.


:




:

































 

 

 

 


Capítulo Dieciséis 56




Se tumbó jadeante en la hierba. El sudor le corría entre los senos y por el interior de los muslos. Concentró impaciente sus pensamientos en un problema más inmediato. Ese año no había vendido toda su lana. No era culpa suya. La mayoría de los mercaderes se habían quedado con un remanente de vellón y también el prior Philip, el cual se mostraba muy tranquilo ante aquella coyuntura; pero Aliena se hallaba inquieta. ¿Qué iba a hacer con toda aquella lana? Claro que podía tenerla almacenada hasta el año siguiente. ¿Pero qué iba a pasar si tampoco la vendía? Ignoraba cuánto tiempo había de transcurrir hasta que la lana en bruto se deteriorara. Sospechaba que era posible que se secara y entonces resultara quebradiza y difícil de manejar.

Si las cosas se ponían muy mal, ya no tendría posibilidad de mantener a Richard. Ser caballero era algo muy costoso. El caballo de guerra que costó veinte libras había perdido su empuje a raíz de la batalla de Lincoln y en aquellos momentos era prácticamente inútil. Muy pronto Richard querría otro. Aliena podía permitírselo. Pero representaría un buen bocado a sus recursos. Richard se sentía incómodo al tener que depender de ella. No era una situación habitual en un caballero, y había esperado poder saquear lo suficiente para mantenerse por sí mismo. Pero, desde que el rey Stephen lo armó caballero, se había encontrado en el lado perdedor. Si había de recuperar el Condado, ella tenía que seguir prosperando. En sus peores pesadillas, Aliena perdía todo su dinero y los dos se encontraban de nuevo en la miseria, presa de sacerdotes deshonestos, nobles lujuriosos y proscritos sanguinarios. Y los dos acababan en la apestosa mazmorra donde vio por última vez a su padre, aherrojado al muro y moribundo.

En contraste con semejante pesadilla, tenía un ensueño de felicidad, en el que Richard y ella vivían juntos en el castillo, en su viejo hogar. Richard gobernaba con la misma prudencia que lo había hecho su padre, y Aliena le ayudaba, igual que hizo con él recibiendo a invitados importantes, ofreciendo hospitalidad y sentándose a su izquierda, a la alta mesa, para cenar. Pero, en los últimos tiempos, incluso ese sueño la había dejado descontenta. Agitó la cabeza para ahuyentar la melancolía y volvió a centrar sus pensamientos en la lana. La manera más sencilla de afrontar ese problema consistía en no hacer nada. Almacenaría el exceso de lana hasta el próximo año y, si entonces no podía venderla, enjugaría la pérdida. Podría soportarla. Sin embargo, existía el remoto peligro de que ocurriera lo mismo el año siguiente, lo cual podría ser el comienzo del declive del negocio. Por ello había de buscar alguna otra solución. Ya intentó vender la lana a un tejedor de Kingsbridge; pero este ya disponía de cuanto necesitaba.

Y ahora, mientras miraba a las mujeres de Kingsbridge recuperándose de la carrera, se le ocurrió que la mayoría de ellas sabían hacer tejidos con la lana en crudo. Era una tarea sencilla aunque tediosa.

Las campesinas la habían estado haciendo desde Adán y Eva. Se lavaba el vellón; luego, había que peinarlo para que quedase desenmarañado. Después se hilaba. Con el hilo, se hacía el tejido, que quedaba flojo, y había que someterlo a diversas manipulaciones para que encogiera y engrosara, hasta quedar transformado en un paño que podía utilizarse para hacer trajes. Las mujeres del pueblo seguramente estarían dispuestas a hacerlo por un penique diario. ¿Pero cuánto tiempo se necesitaría? ¿Y cuál sería el precio de la tela acabada? Tendría que hacer una prueba con una pequeña cantidad. Luego, si daba resultado, podía tener a varias mujeres trabajando durante las largas noches de invierno.

