaba de ser el habitual uniforme marrón de los miembros de la oficina del sheriff pero, aun así, tenía un aspecto oficial. Quizá se debiera únicamente a su manera de moverse, erguido, seguro de sí mismo y con zancadas largas y firmes.

O'Dell, ¿te encuentras bien? volvió a preguntar.

Maggie paseó la mirada por la iglesia. Parecía grande para una ciudad del tamaño de Platte City, con hileras e hileras de bancos de madera. No lograba imaginarlos todos llenos.

Sí contestó por fin; después, lamentó haber tardado tanto, porque Morrelli parecía sinceramente preocupado. A pesar de su aspecto fresco, los ojos lo delataban, los tenía hinchados por falta de sueño. Ella había intentado disimular sus propios síntomas de fatiga con un poco de maquillaje. Parece tan grande... dijo, intentando explicar su distracción.

Es relativamente nueva. La vieja iglesia era una pequeña parroquia campestre situada a unos ocho kilómetros al sur de la ciudad. Platte City ha crecido, su población se ha duplicado en los últimos años. Sobre todo, con gente cansada de vivir en la ciudad. Un poco irónico, ¿no? Se mudan aquí para apartarse de la inseguridad de las grandes ciudades, pensando que educarán a sus hijos en un lugar tranquilo y seguro, y... hundió las manos en los bolsillos y elevó la vista a un punto situado detrás de ella.

¿Necesitan ayuda, amigos? un hombre apareció por una cortina situada detrás del altar.

Estamos buscando al padre Francis dijo Morrelli, sin más explicaciones.

El hombre los miró con recelo. Aunque sostenía una escoba, llevaba unos pantalones de pinzas, una camisa impecable, corbata y cárdigan. Parecía joven a pesar de las briznas grises que le salpicaban el pelo. Cuando se acercó a ellos, Maggie reparó en su leve cojera y en las zapatillas de tenis blancas y relucientes.

¿Para qué quieren ver al padre Francis?

Morrelli miró a Maggie, como si le estuviera preguntando cuánto debían revelar. Antes de que pudiera abrir la boca, el hombre pareció reconocer a Morrelli.

Espere un momento. Sé quién es usted dijo como si fuera una acusación. ¿No jugó de quarterback para los Cornhuskers de Nebraska? Es Morrelli, Nick Morrelli, temporada del 82 al 83.

¿Es fan de los Cornhuskers? Morrelli sonrió, claramente complacido de que lo hubiera reconocido. Maggie reparó en los hoyuelos. Un quarterback... ¿Por qué no la sorprendía?

Y tanto que soy fan. Me llamo Ray... Ray Howard. Vine a vivir aquí la primavera pasada. No televisaban muchos partidos en la Costa Este; era horrible, horrible. Hasta jugué un poco su entusiasmo crecía a trompicones. En el instituto, el Omaha Central. Después, me fastidié la rodilla. En el último partido. Contra los de Creighton Prep, un equipo de nenas. Me la torcí, y de qué manera. No volví a jugar.

Vaya, lo siento dijo Nick.

Sí, los caminos del Señor son incomprensibles. Bueno, ¿es ésta su esposa? por fin se dirigió a Maggie. Ella notó la mirada deslizándose por su cuerpo, y reprimió el impulso de abrocharse la chaqueta.

No, no estamos casados Morrelli parecía avergonzado.

Entonces, su prometida. Por eso quiere ver al padre Francis, ¿eh? Ha casado a cientos.

No, no estamos...

Se trata de un asunto oficial lo interrumpió Maggie, dando un respiro a Morrelli. El hombre se la quedó mirando, aguardando una explicación. Maggie cruzó los brazos para reforzar su autoridad. ¿Está el padre Francis?

Howard miró a Morrelli, y otra vez a Maggie, cuando comprendió que ninguno de los dos estaba dispuesto a darle más información.

Creo que está en la parte de atrás, cambiándose. Ha dicho misa esta mañana no hizo ademán de marcharse.

¿Te importaría ir a buscarlo, Ray? preguntó Morrelli con mucha más educación de la que Maggie habría tenido.

Claro se dio la vuelta para marcharse; pero se detuvo. ¿Quién digo que quiere verlo? miró a Maggie, a la espera de una presentación. Maggie suspiró y se balanceó sobre los pies con impaciencia. Morrelli le lanzó una mirada y dijo:

Dile que Nick Morrelli, ¿de acuerdo?

