Fonemas y alófonos del español.
El objetivo del primer grupo de reglas es interpretar el conjunto de signos del alfabeto español de modo que al aplicarlas se obtenga una representación de la palabra como cadena de fonemas. Como pasos previos a la descripción de las reglas, deberemos definir la noción de fonema que utilizamos en este trabajo y determinar aquellas unidades que formarán el repertorio de nuestra transcripción; partiremos de la correspondiente revisión bibliográfica.
Los repertorios de fonemas del español que constan en las gramáticas generales y en los manuales especializados están establecidos, fundamentalmente, aplicando criterios y métodos estructuralistas. La noción de fonema tiene sentido en los estudios de esta escuela lingüística, al concebir las lenguas como sistemas coherentes de elementos interrelacionados, integrados en distintos niveles. El generativismo se centra en la representación de la competencia lingüística del ser humano, entendida como la capacidad de habla innata, por lo que no es importante aislar y definir los elementos de la lengua por su integración en un sistema, sino describir el conjunto de reglas que generan las representaciones que explicitan dicha capacidad.
En los siguientes apartados mostraremos el concepto de fonema desarrollado por el estructuralismo y el repertorio de fonemas descrito en la bibliografía del español.
Concepto estructuralista de fonema.
Establecer el repertorio de fonemas de las lenguas y definirlos adecuadamente son objetivos primordiales en la fonología estructuralista, desarrollada fundamentalmente a partir de los trabajos del Círculo Lingüístico de Praga, que siguen los principios establecidos por Saussure (1916) en el Cours de linguistique générale; las obras de Trubetzkoy (1939)1 y Jakobson (1939) son esenciales en el desarrollo de la fonología de este siglo, aunque no debemos olvidar —evitando necesariamente ser minuciosos— las importantes aportaciones de Martinet (1955, 1960 y 1965) y Hjelmslev (Hjelmslev y Uldall, 1935), en las corrientes funcionalistas europeas, o de Sapir (1925 y 1933) y Bloomfield (1933), en la lingüística estadounidense (cf. Anderson, 1985).
El estructuralismo estudia las lenguas como sistemas de elementos interrelacionados —en cada uno de los distintos niveles del análisis lingüístico— que carecen de validez fuera de las relaciones de equivalencia y de contraste que establecen entre sí (cf. Lyons, 1981: 49-51). Desde este punto de vista, el fonema se define por su función. Así lo concibe, por ejemplo, Trubetzkoy (1973), quien se opone a toda definición en términos psicológicos, como la de Baudouin de Courtnay: "el equivalente psíquico de los sonidos del lenguaje" (p. 35), o que partan de la existencia de variantes combinatorias, como propone Daniel Jones, para quien el fonema es una familia o grupo de sonidos del lenguaje emparentados acústica o articulatoriamente que no aparecen nunca en el mismo contexto fónico (p. 37). En todas las lenguas se dan oposiciones distintivas (fonológicas) y el fonema es un término de estas oposiciones; es un elemento del significante que no posee significado en sí mismo, pero diferencia significados. Unos fonemas se distinguen de otros por el procedimiento de la sustitución o conmutación, por ejemplo, en un par mínimo como el del español caro [' . ] / carro [' . ], la oposición entre las vibrantes simple y múltiple permite distinguir ambas palabras.
El fonema es una unidad lingüística abstracta que tiene en cada caso una realización concreta —sus variantes o alófonos — determinada por diversos factores de variación. Para distinguir entre fonemas y variantes, Trubetzkoy (1973: cap. 2) establece un conjunto de cuatro reglas que tienen en cuenta la permutación de los elementos fónicos y las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas que establecen en el sistema. Estas cuatro reglas se complementan con otras siete que permiten diferenciar el valor monofonemático o polifonemático de los grupos de sonidos que aparecen concatenados en el continuo sonoro.