Se incorporó, excitada por su nueva idea. Ellen estaba tumbada junto a ella y Jack sentado al lado de su madre. Tropezó con la mirada de Aliena, esbozó una sonrisa y apartó la vista como si se sintiera algo incómodo de que le hubiera pescado mirándola. Era un muchacho extraño, con la cabeza pletórica de ideas. Aliena todavía le recordaba como un chiquillo pequeño, de aspecto peculiar, que no sabía cómo se concebía a los niños. Sin embargo, apenas se dio cuenta de su presencia cuando se quedó a vivir en Kingsbridge. Y ahora parecía tan diferente, una persona tan nueva que era como si hubiera surgido de pronto, igual que una flor que aparece una mañana donde el día anterior no había más que la tierra desnuda. Para empezar, había perdido aquel aspecto peculiar. Aliena lo miró risueña y divertida, y se dijo que las jóvenes debían de hallarlo guapísimo. Desde luego tenía una bonita sonrisa. Ella no daba demasiada importancia a su apariencia; pero se sentía algo intrigada por su asombrosa imaginación. Había descubierto que no sólo sabía varios romances completos, algunos de ellos con miles y miles de versos, sino que también podía hacerlos a medida que recitaba, de manera que Aliena nunca sabía si los estaba recitando de memoria o si improvisaba. Y las historias no eran lo único sorprendente en él. Sentía curiosidad por todo en el mundo y se mostraba desconcertado por cosas que los demás daban por sentado. Cierto día le preguntó de dónde llegaba el agua del río.

En todo momento, miles y miles de galones de agua pasan por Kingsbridge, noche y día, durante el año entero. Y así ha sido desde antes que nosotros naciéramos, desde antes de que nacieran nuestros padres y desde antes de que sus padres nacieran. ¿De dónde viene toda esa agua? ¿Hay un lago en alguna parte que lo alimenta? ¡Debe de ser un lago tan grande como toda Inglaterra! ¿Y qué pasará si un día acaba secándose?

Siempre estaba diciendo cosas parecidas, algunas de ellas menos imaginativas, e hizo comprender a Aliena que se hallaba hambrienta de conversación inteligente. La mayoría de las personas de Kingsbridge sólo sabían hablar de agricultura y adulterio, y ninguno de los dos temas interesaba a Aliena. Claro que con el prior Philip era diferente; pero no podía permitirse a menudo mantener charlas ociosas. Siempre estaba ocupado, con la construcción de la iglesia, los monjes o la ciudad. A Aliena le parecía que también Tom era inteligente; pero lo consideraba más bien un pensador que un conversador. Jack era el primer amigo auténtico que ella había tenido. Lo consideraba un descubrimiento maravilloso, pese a su juventud. En realidad, en las ocasiones en que se encontraba lejos de Kingsbridge, había descubierto que esperaba ansiosa la hora de volver para poder charlar con él.

Aliena se preguntaba de dónde sacaría sus ideas. Aquello le hizo dirigir su atención hacia Ellen. ¡Qué mujer tan extraña debía de ser para criar a un niño en el bosque! Había hablado con ella descubriendo que era un espíritu parejo al suyo, una mujer independiente y que se bastaba por sí sola; resentida, en cierto modo, por la forma en que la había tratado la vida.

¿Dónde aprendiste las historias, Ellen? le preguntó Aliena movida por un impulso.

Del padre de Jack repuso Ellen sin pensarlo dos veces.

Pero al punto su expresión se hizo cautelosa y Aliena comprendió que no debía hacer más preguntas.

Y entonces la otra idea le vino al pensamiento.

¿Sabes tejer?

Claro repuso Ellen. ¿Acaso no sabe todo el mundo?

¿Te gustaría tejer por dinero?

Tal vez. ¿Qué te ronda por la cabeza?

