El significado (o contenido semántico) es la información codificada en la expresión lingüística. Se trata, por tanto, de un significado determinado por las reglas internas del propio sistema lingüístico.
La interpretación, en cambio, pone ya en juego los mecanismos pragmáticos. Puede definirse como la función entre el significado codificado en la expresión lingüística utilizada, de un lado, y la información pragmática con que cuenta el destinatario, del otro.
La tarea del destinatario consiste, pues, en intentar reconstruir en cada caso la intención comunicativa del emisor de acuerdo con los datos que le proporciona su información pragmática. Para ello, evalúa el contexto verbal y no verbal del intercambio comunicativo, buscando la información suplementaria que necesite para poder inferir un mensaje adecuado al propósito común de la comunicación.
En consecuencia, la interpretación concreta de un enunciado en una situación dada no podrá ser objeto del análisis semántico, ya que para determinarlo es necesario hacer intervenir elementos extralingüísticos.
Interpretación del texto: concepto de interpretación
Si un texto es un acto de habla integrado por una intención y unos objetivos y funciones, estos factores deberán ser conocidos y reconocidos por el traductor, para su comprensión y posterior traducción. Como el acto comunicativo nunca es totalmente explícito, esta comprensión debe pasar por un análisis interpretativo de la información implícita, a través de las explicaciones del texto y de los saberes extralingüísticos del analista/traductor.
Por interpretación del sentido del texto, entendemos la acción mental, es decir, intelectiva, por medio de la cual un individuo actualiza en su pensamiento una representación del mundo. El que un texto pueda dar lugar a diferentes interpretaciones entre sus lectores, es un hecho aceptado desde muy antiguo.
La interpretación intervienen no sólo los elementos acumulados culturalmente, sino también lo que el llama modelizaciones primarias, inherentes a cada ser humano como tal. La interpretación del sentido de un texto oral o escrito presupone reflexión y experiencia. La traducción, acto comunicativo intercultural, requiere en primer lugar un proceso interpretativo mental que adquiere forma por el pensamiento que la ha pensado. El lenguaje es la señal de la idea, emana de ésta, que siempre se situará en un plano superior a su continente. La traducción es interpretativa en el plano del discurso, en cuanto que interpreta la idea, el sentido de un texto. El traductor, dentro de ciertos límites, lleva a cabo la segunda interpretación del mundo descrito por el autor (correspondiendo a éste la primera), según los mecanismos mentales que, por su actividad vital, han conformado sus percepciones.
Una interpretación del mundo nace de nuestro pensamiento interaccionado con las cualidades sensibles del objeto (texto), resultando así una relación con el mundo teórica y práctica a la vez ya que, por una parte, nos hacemos una representación simbólica del mundo que percibimos, al tiempo que participamos activamente sobre el mismo. De esta idea, se deduce que la verdad, nuestra verdad individual, equivale a la realidad, que en el proceso de la traducción es el texto, más las diferentes representaciones que nos hacemos de dicha realidad.
La traducción es interpretativa en cuanto que pronostica acerca de la idea implícita o sentido de un texto, y es interactiva en cuanto que la visión del mundo del autor del TO modifica la del traductor, al tiempo que la percepción de éste actúa sobre la de aquél.
En la conversación cotidiana, entender a los demás no se considera una ciencia sino simplemente un éxito de comunicación. Aunque la esencia del proceso de la interpretación no varía, siempre existe la posibilidad de precisar la intención del emisor. El problema se plantea de diferente manera cuando hay que interpretar textos escritos. En los textos escritos el emisor no está presente en la situación comunicativa de recepción y, por lo tanto, no puede solventar las dudas del lector/ traductor, produciéndose «autonomía semántica del texto» al servicio de la interpretación.
Por otra parte, el texto escrito va dirigido a un destinatario indeterminado, está al alcance de todo aquel que sepa leer: la interpretación de un texto va a depender de la situación comunicativa en la que éste, siempre igual, va a ser interpretado por un lector siempre diferente.
En la comunicación escrita, al contrario que en la cotidiana presencial, la distancia espacial y temporal eliminan la situación común que altera el referente, lo que da lugar a la apertura de todo un mundo, no de una sola situación. De esta manera, el «espacio textual» abarca la posibilidad de innumerables referencias de las que nos hace partícipes.
Cuando se trata de textos literarios todavía hay que añadir otra cuestión: la cualidad idiolectal que la escritura confiere al texto, de ahí que el texto literario tenga que ser no sólo objeto de interpretación sino también de una ciencia empírica, como conjunto de disposiciones técnicas orientadas hacia procesos objetivados.