Inicialmente, el fonema fue concebido por la escuela praguense como una unidad fonológica mínima. Jakobson (1929: 5) lo define como "Todo término de oposición fonológica no susceptible de ser disociado en suboposiciones fonológicas más pequeñas", una definición que fue adoptada con leves modificaciones en el Projet de terminologie phonologique standardisée (Travaux du Cercle Linguistique de Prague, IV: 311): "Unidad fonológica no susceptible de ser disociada en unidades fonológicas más pequeñas y más simples" (cf. Trubetzkoy, 1973: 32-33, n. 23). Sin embargo, esta formulación inicial fue matizada con el desarrollo de la noción de "rasgo distintivo" (cf. Jakobson, 1939; Jakobson y Halle, 1956; Jakobson y Waugh, 1987). El concepto de oposición no define un fonema, puesto que no se puede aplicar al fonema como totalidad. Como señalan Jakobson y Waugh (1987: 29), "La pregunta '¿cuál es el opuesto de la [m] inglesa?' no tiene sentido. No hay ningún elemento opuesto único. Pero el rasgo de nasalidad encuentra su opuesto en la no nasalidad [...], todo lo demás siendo igual, la nasalidad de [m] tiene su opuesto en la no nasalidad de [b], o de [n] en [d], o de (en francés) [ ] en [ ]." Un fonema no puede ser analizado en elementos sucesivos más pequeños, pero sí en elementos más pequeños simultáneos: los rasgos distintivos. Éstos relacionan las unidades abstractas "fonemas" con las propiedades acústicas y articulatorias de las variantes en que las que se materializan2. Los rasgos distintivos son los últimos constituyentes de una lengua y es posible definir el fonema como una matriz de rasgos.
Para el estructuralismo es tan importante establecer el inventario de fonemas de una lengua como determinar el contenido fonológico de cada fonema en particular. Por contenido fonológico se ha de entender "la suma de particularidades fonológicamente pertinentes de un fonema, es decir, las particularidades que son comunes a todas las variantes de ese fonema y lo distinguen de todos los demás fonemas de la misma lengua y en especial de los más estrechamente emparentados con él" (Trubetzkoy, 1973: 59). Jakobson y Halle (1956) propusieron un inventario de doce rasgos que pueden aplicarse al análisis de los sistemas fonológicos de todas las lenguas; son rasgos binarios: un determinado fonema posee un rasgo o no lo posee, y se plantean en términos predominantemente acústicos, aunque no por ello se deja de hacer referencia a la articulación3.
La fonología generativa rechaza el concepto estructuralista de fonema pero mantiene el de rasgo distintivo. Los segmentos de las representaciones subyacente y superficial se definen como matrices de rasgos sobre los que operan las reglas fonológicas. Chomsky y Halle (1968) propusieron un repertorio de veintiún rasgos, basados fundamentalmente en categorías articulatorias, que constituyen el origen de una fructífera labor sobre la caracterización de los segmentos fónicos de las lenguas llevada a cabo por esta escuela; por ejemplo, los trabajos de Clements (1985), Sagey (1986) y McCarthy (1988) aplican la teoría sintáctica de la X-barra al componente fonológico: los rasgos se organizan en estructuras ramificadas, agrupados en distintas clases o constituyentes (Laríngeo, Supralaríngeo, Sonoridad, Consonante, Punto de Articulación, Modo...) que reflejan el proceso de fonación. Esta organización de los rasgos va ligada a la representación de los procesos fonológicos que relacionan la estructura profunda y la estructura superficial (cf. D'Introno et al., 1995, cap. III).
Otro concepto capital en la representación fonológica del estructuralismo al que haremos referencia en este trabajo es el de archifonema. Existen posiciones en las que se neutraliza la función distintiva de dos fonemas, por ejemplo, la oposición entre las vibrantes simple y múltiple en la distensión silábica, donde se puede realizar una vibrante simple o una vibrante múltiple en función del énfasis con que se pronuncie. Sólo son neutralizables las denominadas oposiciones bilaterales: aquéllas que tienen un conjunto de rasgos comunes (Base de Comparación) única en el sistema. Con el archifonema se representan aquellos rasgos que son comunes a los fonemas que se neutralizan. En la posición de neutralización uno de los miembros de la oposición se convierte en representante del archifonema (cf. Trubetzkoy, 1973: cap. 5).