Aliena se lo explicó. Claro que Ellen no andaba corta de dinero, pero era Tom quien lo ganaba y Aliena sospechaba que tal vez a ella le gustara obtener algo por sí misma.

Acertó.

Sí, lo intentaré repuso Ellen.

En aquel momento, se acercó Alfred, el hijastro de Ellen. Al igual que su padre, Alfred era casi un gigante. La mayor parte de la cara le quedaba oculta tras una frondosa barba. Tenía muy juntos los ojos, de mirada solapada. Sabía leer, escribir y sumar; pese a todo, era estúpido. Sin embargo había prosperado y poseía su propia cuadrilla de albañiles, aprendices y peones. Aliena había observado que los hombres grandes siempre alcanzaban posiciones de poder sin que para ello contara la inteligencia. Y, naturalmente, como capataz de una cuadrilla siempre tenía la seguridad de obtener trabajo para ella al ser su padre maestro constructor de la catedral de Kingsbridge.

Se sentó en la hierba, a su lado. Sus enormes pies estaban calzados con pesadas botas de cuero grises por el polvo de la piedra. Aliena rara vez hablaba con él. Lo natural hubiera sido que tuvieran muchas cosas en común, ya que eran, prácticamente, los únicos jóvenes de la clase acaudalada de Kingsbridge, las gentes que vivían en las casas más cercanas a los muros del priorato. Pero Alfred parecía muy aburrido. Al cabo de un momento habló.

Debería haber una iglesia de piedra dijo sin más.

Era evidente que suponía que todos ellos habrían de deducir por sí mismos a qué se debía aquella brusca afirmación.

¿Te refieres a la iglesia parroquial? le preguntó Aliena al cabo de un instante de reflexión.

Sí afirmó como si la cosa estuviese bien clara.

Por aquellos días, se frecuentaba mucho la iglesia parroquial, ya que la cripta de la catedral que utilizaban los monjes se ponía abarrotada y no tenía ventilación. La población de Kingsbridge había aumentado mucho. Sin embargo, la iglesia parroquial era un edificio viejo de madera con el tejado de barda y el suelo sucio.

Tienes razón sonrió Aliena. Deberíamos tener una iglesia de piedra.

Alfred se quedó mirándola expectante. Aliena se preguntaba qué sería lo que esperaba que dijese.

¿Qué tienes en la cabeza, Alfred? le preguntó Ellen, que ya debía estar acostumbrada a sacar algo en limpio de lo que él decía.

De todas formas, ¿cómo empiezan a construirse las iglesias? preguntó él. Quiero decir qué hemos de hacer si queremos una iglesia de piedra.

Ni idea contestó Ellen encogiéndose de hombros.

Aliena frunció el entrecejo mientras reflexionaba.

Se puede formar una comunidad parroquial le sugirió.

Una comunidad parroquial era una asociación de gentes que celebraban de cuando en cuando un banquete para recoger dinero entre ellos; por lo general para comprar velas para su iglesia local, o para ayudar a viudas o huérfanos de la vecindad. Las pequeñas aldeas nunca tenían semejantes comunidades pero Kingsbridge ya no era una aldea.

¿Cómo se haría eso? inquirió Alfred.

Los miembros de la comunidad pagarían para la construcción de una nueva iglesia.

Entonces habremos de formar una comunidad concluyó.

Aliena se preguntó si no le habría juzgado mal. Nunca le había dado la impresión de que fuera un tipo devoto; pero ahora estaba intentando recaudar dinero para construir una nueva iglesia. Tal vez tuviera cualidades ocultas. Sin embargo, a renglón seguido, se dio cuenta de que Alfred era el único constructor que había en Kingsbridge. Tal vez no fuera inteligente pero sí lo bastante astuto. De todos modos a Aliena le gustó la idea. Kingsbridge se estaba convirtiendo en una ciudad y las ciudades siempre tenían más de una iglesia. Con una alternativa a la catedral, la población no estaría tan dominada por el monasterio. En aquellos momentos, Philip era allí el señor y dueño indiscutido. Era un tirano benévolo; pero Aliena podía prever el día en que a los mercaderes de la ciudad les pudiera interesar acaso disponer de una iglesia alternativa.

