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La clase práctica 1

A. Tareas teóricas:

1. Defina la noción “texto”. ¿Cuáles son sus indicios? ¿En qué consiste la diferencia entre un texto artístico y no artístico?

2. Explique el principio de “la regadera”.

3. ¿De qué manera las unidades del nivel fonético se actualizan en el texto? ¿Qué es grafón?

4. ¿Qué pueden indicar los medios gráficos aplicados en un texto?

5. ¿De qué manera las unidades del nivel morfémico se actualizan en el texto?

6. Defina las nociones: “léxico sinsemántico”, “léxico autosemántico”. ¿Cuáles son sus funciones en un texto?

B. Tareas prácticas:

 

1. Lea los ejemplos de los versos y comente su opinión acerca de la impresión causada.

 

· “en el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”

· “los claros clarines de pronto levantan sus sones”

· “de finales, fugaces, fugitivos fuegos fundidos en tu piel fundada”

 

2. Lea el relato Garabatos de Pedro Juan Soto y busca los ejemplos del grafón. ¿Qué medios gráficos usa el autor en el texto y para qué?

 

El reloj marcaba las siete y él despertó por un instante. Ni su mujer estaba en la cama, ni sus hijos en el camastro. Sepultó la cabeza bajo la almohada para ensordecer el escándalo que venía desde la cocina. No volvió a abrir los ojos hasta las diez, obligado ahora por las sacudidas de Graciela. Oyó la voz estentórea de ella, que parecía brotar directamente del ombligo.

— ¡Qué! ¿Tú piensah seguil echao toa tu vida? Parece que la mala barriga te ha dao a ti. Sin embalgo, yo calgo el muchacho.

Todavía él no la miraba a la cara. Fijaba la vista en el vientre hinchado, en la pelota de carne que crecía diariamente y que amenazaba romper el cinturón de la bata.

— ¡Acaba de levantalte, condenao! ¿O quiereh que te eche agua? El vociferó a las piernas abiertas y a los brazos en jarra, al vientre amenazante, al rostro enojado:

— ¡Me levanto cuando me salga di adentro y no cuando uhté mande! Adiós! ¿Qué se cree uhté?

Retornó la cabeza a las sábanas... A ella le dominó la masa inerte del hombre… Ahogó los reproches en un morder de labios y caminó de nuevo hacia la cocina, dejando atrás la habitación donde chisporroteaba, sobre el ropero, la vela ofrecida a San Lázaro. Dejando atrás la palma bendita del último Domingo de Ramos y las estampas religiosas que colgaban de la pared. Era un sótano donde vivían. Pero aunque lo sostuviera la miseria, era un techo sobre sus cabezas. Aunque sobre ese techo patearan y barrieran otros inquilinos, aunque por las rendijas lloviera basura, ella agradecía a sus santos tener donde vivir. Pero Rosendo seguía sin empleo. Ni los santos lograban emplearlo. Siempre en las nubes, atento más a su propio desvarío que a su familia.

Sintió que iba a llorar. Ahora lloraba con tanta facilidad. Pensando: Dios Santo si yo no hago más que parir y parir como una perra y este hombre no se preocupa por buscar trabajo porque prefiere que el gobierno nos mantenga por coma mientras él se la pasa por ahí mirando a los cuatro vientos como Juan Bobo y diciendo que quiere ser pintor…

Se sentó a la mesa, viendo a sus hijos correr por la cocina. Pensando en el árbol de Navidad que no tendrían y los juguetes que mañana habrían de envidiarle a los demás niños. Porque esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad…

—¡ROSENDO ACABA DE LEVANTALTE!

 

Rosendo bebía el café sin hacer caso de los insultos de la mujer.

—¿Qué piensah hacer hoy, buhcal trabajo o seguil por ahí, de bodega en bodega y de bar en bar, dibujando a to esoh vagoh?

El bebía el café del desayuno, mordiéndose los labios distraídamente, fumando entre sorbo y sorbo su último cigarrillo. Ella daba vueltas alrededor de la mesa, pasándose la mano por encima del vientre para detener los movimientos del feto.

