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CAPÍTULO 32 EL AÑO DE LAS CONJURAS




 

 

Hacia finales de 1795 el conde de Kageneck, embajador de Austria en Madrid, en un despacho secreto a su ministro de Asuntos Exteriores, se hacía eco de los alarmantes rumores que corrían por la corte en referencia a una inminente caída en desgracia de Godoy.

 

[] Desde hace días se nota un grave cambio de actitud con respecto al Príncipe de la Paz y son varios los que declaran secretamente que éste debería contar con su total derrota dentro de poco. Hasta ahora no es posible investigar más sobre el asunto. Sin embargo, se percibe una extraordinaria consternación y gran preocupación. Según los rumores más fiables, sería el ministro de Marina, don Antonio Valdés, que siempre ha sentido antipatía por Godoy, quien actuaría contra éste y a favor de su desgracia, de modo que el éxito de esta empresa se revelará en breve. Todo depende de la reina, que es quien lo decide todo. Si el favor de ésta se inclina en otra dirección, sus días están contados, si no, el triunfo de éste [Godoy] sobre sus enemigos aumentaría considerablemente y una vez más su influencia. Sólo su manera desenfrenada de vivir le podría privar del favor de su majestad que, por cierto, en los últimos tiempos, anda muy descontenta con su conducta.

 

Mal de altura, así solía referirse la Parmesana a la borrachera que tantos hombres poderosos experimentan y que les hace perder toda perspectiva y buena parte de su prudencia. La misma que parecía estar haciendo estragos de un tiempo a esta parte en su hijo predilecto. Sin entrar en consideraciones de índole política, sucedía que, paralelamente a su buen hacer como hombre ilustrado que le llevó a crear una escuela de medicina, otra de veterinaria, un observatorio astronómico e incluso auspiciar excavaciones arqueológicas en Mérida y Sagunto, la voracidad de Manuel Godoy aumentaba de hora en hora, en especial, en lo tocante al arte. Una galería de desnudos, se había alarmado la Parmesana al enterarse de su última extravagancia. Por lo visto, no eran suficientes los más de mil cuadros, muchos de ellos obras maestras, que colgaban ya de las paredes de sus diferentes palacios, ahora, según sus informantes, Manuel pretendía emular a esos libertinos europeos que competían por tener el más llamativo, caro y recóndito gabinete erótico.

Aun así, no es exactamente esta noticia la que le preocupaba, sino otra que acaba de desvelarle Estrella, su mejor espía del escuadrón volante. Pepita Tudó, tal era el nombre de su nuevo motivo de sobresalto, y tenía apenas dieciséis años.

¿Estás segura de lo que dices, querida? ¿Cómo ha podido suceder?

Sí, majestad, como se lo estoy contando. Una huérfana sin un maravedí, una prohijada, ¡imagínese! Su madre acudió con Pepita a casa de Godoy reclamando unos pagos atrasados de viudedad y allí se quedaron para siempre. No sé en qué momento la niña pasó a ser su amante, pero lo cierto es que se ha enamorado. Peor aún, según uno de sus sirvientes, se han casado en secreto.

¿Viuda con hija de tierna edad que llama a su puerta, él primero les hace la merced de acogerlas, luego se enamora de la niña y se casa con ella en secreto? Pero si esto es peor que un sainete baraaato salmodia la Parmesana, italianizando mucho las vocales como siempre que algo la saca de sus casillas. Arriba y abajo camina ahora su majestad con tal brío por su gabinete que levanta una leve polvareda de las espléndidas alfombras que para la Real Fábrica de Tapices diseña Livinio Stuyck.

¿Es que los hombres no piensan más que con la bragueta, Estrellita? Tú y yo planeando su boda con una Borbón e intentando neutralizar su romance con Cayetana de Alba y resulta que el enemigo está en su mismísima casa y aún juega al aro y a las muñecas. Vamos a ver, querida, cuéntamelo todo otra vez.

Estrella repitió lo que ya había dicho, añadiendo que ni siquiera Luis Godoy, su hermano, era capaz de hacerle entrar en razón.

Su majestad está en lo cierto: la borrachera de las alturas, que no perdona. Una lástima. Un hombre excepcional y un amante tan atento suspira Estrella con aire nostálgico, recordando no pocas noches entre sus brazos en las que ella había tenido la fortuna de conjugar deber y placer. Manuel sí que sabe hacer sentirse única a la mujer que tiene en ese momento en su cama, si me permite su majestad decir

Vaya novedad, Estrellita. ¿No es ésa facultad primordial de todo seductor? A ver cómo piensas que se vuelven completamente irresistibles si no es por el asombroso hecho de que se enamoran de cada una de sus conquistas. De unas se enamoran diez minutos, de otras un día, una semana, un mes, un año

Esperemos que esta vez tampoco le dure mucho apunta Estrella.