¿Querrías explicar lo de la comunidad a algunas otras personas? le preguntó Alfred.

Aliena había recuperado el aliento después de la carrera. Se sentía reacia a cambiar la compañía de Ellen y Jack por la de Alfred; pero la idea de él había despertado su entusiasmo y, de cualquier manera, habría sido un poco rudo negarse.

Lo haré gustosa respondió al tiempo que se levantaba para irse con él.

El sol empezaba a ponerse. Los monjes habían encendido la fogata y estaban sirviendo la cerveza tradicional especiada con jengibre. En aquellos momentos en que estaban solos, Jack quería hacer una pregunta a su madre; pero estaba nervioso. Luego, alguien empezó a cantar, y sabía que ella se les uniría en cualquier momento, así que se la espetó de repente:

¿Era mi padre un juglar?

Ellen se le quedó mirando. Estaba sorprendida aunque no enfadada.

¿Quién te ha enseñado esa palabra? le preguntó. Nunca has visto un juglar.

Aliena. Solía ir con su padre a Francia.

Su madre miró a través de la pradera, ya en sombras, hacia la fogata.

Sí, era un juglar. Me enseñó todos esos poemas de la misma manera que yo te los he enseñado a ti. Y ahora, ¿se los estás recitando a Aliena?

Sí admitió Jack algo avergonzado.

¿Estás muy enamorado de ella, verdad?

¿Es tan evidente?

Ellen sonrió con cariño.

Sólo para mí. Al menos así lo creo. Es mucho mayor que tú.

Cinco años.

De todas maneras la lograrás. Eres como tu padre. Podía obtener a cualquier mujer que quisiera.

Jack se sentía incómodo hablando de Aliena; pero le emocionaba oír cosas de su propio padre, y anhelaba saber más. Por eso se sintió fastidiadísimo al acercarse en ese momento Tom y sentarse con ellos.

Además empezó a hablar de inmediato.

He estado conversando con el prior Philip sobre Jack dijo en tono ligero; pero Jack percibió que existía una tensión subterránea y comprendió que se avecinaban dificultades. Philip asegura que debería recibir una educación.

La respuesta de la madre fue, como era de suponer, de indignación absoluta.

Ya tiene una educación afirmó. Sabe leer y escribir en francés, conoce la aritmética y es capaz de recitar muchísimos poemas.

Veamos, no me interpretes mal la serenó Tom con firmeza. Philip no dice, ni mucho menos, que Jack sea un ignorante. Todo lo contrario. Lo que dice es que Jack es tan inteligente que debería recibir una educación mucho mayor.

A Jack no le causaron ninguna satisfacción aquellos elogios. Al igual que su madre, experimentaba una tremenda suspicacia respecto a los eclesiásticos. Tenía la total seguridad de que había una triquiñuela oculta en todo aquello.

¿Mayor? replicó Ellen desdeñosa. ¿Qué más quiere ese monje que aprenda? Yo te lo diré: Teología, Latín, Retórica, Metafísica. Pura mierda.

No te muestres tan desdeñosa de buenas a primeras dijo Tom con tono apacible. Si Jack acepta la oferta de Philip, y va a la escuela, aprende el latín y teología y todos esos temas que tú llamas pura mierda, llegando a convertirse en el funcionario de un conde o de un obispo, será un hombre poderoso y acaudalado. Como suele decirse, no todos los barones son hijos de barones.

Ellen entornó los ojos con expresión peligrosa.

En el caso de que aceptara lo que dices que Philip le ofrece, ¿en qué consiste exactamente esa oferta?