Claro.

Howard desapareció detrás de la cortina. En aquella ocasión, Maggie puso los ojos en blanco y Morrelli sonrió.

Conque quarterback, ¿eh?

De eso hace mucho tiempo. A decir verdad, parece que hubiera pasado una eternidad.

¿Eras bueno?

Tuve posibilidades de seguir y jugar para los Dolphins, pero mi padre insistió en que estudiara Derecho.

¿Es que siempre haces todo lo que tu padre te dice?

Lo dijo en broma, pero Morrelli se puso rígido, y sus ojos revelaron que era un tema espinoso. Después, sonrió y contestó:

Por lo que se ve, sí.

Nicholas un sacerdote menudo de pelo gris avanzaba con paso silencioso por el altar, envuelto en su sotana. El señor Howard me ha dicho que tenías que tratar un asunto oficial conmigo.

Buenos días, padre Francis. Siento no haber llamado antes de venir.

No importa. Siempre eres bienvenido.

Padre, le presento a la agente especial Maggie O'Dell. Trabaja para el FBI y ha venido a ayudarme en el caso Alverez.

Maggie le tendió la mano. El anciano cura la tomó entre las suyas y la estrechó con fuerza. Gruesas venas azules sobresalían por debajo de la piel frágil y moteada. Le temblaban un poco los dedos. La miró a los ojos con intensidad, y de pronto, Maggie se sintió desnuda, como si pudiera verle el alma. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda mientras sostenía su mirada.

Encantado cuando la soltó, se apoyó un poco en el pulpito. El hijo de Christine, Timmy, me recuerda a ti, Nicholas. Es uno de los monaguillos del padre Keller después, se volvió hacia Maggie. Nicholas hizo de monaguillo para mí hace años, en la antigua Santa Margarita.

¿De verdad? Maggie lanzó una mirada a Morrelli, deseosa de presenciar su incomodidad. Algo atrajo su atención. La cortina del altar se movía, y no había brisa, ni corriente. Maggie vio las puntas de unas zapatillas blancas de tenis asomando por debajo de la tela. En lugar de llamar la atención sobre el intruso, sonrió a Morrelli, que parecía ansioso por cambiar de tema.

Padre Francis dijo. Queríamos saber si podría contestar a algunas preguntas.

Desde luego. ¿En qué puedo ayudaros? miró a Maggie.

Tengo entendido que oyó la última confesión de Jeffreys prosiguió Nick.

Sí, pero no puedo revelarla. Espero que lo comprendan su voz era repentinamente frágil, como si el tema lo dejara sin fuerzas.

Maggie se preguntó si estaría enfermo, alguna dolencia terminal que explicaría la palidez grisácea de su piel. Hasta jadeaba cuando hablaba.

Por supuesto que lo comprendemos mintió, pero no permitió que la impaciencia se trasluciera en su tono de voz. Sin embargo, si sabe algo que arrojara luz sobre el caso Alverez, confío en que quiera decírnoslo.

O'Dell. Eso es católico irlandés, ¿no?

La distracción del cura sorprendió e irritó a Maggie.

Sí, así es en aquella ocasión, dejó entrever su impaciencia, pero el padre Francis no pareció darse cuenta.

Y Maggie, en honor de Santa Margarita.

Sí, supongo que sí. Padre Francis, ¿comprende que si Ronald Jeffreys confesó algo que pudiera conducirnos al asesino de Danny Alverez, debe decírnoslo?

El secreto de confesión debe respetarse incluso con asesinos condenados, agente O'Dell.

Maggie suspiró y dirigió la mirada a Morrelli, que también daba la impresión de estarse impacientando con el anciano cura.

Padre dijo Morrelli. Hay otra cosa en la que podría ayudarnos. ¿Quién, aparte de un sacerdote, puede o tiene permiso para dar la extremaunción?

El padre Francis pareció quedarse confuso por el cambio de tema.

El sacramento de la extremaunción debe ser administrado por un sacerdote pero, en circunstancias extremas, no es necesario.

¿Quién más sabría cómo hacerlo?

Antes del Vaticano II, se enseñaba en el catecismo de Baltimore. Vosotros sois muy jóvenes para acordaros. Hoy día, se enseña solamente en el seminario, aunque todavía podría formar parte de la formación de un diácono.

¿Y cuáles son los requisitos para hacerse diácono? preguntó Maggie, frustrada porque aquello pudiera incrementar su lista de sospechosos.