Todas estas dificultades justifican el esfuerzo interpretativo que nos mueve a entender un texto dado. El intérprete, por su parte, no puede desprenderse de sus propias vivencias para partir de los mismos supuestos que se dieron en las circunstancias de producción del texto, por lo que no puede aplicar un método científico, según el cual el texto actúe sólo como objeto y el investigador como el único sujeto que lo observa y lo produce. Este método es substituido por otro que consiste en considerar la relación texto-lector como una conversación en la que se intercambian preguntas y respuestas, lo que no supone que la interpretación de un texto deje de ser objeto de investigación científica, desde el ángulo de la comunicación intersubjetiva.
En interpretación hay dos posturas al menos: la que intenta la reconstrucción del sentido original, dejando un tanto de lado el valor los signos, y la que afirma dicho valor como medio de abordar el conjunto de la historia del hombre. Habría, pues, dos modelos: el objetivista y el dialógico. Por otra parte, el texto es inagotable y cada interpretación del mismo no excluye a las demás. El propio sentido del texto varía según las épocas y los momentos; un mismo individuo puede encontrar un sentido diferente a una lectura cuando la relee diez años después. Algo parecido ocurre, por ejemplo, al releer los textos clásicos de teoría literaria que para nosotros, en gran parte, ya no tienen sentido.
La interpretación, por otra parte, exige determinadas condiciones, como la autenticidad, es decir, ir directamente a los textos, no a los textos que hablan de los textos
En este proceso interpretativo, la lengua es un mero aunque sofisticado soporte y al mismo tiempo instrumento flexible, indispensable, pero que por sí sólo no basta para la realización del acto de comunicación. Son otras categorías, no verbales, las que actúan en lo que supone la puesta en contacto de dos mundos, con la acumulación de diferentes percepciones y experiencia de vida que conlleva.
La interpretación, la exégesis de cualquier texto por cada uno de sus lectores, es pues, inevitable, si se pretende comprender su sentido.
La interpretación del sentido del texto es inherente al proceso de la comunicación: oímos o leemos un texto y simultáneamente se ponen en marcha los mecanismos mentales cuya función consiste en correlacionar nuestros conocimientos lingüísticos con los extralingüísticos, para permitirnos comprender qué quiere decir su autor, es decir, por qué y para qué dice lo que dice. La mera competencia lingüística es inoperante, porque los elementos de esta naturaleza sólo adquieren su valor en una situación comunicativa determinada. Interpretar el sentido de un texto es mucho más que comprender su contenido: podemos conocer el significado de las palabras que lo componen e incluso comprender todo su contenido semántico sin acceder a su sentido.
El proceso de interpretación del sentido del texto comprende la interacción comunicativo-cognitiva entre emisor e interlocutor. El primero parte de ciertas presuposiciones propias y de los conocimientos, tanto situacionales como enciclopédicos y de fondo, que le supone al segundo, y formula su idea con el grado de explicitud que considera suficiente para el éxito de la comunicación. Así es que, en el proceso comunicativo, no todos los contenidos se explicitan, puesto que los participantes en el acto de la comunicación, tanto a la hora de producir un texto como a la de interpretar su sentido, inconscientemente unas veces y conscientemente otras, recurren a sus propias experiencias que, a su vez, dan lugar a presuposiciones, intuiciones y a una actividad asociativa mental de gran relevancia en cualquier proceso de tipo cognitivo y, por lo tanto, en el de la comunicación.
En la interpretación del sentido de un texto, se activa la consciencia del lector/traductor/intérprete al buscar, conscientemente, aprehender el sentido textual mediante un proceso riguroso en el que, metodológicamente, busca relacionar sus conocimientos extralingüísticos con la semántica textual. Pero también interviene su inconsciencia, ya que, como hemos señalado, lo consciente y lo inconsciente están en una constante interacción que estimula el funcionamiento de las percepciones que el lector ha ido acumulando durante su experiencia vital.
Existe una interacción e interdependencia entre autor, lector y texto; de ahí que se haga necesario un doble estudio: por una parte de cómo los autores, a través de aspectos tales como el formato de su texto, buscan un determinado tipo de lector y, por otra, las diferentes lecturas que de ellos se hacen a escala de comunidades de lectores que siguen las mismas estrategias de interpretación del sentido. Ésta, es producto:
a) de las estrategias de producción del texto;
b) del texto en sí, teniendo en cuenta no sólo sus aspectos internos sino los externos, tales como caracteres de impresión, calidad y, como antes se apuntaba, formato;
c) de las estrategias de recepción que, como las primeras, son de carácter individual, social, institucional, cultural y orgánico.
La interpretación se sitúa, pues, en la confluencia entre el mundo del autor, el del texto, con todos los aspectos (materiales y conceptuales) que comporta, y el del lector, con los límites que marca la situación de comunicación dada. En el proceso de la lectura, proceso creador no incluido a priori en el texto, influyen los múltiples aspectos que hemos tratado que incidan y predisponen al lector cuyo tipo, en muchas ocasiones, determinan.