Quiere que Jack ingrese como novicio y

¡Antes habrán de pasar sobre mi cadáver! gritó Ellen poniéndose en pie de un salto. ¡Tu condenada Iglesia no se apoderará de mi hijo! Aquellos sacerdotes traicioneros y embusteros se llevaron a su padre. Pero no lo harán con él. Juro por todos los dioses que antes hundiré un cuchillo en el vientre de Philip.

Tom había visto ya a su mujer con un berrinche en otras ocasiones. Por eso no quedó demasiado impresionado.

¿Qué diablos te pasa, mujer? le dijo con calma. Al muchacho se le ofrece una oportunidad magnífica.

Jack se sentía intrigado, más que nada por las palabras: aquellos sacerdotes traicioneros y embusteros se llevaron a su padre. ¿Qué quería decir con eso? Deseaba preguntárselo; pero no le dieron oportunidad.

¡No será monje! gritó desaforada.

No habrá de serlo si no quiere.

Ese taimado prior tiene mañas para salirse siempre con la suya replicó la madre con tono arisco.

Tom se volvió hacia Jack.

Ya es hora de que digas algo, zagal. ¿Qué quieres hacer de tu vida?

Jack jamás se había hecho esa pregunta especial, pero la respuesta le vino sin vacilación alguna, como si hiciera ya mucho tiempo que hubiera tomado la decisión.

Voy a ser maestro constructor, como tú. Voy a construir la catedral más hermosa que el mundo haya visto jamás.

El reborde rojo del sol se hundió tras el horizonte, y cayó la noche.

Era llegado el momento del último ritual de la víspera de San Juan, deseos flotantes. Jack tenía preparado un cabo de vela y un trozo de madera. Miró a Ellen y a Tom. A su vez ambos le miraban a él perplejos. Su certidumbre respecto a ese futuro les había sorprendido. Bueno, no era de extrañar, también le había sorprendido a él.

Viendo que no tenían más que decir, Jack se puso en pie de un salto y atravesó corriendo la pradera en dirección a la fogata. Encendió en ella una ramita seca, reblandeció algo la base de la vela, apretándola con fuerza, y la pegó sobre el trozo de madera. Luego, encendió el pabilo. La mayoría de los aldeanos estaba haciendo lo mismo. Quienes no podían permitirse una vela, hacían una especie de barca con hierba seca y junquillos, retorciendo las hierbas en el centro para formar pabilo.

Jack vio a Aliena en pie, muy cerca de él. Tenía el rostro enmarcado por los destellos de la fogata y parecía pensativa.

¿Qué vas a desear, Aliena? le preguntó impulsivo.

Ella le contestó sin detenerse a reflexionar:

Paz.

Luego, al parecer contrariada, dio media vuelta y se alejó. Jack se preguntó si no sería una locura que la amara. A ella le gustaba bastante, habían llegado a ser amigos; pero la idea de yacer juntos desnudos, besándose los cuerpos ardientes, se hallaba lejos del corazón de Aliena como cerca estaba del suyo.

Una vez que todo el mundo estuvo preparado, se arrodillaron a la orilla del río, o chapotearon por las partes poco profundas. Sosteniendo sus oscilantes luces, cada uno formulaba un deseo. Jack, cerrando con fuerza los ojos, tuvo la visión de Aliena, tumbada en una cama, asomando sus senos erguidos por encima de la colcha, alargando los brazos hacia él y diciendo: Tómame, esposo. Luego, con mucho cuidado, todos hicieron flotar sobre las aguas su vela encendida. Si se hundía o la llama se apagaba, significaba que nunca llegaría a realizarse el deseo formulado. Tan pronto como Jack la dejó ir y la pequeña embarcación se alejó, la base de madera quedó invisible y sólo podía verse la llama. La siguió con la mirada durante un rato; luego perdió su rastro entre los centenares de luces danzarinas que se balanceaban sobre la corriente llevándose río abajo trémulos deseos, hasta desaparecer tras el recodo y perderse de vista.