Dios te oiga. La corte es más que nunca un hervidero de rumores, de conjuras, ya no sé qué hacer para atajarlas

Ni la Parmesana ni su siempre eficaz escuadrón volante podían saberlo aún, pero en aquel mar revuelto de rumores y conjeturas, dimes y diretes, navegaba por esas mismas fechas un bizarro marino recién llegado de su viaje alrededor del mundo. Se trataba de Alejandro Malaspina, amigo epistolar del duque de Alba y héroe del momento. Su expedición científica, que tenía como objeto visitar todas las colonias de ultramar, había durado casi seis años, y su regreso a la metrópoli con un sinfín de muestras botánicas, animales exóticos y estudios de nativos y criollos, fue muy celebrado por el pueblo tan huérfano últimamente de buenas noticias. Después de la humillante guerra con los franceses y de los términos sonrojantes del Tratado de Basilea, la llegada de un marino ilustrado y apuesto, que hablaba de las posesiones españolas y de su fabulosa riqueza, era brisa fresca en el enrarecido ambiente patrio. Tal como le había relatado a José en la correspondencia que mantuvieron durante buena parte de la singladura, Malaspina creía que la única manera de salvar el inmenso patrimonio español de ultramar era darle a las colonias una cierta autonomía bajo el auspicio del rey. Eso y librarse de una vez por todas del Príncipe de la Paz, causa de todos los males. Para hacerlo cuanto antes, el héroe del momento había elaborado un borrador de ideas que quería remitir a los reyes de la manera más discreta posible sin levantar las sospechas de Godoy, que ya había demostrado en más de una ocasión un fino olfato para detectar conjuras (no en vano, cada lunes y cada martes se fraguaba alguna contra él). El plan de Malaspina consistía en aprovechar el descontento de la reina con su favorito para hacerle llegar un informe con una propuesta de gobierno. Como al santo se adora mejor por la peana, el camino elegido fue valerse de los confesores tanto de doña María Luisa como del rey para convencerlos de la necesidad de mandar al Príncipe de la Paz cuanto antes a la buhardilla de la historia o, lo que es lo mismo, cargado de cadenas a alguna fortaleza remota. Para acercarse a los confesores, Malaspina contaba con los servicios de dos damas de la corte real, la marquesa de Matallana y doña María de Frías y Pizarro, una de ellas con mal de amores por culpa de Godoy y por tanto la perfecta conjurada. El borrador en cuestión era singular en su especie porque después de mencionar someramente que en su ánimo estaba la separación del señor ministro de Estado y la variación instantánea del Govierno (sic) sin explicar cuál era su programa, proponía los nombres de varios ilustres personajes a los que se les encomendaría la formación del nuevo gobierno. Entre ellos, además del ya mencionado ministro de Marina Antonio Valdés, amigo personal de Malaspina, figuraba por ejemplo Melchor Gaspar de Jovellanos y también el duque de Alba, hombre recto donde los haya recordaba Malaspina en su escrito, generoso, rico, amante del servicio a sus majestades y experto en el conocimiento de los hombres.

Curiosamente, Malaspina no se reservaba ningún cargo en el futuro gobierno. Incluso pidió permiso al rey para visitar a su familia fuera de España mientras las marquesas a las que se había encomendado ponían en marcha su plan. Por desgracia para él, una de ellas, la Pizarro, lo traicionó revelando la conjura a la reina, lo que no sólo malbarató aquel ilustrado golpe de Estado de salón, sino que acabó reforzando la posición de Godoy ante la reina mientras que Malaspina daba con sus huesos en la cárcel.

¿Y el duque de Alba y el resto de los mencionados en el informe de Malaspina? ¿Estaban al tanto de la conspiración o fueron sus nombres utilizados sin su conocimiento para dotar de más lustre a la conjura del, hasta ese momento, exitoso marino? En los mentideros de la ciudad había opiniones para todos los gustos.

 

* * *

 

¿Qué más dice El Impertinente, Rafaela? Ni siquiera tengo fuerzas para leerlo, creo que me va a estallar la cabeza.

Descansa, niña, es sólo una de tus jaquecas, seguro, hace tiempo que no te daban. Olvídate de lo que puedan decir esos pasquines, ya sabes lo poco de fiar que son.

Pero cómo voy a descansar, Fancho estará aquí en cualquier momento. Ayer apenas pude posar para él media hora y así no hay manera de que progrese nuestro retrato. Anda, pide que me traigan una de tus tisanas con láudano; es lo único que me alivia y, mientras llega, dime, ¿qué cuenta El impertinente?

Nada que no sepamos. Que la conjura ha servido para que la reina vuelva a confiar en Godoy y que Malaspina se enfrenta a diez años de cárcel.

¿Qué dice de José?