La interpretación en el proceso de la traducción
El proceso interpretativo de un texto sigue su cadena lógica para encontrar su sentido. Interpretar es precisamente ir al encuentro de lo implícito, de lo no dicho, restituir el sentido nocional y emocional del texto que, sin comprender sus implicaturas textuales relevantes, será imposible de encontrar por varias razones:
a) El mismo contexto lingüístico puede tener diferente sentido en distintas situaciones comunicativas ya que los signos verbales, desde la palabra hasta la oración, así como todo el contexto, son polisémicos.
b) Como el sentido de cualquier texto está en parte o en su totalidad implícito, su nivel de explicitud depende de factores pragmáticos (por ejemplo, tipo de lector) y del idiolecto del autor. En el proceso de la comprensión de un texto, la fase interpretativa se presenta, pues, como crucial con vistas a su traducción.
Facilitar la comunicación a través de textos escritos, ya sea para su análisis o para su traducción, supone para el analista o para el traductor un proceso de doble lectura. La que constituye el contacto inicial del lector con el texto y tiene como objetivo la captación de su contenido semántico. Es la etapa de la comprensión del contenido material del texto, lectura «lingüística» o percepción general de la parte material del sentido, cuyo desarrollo es en gran medida inconsciente.
Esta fase es principalmente lingüística y, por lo tanto, los conocimientos que se requieren por parte del traductor son esencialmente de ese orden: en definitiva, se trata de ver «qué dice el texto». Sin embargo, incluso a ese nivel, se requieren también ciertos conocimientos extralingüísticos, relacionados con la realidad de un polisistema cultural.
A la comprensión del contenido lingüístico del texto sigue una operación interpretativa que ya no se sitúa en el plano de la lengua sino en el del discurso y que es de orden extralingüístico; ahora no es el lenguaje el factor relevante sino los elementos cognitivos que sobre el tema, y en general, posee el traductor. Estos conocimientos son, en gran medida, independientes de las explicaturas textuales porque se han ido formando a lo largo de la existencia de aquél, a través de múltiples percepciones de todo tipo diferentemente registradas por cada individuo.
En efecto, el concepto de mar será diferente para un mediterráneo que para un habitante de la costa cantábrica, de la misma manera que el concepto de lluvia resultará distinto para un africano del norte del que, por ejemplo, pueda tener un colombiano. Se deduce, pues, que los puntos de vista varían según los conocimientos empíricos, racionales y vivenciales de cada individuo.
Los límites interpretativos establecidos en el propio texto como producto de su material lingüístico y de una situación comunicativa concreta. A estos factores, se añaden los derivados de los conocimientos lingüísticos y extralingüísticos del receptor y su experiencia de vida, siendo también determinantes los aspectos interpretativos derivados de los filtros culturales. Es evidente que nuestra relación con el mundo no es puramente ideal, teórica, sino que también es práctica, puesto que los seres y objetos exteriores a cada uno de nosotros poseen su propia existencia, estableciéndose una constante interacción entre el nivel material y de simbolización de los objetos, en cuya confluencia se sitúa nuestra percepción o, si se prefiere, nuestra interpretación del mundo.
Los límites a la interpretación de un texto vienen marcados por los factores extralingüísticos (conocimientos de muy diversa índole, experiencias, sensibilidad, todo lo que constituye el mundo socio-cultural, intelectual y emocional del individuo), por las posibilidades que el lenguaje permite (que ciertamente son muy numerosas) para una situación comunicativa determinada, tanto en lo explícito como en lo implícito y por el propio texto en cuanto que todas las ideas que lo cruzan deben ser coincidentes con su sentido.
Otro límite a la capacidad de interpretación lo establece la circunstancia de que la comunicación tiene dos aspectos: individual y social. Dentro de una sociedad determinada, cada uno de sus miembros tiene en común con los demás una experiencia colectiva que emana de una misma cultura: cada época y cada grupo social, tanto en sentido diacrónico como sincrónico, tienen sus paradigmas de lectura. El problema de las representaciones del mundo a través de los textos que lo estructuran y conforman, lleva necesariamente a la conclusión de que un texto comporta en sí las posibilidades de su propia interpretación.
Por otra parte, la llamada experiencia universal permite que, a pesar de las diferencias culturales, pueda establecerse entre los pueblos el mínimo necesario de comunicación.
El traductor no solo debe tratar de interpretar el texto sino también de dar cuenta de él, puesto que un texto está constituido por tres niveles: lingüístico o contextual; el de las estrategias de su producción y de su recepción y el de las diferentes interpretaciones a las que pueda dar lugar. En el análisis de un texto como medio de interpretar su sentido, cada una de estas dimensiones debe ser tenida constantemente en cuenta sin que ninguna de ellas adquiera clara relevancia con respecto a las demás.