Hay normas rigurosas. Como es natural, uno debe estar bien considerado por la iglesia. Y, por desgracia, sólo los hombres pueden ser diáconos. Pero no comprendo muy bien lo que esto puede tener que ver con Ronald Jefrreys.

Temo no poder revelárselo, padre Morrelli sonrió. No se ofenda miró a Maggie, para ver si ella tenía algo más que añadir. Después, prosiguió. Gracias por su ayuda, padre Francis.

Le hizo la seña de que debían marcharse, pero Maggie se quedó mirando al padre Francis, confiando en ver algo en aquellos ojos entrecerrados que sostenían su mirada. Parecían desear que ella viera lo que revelaban. Sin embargo, el cura se limitó a despedirla con una inclinación de cabeza y una sonrisa.

Morrelli le tocó el hombro; ella giró sobre sus talones y echó a andar junto a él. Una vez en la escalinata, Maggie se detuvo con brusquedad. Morrelli ya estaba en la acera cuando se percató de que ella se había quedado atrás. La miró y se encogió de hombros.

¿Qué pasa?

Sabe algo. Hay algo sobre Jefrreys que no nos cuenta.

Que no puede contarnos.

Giró en redondo y subió corriendo los peldaños.

O'Dell, ¿qué haces?

Oyó a Morrelli a su espalda mientras abría la pesada puerta principal y recorría a paso rápido el pasillo central. El padre Francis estaba abandonando el altar, desapareciendo tras las gruesas cortinas.

¡Padre Francis! le gritó Maggie. El eco la hizo sentirse como si hubiera quebrantado alguna norma, o cometido algún pecado, pero sirvió para detener al sacerdote. Regresó al centro del altar, desde donde la vio acercarse con paso rápido por el pasillo, con Morrelli pisándole los talones. Si sabe algo... Si Jeffreys le contó algo que pudiera evitar otro asesinato... Padre, ¿no vale la pena traicionar la confianza de un asesino en serie para salvar la vida de un niño inocente?

No se percató hasta aquel momento de que estaba sin resuello. Esperó, con la mirada clavada en aquellos ojos que sabían mucho más de lo que podían o querían revelar.

Lo único que puedo decirle es que Ronald Jeffreys sólo dijo la verdad.

¿Disculpe? su impaciencia se estaba transformando rápidamente en furia.

Desde el día que confesó haber cometido el crimen hasta que fue ejecutado, Ronald Jeffreys sólo dijo la verdad sus ojos siguieron fijos en los de Maggie, pero si le estaban revelando algo más, ella no lograba adivinarlo. Ahora, si me disculpan...

Morrelli estaba junto a ella. Permanecieron en silencio, contemplando cómo el cura desaparecía detrás de la tela ondeante de las cortinas.

¡Dios! susurró Morrelli por fin. ¿Qué diablos significa eso?

Significa que tenemos que echar un vistazo a la confesión original de Jeffreys dijo Maggie, fingiendo saber de lo que hablaba. Después, se dio la vuelta y salió de la iglesia, con cuidado de no taconear en el suelo de mármol.

 

 

Las ruedas patinaron cuando salió del aparcamiento de la iglesia. La bolsa de comestibles se tambaleó sobre el asiento contiguo, su contenido se derramó y las naranjas rodaron bajo sus pies mientras pisaba el acelerador.

Debía calmarse. Miró por el espejo retrovisor; nadie lo seguía. Se habían presentado en la iglesia haciendo preguntas, preguntas sobre Jeffreys. Estaba a salvo. No sabían nada. Incluso la reportera del periódico había insinuado que el asesinato de Danny era obra de un imitador. Alguien que imitaba a Jefrreys. ¿Por qué no se le había ocurrido a nadie que era Jeffreys el imitador? El que matara a sangre fría lo había convertido en un cabeza de turco perfecto.

A pocas manzanas del colegio, los padres correteaban como ratas asustadas, llevando a sus hijos de la mano, apiñándose en los cruces. Los guiaban hasta la acera, y se quedaban mirando cómo subían los peldaños del colegio hasta que desaparecían en el interior. Apenas se habían fijado en sus hijos hasta aquel momento, dejándolos solos durante horas. Les creaban contusiones y cicatrices que, si no se les ponía fin, durarían toda la vida. Pero esos padres estaban aprendiendo. Les estaba haciendo un favor, procurándoles un gran servicio.





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