Jack contó historias a Aliena durante todo el verano.

En un principio, se encontraban ocasionalmente los domingos. Luego, se veían de forma regular en el claro junto a la pequeña cascada. Le habló de Carlomagno y sus compañeros, así como de Guillermo de Orange y los sarracenos. Se sentía identificado con sus historias mientras las contaba. A Aliena le gustaba observar el cambio de expresiones en su rostro juvenil. Se indignaba con la injusticia, le aterraba la traición, le excitaba la bravura de un caballero y se conmovía hasta las lágrimas con una muerte heroica. Al ser sus emociones contagiosas, Aliena también se sentía conmovida. Algunos de los poemas eran demasiado largos para poder recitarlos en una sola tarde y, cuando Jack tenía que contar la historia por partes, siempre se interrumpía en el momento más emocionante, de modo que Aliena pasaba toda la semana preguntándose qué sucedería a continuación.

La joven jamás habló con nadie de aquellos encuentros. No estaba segura del motivo. Acaso fuera porque no esperaba que comprendiesen la fascinación de aquellas historias. Cualquiera que fuese la razón, dejó que la gente creyera que iba a sus habituales vagabundeos en la tarde del domingo. Y Jack hizo lo mismo sin comentarlo siquiera con ella. Más adelante, llegaron a un punto en que no podían decírselo a nadie sin que pareciese que confesaban algo de lo que se sentían culpables. De esa manera, y más bien de forma accidental, aquellos encuentros se convirtieron en secretos.

Cierto domingo, para variar, Aliena leyó al mozo la Historia de Alejandro. A diferencia de los poemas de Jack, que giraban siempre sobre intrigas cortesanas, política, encarcelamiento y muertes repentinas en batallas, el romance de Aliena se refería tan sólo a asuntos amorosos y a magia. A Jack le atrajeron sobremanera aquellos nuevos elementos en las historias. Y, al domingo siguiente, se embarcó en un romance nuevo, fruto de su propia imaginación.

Era un día caluroso de finales de agosto. Aliena calzaba sandalias y vestía un ligero traje de lino. El bosque estaba muy quieto y silencioso, salvo por la caída cantarina de la cascada y las modulaciones de la voz de Jack. La historia comenzó al estilo convencional, con la descripción de un valeroso caballero, alto y fuerte, poderoso en el campo de batalla y armado con una espada mágica. Le habían asignado una tarea difícil, la de viajar hasta un lejano país oriental y llevar consigo a su regreso una vid que daba rubíes. Pero pronto se desviaba del modelo habitual. El caballero fue muerto y la historia se centró en su escudero, un joven de diecisiete años, valiente y sin dinero, que estaba perdidamente enamorado, sin la menor esperanza, de la hija del rey, una princesa muy bella. El escudero juró llevar a cabo la tarea que había sido confiada a su señor, aún cuando era joven e inexperto, y sólo tenía un pony y un arco.

En vez de vencer al enemigo con el tremendo golpe de una espada mágica, como era lo usual en tales historias, el escudero luchaba desesperadas batallas perdidas y tan sólo ganaba gracias a la suerte o por su candidez, y solía escapar a la muerte por un pelo. A menudo le atemorizaban aquellos a quienes se enfrentaba, a diferencia de los valientes caballeros de Carlomagno; pero jamás retrocedía ante su misión. De cualquier forma, para su tarea, al igual que para su amor, no había esperanza.

Aliena se sintió más cautivada por el denuedo del escudero de lo que lo había estado por el poderío de su señor. Se mordisqueaba ansiosa los nudillos cuando cabalgaba por terreno enemigo, lanzaba exclamaciones entrecortadas al escapar por milagro a la espada de un gigante y suspiraba cuando dejaba caer su solitaria cabeza para dormir y soñar con la lejana princesa. Su amor por ella parecía irrevocablemente unido a su carácter indomable.