—Seguramente iráh a la tertulia de loh caricortaoh a jugar alguna peseta prehtá, creyéndote que el maná va a cael del cielo hoy.

—Déjame quieto, mujer...

—Sí, siempre eh lo mihmo: ¡déjame quieto! Mañana eh Crihmah y esoh muchachoh se van a quedal sin jugueteh.

—El día de Reyeh en enero...

—A Niu Yol no vienen loh Reyeh. ¡A Niu Yol viene Santa Cloh!

—Bueno, cuando venga el que sea, ya veremoh.

—¡Ave María Purísima, qué padre, Dioh mío! ¡No te preocupan na máh que tuh garabatoh! ¡El altihta! ¡Un hombre viejo como tú!

Se levantó de la mesa y fue al dormitorio, hastiado de oír a la mujer... Rosendo se acercó al ropero para sacar de una gaveta un envoltorio de papeles. Sentándose en el alféizar, comenzó a examinarlos. Allí estaban todas las bolsas de papel que él había recogido para romperlas y dibujar. Dibujaba de noche, mientras la mujer y los hijos dormían. Dibujaba de memoria los rostros borrachos, los rostros angustiados de la gente de Harlem: todo lo visto y compartido en sus andanzas del día.

Graciela decía que él estaba en la segunda infancia… Mañana era Navidad y ella se preocupaba porque los niños no tendrían juguetes. No sabía que esta tarde él cobraría diez dólares por un rótulo hecho ayer para el bar de la esquina. El guardaba esa sorpresa para Graciela. Como también guardaba la sorpresa del regalo de ella.

Para Graciela él pintaría un cuadro. Un cuadro que resumiría aquel vivir juntos, en medio de carencias y frustraciones. Un cuadro con un parecido melancólico a aquellas fotografías tomadas en las fiestas patronales de Bayamón. Las fotografías del tiempo del noviazgo, que formaban parte del álbum de recuerdos de la familia. En ellas, ambos aparecían recostados contra un taburete alto, en cuyo frente se leía "Nuestro Amor" o "Siempre Juntos". Detrás estaba el telón con las palmeras y el mar y una luna de papel dorado.

A Graciela le agradaría, seguramente, saber que en la memoria de él no había muerto nada. Quizá después no se mofaría más de sus esfuerzos. Por falta de materiales, tendría que hacerlo en una pared y con carbón. Pero sería suyo, de sus manos, hecho para ella.

 

A la caldera del edificio iba a parar toda la madera vieja e inservible que el superintendente traía de todos los pisos. De allí, sacó Rosendo el carbón que necesitaba. Luego anduvo por el sótano buscando una pared. En el dormitorio no podía ser. Graciela no permitiría que él descolgara sus estampas y sus ramos. La cocina estaba demasiado resquebrajada y mugrienta. Escogió el cuarto de baño por fuerza. Era lo único que quedaba.

—Si necesitan ir al cuarto de baño—dijo a su mujer—, aguántesen o usen la ehcupidera. Tengo que arreglar unoh tuboh.

Cerró la puerta y limpió la pared de clavos y telarañas. Bosquejó su idea: un hombre a caballo, desnudo y musculoso, que se inclinaba para abrazar a una mujer desnuda también, envuelta en una melena negra que servía de origen a la noche.

Meticulosamente, pacientemente, retocó repetidas veces los rasgos que no le satisfacían. Al cabo de unas horas, decidió salir a la calle a cobrar sus diez dólares, a comprar un árbol de Navidad y juguetes para sus hijos. De paso, traería tizas de colores del “candy store”. Este cuadro tendría mar y palmeras y luna. Y colores, muchos colores. Mañana era la Navidad.

Graciela iba y venía por el sótano, corrigiendo a los hijos, guardando ropa lavada, atendiendo a las hornillas encendidas.

El vistió su abrigo remendado.

—Voy a buhcal un árbol para loh muchachoh. Don Pedro me debe dieh pesoh.