Nada, no dice nada

Rafaela, que te conozco, eres la peor mentirosa que existe, léeme la noticia o pásame El Impertinente.

Te juro que no dice nada malo, niña, sólo que Godoy aún no sabe qué actitud tomar respecto a José porque es un hombre demasiado poderoso

Él no ha tenido nada que ver en esta mascarada tan poco diestra.

Cierto, pero según El impertinente existen cartas; mantuvieron correspondencia durante años.

¿Y eso qué prueba? José se cartea con media Europa, con escritores, con músicos, con políticos, con científicos. Departe con ellos de literatura, de filosofía, de arte

A mí no tienes que convencerme, niña.

Cayetana comienza a vestirse. El traje que ha elegido para posar en su nuevo retrato es de gasa blanca con aplicaciones de lunares y deja traslucir al fondo un levísimo tono rosado. Resulta demasiado ligero para los rigores del mes de noviembre, pero el cuadro se había empezado a pintar en verano y, además, un atuendo así resulta más favorecedor. Cayetana no quiere dejar ningún detalle al azar. Los retratos son peligrosamente elocuentes y han de decir exactamente lo que uno quiere que digan. Pero ¿a qué viene esa cara? le había dicho ella a Goya a principios de junio cuando aún estaban con los bocetos. Ya sé que te hubiera gustado que, en vez de este collar de corales, hubiera elegido posar con uno de brillantes, por ejemplo. Pero parece que no me conoces, Fancho, entre ostentosos diamantes y unos simples corales, ¿qué crees que iba a elegir? En cuanto a la cucarda del pelo, ha de ser roja, igual que la lazada de la cintura. El color sangre es moda en toda Europa. ¿No has oído hablar de los bailes de víctimas que se celebran en París? Sólo pueden asistir personas que han perdido a un pariente en la guillotina. Y como símbolo, llevan al cuello una cinta roja simulando el tajo de la cuchilla. Yo también llevaré una. No en el cuello, sería una falta de tacto por mi parte, pero quiero hacer mi pequeño homenaje a los nuevos tiempos que alumbran tras el fin del Gran Terror. También Caramba ha de llevar algo rojo. ¿A que es una pocholada? No, no. Ya veo que no entiendes ni papa de perros, Fancho, no es un caniche enano sino un bichón maltés. Se lo acabo de regalar a María Luz por su último cumpleaños. Le he tenido que pedir permiso para sacarlo en nuestro cuadro. No se separa de su Caramba ni a sol ni a sombra, luego vendrá a saludarte. Su clase de piano coincide justo con las horas en que tú y yo nos dedicamos al arte.

Cayetana, frente al espejo, empieza ahora a ponerse los complementos que va a lucir en su retrato. De entre la multitud de alhajas de su joyero, ha elegido dos brazaletes que adornarán su brazo izquierdo, uno en la muñeca, el otro en el antebrazo. El primero está formado por dos óvalos de oro unidos entre sí y esmalte negro, cada uno con las iniciales de su apellido y el de José. El segundo brazalete, igualmente de oro, es aún más explícito, en él se entrelazan las iniciales de sus nombres de pila.

Cayetana mira la hora. Una vez más llegará tarde a su cita con Goya. Bueno, que espere un poco el viejo cascarrabias, aún necesita un par de minutos ante el espejo. No sólo para dar el último toque a su atuendo, sino para recordar lo sucedido la víspera. Y cómo, encomendándose menos a Dios y más al diablo, se había atrevido a ir al despacho del Príncipe de la Paz en la propia secretaría de Estado para interceder por José. Luis Godoy la había recibido con no poca sorpresa y alarma. Cómo es que ha venido, no es prudente, comenzó, pero enseguida debió de darse cuenta de que serviría de poco intentar disuadirla de su empeño de ver a Manuel, por lo que optó por acompañarla hasta una salita privada. Cuando por fin, al cabo de larga espera, se abrió la puerta y aparecieron los dos hermanos, Cayetana dedicó unos segundos a comparar el aspecto de ambos. Luis, severo y discreto, estaba exactamente igual que siempre, Manuel, en cambio, había ganado peso desde que se vieron la noche del estreno de La señorita malcriada y tenía un aire algo descuidado. Cayetana descubrió (no sin alivio) que apenas se le había acelerado el pulso al sentir el beso rápido y de trámite que dejaron los labios de Manuel sobre su mano aún enguantada.

No esperaba esta visita le había dicho a continuación, haciendo señas a Luis para que los dejase solos. Cinco minutos es todo lo que puedo ofrecerte, Tana. Lo siento, no cuento con mucho tiempo estos días.

Entonces no lo malgastemos había sonreído ella. ¿Qué plan tienes para José?

No entiendo la pregunta, amiga mía.