Al final, regresó con la vid que daba rubíes, asombrando a toda la corte.

Pero al escudero le importaban poco dijo Jack con un desdeñoso chasquido de dedos, todos aquellos barones y condes. Sólo le interesaba una persona. Aquella noche se deslizó hasta su habitación eludiendo a los guardianes con un astuto ardid que había aprendido durante su viaje al oriente. Logró encontrarse junto a su lecho y contemplar su rostro. Jack miró a Aliena a los ojos mientras decía aquello. La princesa se despertó al punto; pero no sintió temor. El escudero alargó el brazo y le cogió la mano con cariño.

Jack representó la historia y, cogiendo la mano de Aliena, la retuvo entre las suyas. La joven se sentía tan fascinada por la intensidad de su mirada y la fuerza del amor del escudero, que apenas sí se dio cuenta de que Jack le tenía sujeta la mano.

El escudero dijo a la princesa: Te amo con todo mi corazón. Y la besó en los labios.

Dicho lo cual, Jack inclinándose, besó a Aliena. Sus labios la rozaron tan levemente que ella apenas se percató. Sucedió todo con suma rapidez y Jack reanudó al punto la historia:

La princesa se quedó dormida siguió diciendo.

Aliena pensaba: ¿Ha sucedido de veras? ¿Me ha besado Jack?

Apenas podía creerlo pero todavía sentía el contacto de su boca sobre la de ella.

Al día siguiente, el escudero preguntó al rey si podía casarse con la princesa como recompensa por haberle llevado la vid de las joyas.

Aliena llegó a la conclusión de que Jack la había besado sin darse cuenta. Sólo formaba parte de la historia. Ni siquiera se ha enterado de lo que ha hecho. Lo daré por olvidado.

El rey se negó. El escudero quedó con el corazón destrozado. Todos los cortesanos rieron. Aquel mismo día, el escudero abandonó el país montado en su pony. Pero juró que un día volvería y que ese día se casaría con la hermosa princesa.

Jack calló y soltó la mano de Aliena.

¿Y qué ocurrió entonces? le preguntó ella.

No lo sé le contestó Jack. Todavía no lo he pensado.

Todas las personas importantes de Kingsbridge entraron a formar parte de la comunidad parroquial. Para la mayoría, la idea era nueva; pero les gustaba pensar que Kingsbridge era ya una ciudad, no un pueblo, y sintieron halagada su vanidad por el hecho de que recurrieran a ellas, como ciudadanos principales, para construir una iglesia de piedra.

Aliena y Alfred reclutaron a los miembros y organizaron la primera comida de la comunidad, mediado ya septiembre. Los principales ausentes fueron el prior Philip que, en cierto modo, se mostraba hostil a la empresa aunque no lo suficiente como para prohibirla, Tom Builder, que declinó su asistencia por respeto a los sentimientos de Philip, y Malachi que quedaba excluido por su religión.

Entretanto, Ellen había tejido una bala de tela con el remanente de lana de Aliena. Era áspera y descolorida; pero lo bastante buena para el hábito de los monjes, por lo que Cuthbert Whitehead, el cillerero del priorato, la había comprado. El precio era bajo, pero así y todo, duplicaba el costo de la lana original, por lo que, después de pagar a Ellen un penique diario, le quedó a Aliena media libra de beneficio. Cuthbert estaba interesado en adquirir más tela a ese precio, así que Aliena compró a Philip el exceso de lana que le había quedado para incorporarlo a sus propias existencias, y buscó una docena más de personas, en su mayoría mujeres, para tejerla. Ellen estuvo de acuerdo en hacer otra bala, aunque no en enfurtirla, porque decía que era un trabajo demasiado pesado. Las demás mujeres estuvieron de acuerdo.





:


: 2017-04-04; !; : 179 |


:

:

, .
==> ...

1777 - | 1594 -


© 2015-2024 lektsii.org - -

: 0.077 .