Ella le sonrió, dando gracias por el milagro de los diez dólares.

Regresó de noche al sótano, oloroso a whisky y a cerveza. Los niños se habían dormido ya. Acomodó el árbol en un rincón de la cocina y rodeó el tronco con jugetes.

Comió el arroz con frituras, sin tener hambre, pendiente más de lo que haría luego. De rato en rato, miraba a Graciela, buscando en los labios de ella la sonrisa que no llegaba.

Retiró la taza quebrada que contuvo el café, puso las tizas sobre la mesa, y buscó en los bolsillos el cigarillo que no tenía.

—Esoh muñecoh loh borré. El olvidó el cigarillo.

¿Ahora te dio por pintal suciedadeh?

El dejó caer la sonrisa en abismo de la realidad.

—Ya ni velgüenza tieneh...

Su sangre se hiza agua fría.

—...obligando a tus hijoh a fijalse en porqueríah, en indecenciah... Loh borré y si acabó y no quiero que vuelva sucedel.

Quiso abofetarla pero los deseos se le paralizaron en algún punto del organismo, sin llegar a los brazos, sin hacerse furia descontrolada en los puños.

Al incorporarse de la silla, sintió que todo él se vacilaba por los pies... fue al cuarto de baño. No quedaba nada suyo. Sólo los calvos, torcidos y mohosos, devueltos a su lugar. Sólo las arañas vueltas a hilar.

Aquella pared no era más que la lápida ancha y clara de sus sueños.

 

3. En los ejemplos a continuación, ¿a qué contribuya la repetición de la conjunción?

 

· Después no puedes hacer nada ni dar cuerda al reloj, ni despeinarte ni ordenar los papeles.

· ¡Y las mujeres, y los niños, y los viejos, y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréisy yo también, porque seré yo quien os guíe!

· Porque es pura y blanca y es graciosa y es leve como un rayo de luna.

· Ni nardos ni caracolas tiene el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo.

 

4. ¿Qué información comunican los artículos en los ejemplos a continuación?

· Una bomba mató a un inglés. (B. Galdós)

· Don Pedro era un hombretón de ojos azules y tupida barba rizada, un gigante bondadoso, calmado y avaro. (D. Belmar)

· ¡Es la España insumisa, la España libre, nuestra, la España de mañana, de muy pronto! (C. Arconada)

· El cielo está negro como la tinta. (B. Lilio)

· Un pensamiento fugaz cruzó por mi memoria. (D. Belmar)

· Tipos bien distintos a éste eran el Feo y el Meloso. El Feo era muy buena persona. Eso sí, merecía el apodo como pocos. (Р. Baroja)

· Tenía el Mastaco la cabeza grande, fuerte, bien hecha, la nariz aguileña, el afeitado de la cara azul. (Valle-Inclán)

5. Lea los ejemplos de retrato y determine el valor de los adjetivos. ¿Qué medios expresivos aparecen en el texto para añadir la expresividad? Traduzca por escrito.

 

(1) Mi padre se llamaba Esteban Duarte Diniz, y era portugués, cuarentón cuando yo niño, y alto y gordo como un monte. Tenía la color tostada y un estupendo bigote negro que se echaba para abajo. Según cuentan, le tiraban las guías para arriba, pero, desde que estuvo en la cárcel, se le arruinó la prestancia, se le ablandó la fuerza del bigote y ya para abajo hubo que llevarlo hasta el sepulcro. Yo le tenía un gran respeto y no poco miedo, y siempre que podía escurría el bulto y procuraba no tropezármelo; era áspero y brusco y no toleraba que se le contradijese en nada, manía que yo respetaba por la cuenta que me tenía.

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(2) Tenía la Benina voz dulce. Modos hasta cierto punto finos. Y de buena educación. Y su rostro moreno. No carecía de cierta gracia interesante manoseada ya por la vejez. Era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos grandes y oscuros apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio y sus dedos rugosos y de abultadas coyunturas no terminaban en uñas de cernícalo.

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