Su modo de hablar era formal y distante. ¿Pero entonces, por qué se había situado de pie, detrás de la silla en la que acababa de ofrecerle asiento, muy cerca, casi rozando su respaldo?

Vengo a asegurarte que José no ha tenido absolutamente nada que ver con los delitos que se le imputan al señor Malaspina. Apenas se han visto un par de veces. Cierto es que se carteaban mientras este hombre estaba fuera, en su expedición alrededor del mundo, pero no fue más que una correspondencia científica, como otras muchas que mantiene mi marido con diferentes personas. Este individuo ha utilizado su nombre sin su consentimiento.

¿Cómo lo sabes?

La pregunta de Manuel va acompañada de una imperceptible caricia. Cayetana llevaba, como tantos otros días, el pelo suelto sobre los hombros y los dedos de Godoy lo rozaban de modo tan suave que resultaba casi imposible saber si había sido deliberado o no.

Es mi marido.

No creo que eso sea sinónimo de conocimiento ni de cercanía en el mundo en que tú y yo vivimos, querida.

Esta vez sí estaba segura. Aquellos dedos acababan de acariciar la capa superficial de sus cabellos.

Creo que andas de nuevo en amores le había dicho ella, procurando que su voz sonara lo más mundana (y desinteresada) posible.

¿Quién lo dice?

Cayetana se encogió de hombros.

Ya sabes cómo corren las noticias. Se cuenta que te has enamorado. Y de verdad, esta vez.

¿Me quisiste alguna vez, Tana? Los dedos de Godoy se enredaron de pronto en uno de sus rizos.

Cayetana sopesó qué decir a continuación. No quería que nada estropeara sus posibilidades de abogar por José. Para eso había ido, para interceder por su marido. ¿Qué significó Godoy para ella? Fue todo demasiado fugaz como para estar segura. Era cierto que le había dolido oír lo que contaban por ahí sobre esa tal Pepita Tudó. Una niña de apenas dieciséis años y que, sin duda, ya estaba en sus afectos cuando mantuvieron aquel encuentro nocturno con La Venus del espejo por alcahueta. Pero sólo los tontos (y los fatuos) confunden el amor con un amor propio más o menos magullado.

Yo sólo he querido a un hombre optó por decir después de barajar varias posibles respuestas. A mi hermanastro.

Los dedos aquellos se enredaron un poco más en su pelo, pero enseguida se liberaron para contornear su nuca.

Nos parecemos mucho tú y yo dijo. Un mismo modo de ver la vida, de disfrutarla mientras se pueda, de apurarla al máximo. Pero también sabemos dónde están nuestras lealtades. Y resulta que siempre están mucho más cerca de lo que uno cree. Por eso sé que lo que acabas de decir es mitad verdad, mitad una gran mentira.

Ah sí, ¿y cuál es cuál si puede saberse?

Verdad que sólo has querido a un hombre, mentira que ese hombre sea Juan Pignatelli.

A juzgar por lo cerca que estamos ahora mismo, supongo que vas a decirme que ese hombre eres tú

No querida, no soy tan presuntuoso. Tampoco me refiero a esta clase de proximidad añade, tan cerca de su nuca que ella puede sentir su aliento.

Debe de ser tu amor por esa niña tan joven el que te ayuda a descubrir secretos amores de otros arriesgó a decir Cayetana, sabiendo que pisaba terreno resbaladizo. Pero a Godoy no pareció molestarle el comentario. Al contrario. Lo primero que aseguró fue que descuidara, que no tenía intención de arrestar a su marido, si eso era lo que temía, y luego, interrumpiendo el paseo de sus labios y sus dedos, volvió al tema de los amores.

José Álvarez de Toledo, he ahí el nombre de tu único amor. Parece mentira que una mujer tan perspicaz como tú, Tana, no vea lo que es más evidente. ¿De veras que no te has dado cuenta de algo tan claro?

Al recordar esto, Cayetana de Alba, de pie ante el espejo y mientras se acicala para posar para Goya, alza una mano, la misma en cuya muñeca puede verse aquel grueso brazalete de oro con dos iniciales, tan entrelazadas, que resulta imposible saber dónde acaba la del nombre de su marido y dónde empieza la del suyo. Sale de su habitación. Ha de dirigirse al estudio de pintor que ha improvisado para Fancho en una de las habitaciones más cercanas a la escalera. De una puerta anterior escapan ahora las notas de un piano y una voz infantil, la de su hija María Luz en clase de música con la profesora de francés. Cayetana abre la puerta.

No, tesoro, no dejes de tocar; luego, cuando termines, pasas a darnos un beso a Fancho y a mí, no te olvides. Muy bonita esa canción, Au clair de la lune, a papá le va a gustar mucho. Esta noche cuando vuelva se la cantamos juntas, ¿quieres?





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