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Capítulo Dieciséis 72




La mujer se volvió y dijo algo en una lengua que Aliena no comprendió. Un momento después entraron en la habitación tres muchachas. Por el aspecto, era evidente que se trataba de sus hijas. Les habló en el mismo lenguaje, y las jóvenes se quedaron mirándola. Luego siguió una rápida conversación en la que se pronunció con frecuencia el nombre de Jack.

Aliena se sentía humillada. Estuvo tentada a dar media vuelta y marcharse. Pero eso significaría renunciar del todo a su búsqueda.

Aquella horrible gente era su última esperanza.

¿Dónde está Jack? preguntó en voz alta, interrumpiendo la conversación.

Su intención era mostrarse enérgica; pero se dio cuenta, desalentada, de que su voz sonaba doliente.

Las hijas guardaron silencio.

No sabemos dónde está dijo la madre.

¿Cuándo le visteis por última vez?

La madre vaciló. Era evidente que no quería contestar; aunque, por otra parte, era imposible que pretendiera ignorar cuándo fue la última vez que lo vieron.

Abandonó Toledo al día siguiente de Navidad admitió reacia.

Aliena se forzó a sonreír con amabilidad.

¿No recordáis si dijo algo acerca del lugar a que se dirigía?

Ya te lo he dicho, no sabemos dónde está.

Tal vez se lo comunicara a vuestro marido.

No. No lo hizo.

Aliena perdió toda esperanza. Sentía de manera intuitiva que aquella mujer sí sabía algo. Sin embargo estaba claro que no tenía intención de revelarlo. De repente Aliena se sintió débil y rendida.

Jack es el padre de mi hijo. ¿No creéis que le gustaría verlo? dijo con lágrimas en los ojos.

La más joven de las tres hijas empezó a decir algo; pero su madre la interrumpió. Entre madre e hija hubo un violento intercambio. Al parecer, ambas tenían el mismo temperamento fuerte. Pero al final la hija calló.

Aliena esperaba. Sin embargo, no hubo nada más. Las cuatro se limitaron a mirarla. Estaba claro que le eran hostiles; pero era su curiosidad la que hacía que no tuvieran prisa porque se fuera. No merecía la pena seguir allí. Más le valdría irse, regresar a su alojamiento y hacer los preparativos para el largo viaje de retorno a Kingsbridge.

Respiró hondo y consiguió hablar con tono frío y firme.

Os agradezco vuestra hospitalidad dijo.

La madre tuvo la decencia de parecer levemente avergonzada.

Aliena salió de la habitación.

El servidor esperaba rondando afuera. Se acercó a ella y la acompañó a través de la casa. Aliena intentaba contener las lágrimas. Le resultaba de una frustración insoportable tener que reconocer que todo aquel viaje había fracasado por culpa de la malignidad de una mujer.

El servidor la conducía ya por el patio cuando, casi a punto de llegar a la puerta, Aliena oyó correr a alguien. Miró hacia atrás y vio que la hija más joven iba tras ella. Se detuvo y esperó. El servidor parecía incómodo.

La joven era pequeña y delgada. Y además muy bonita, con una tez dorada y ojos tan oscuros que casi parecían negros. Vestía un traje blanco que hizo sentirse a Aliena polvorienta y sucia. Habló en un francés vacilante.

¿Le amáis? preguntó de sopetón.

Aliena vaciló. Comprendió que ya no tenía dignidad que perder.

Sí. Le amo confesó.

¿Y él os ama?

Aliena estuvo a punto de decir que sí, pero entonces se acordó de que hacía más de un año que no lo veía.

Hubo un tiempo en que me quiso dijo.

Creo que os ama afirmó la joven.

¿Qué os hace decir eso?

A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas.

Le quería para mí. Y casi lo logré. Miró al bebé. Pelo rojo y ojos azules.

Las lágrimas le corrían por las mejillas suaves y morenas.

Aliena se quedó mirándola. Aquello explicaba la acogida hostil que acababa de recibir. La madre quería que Jack se casara con aquella joven. No debía tener más de dieciséis años; pero su aspecto sensual la hacía parecer mayor. Aliena se preguntaba qué habría pasado entre ellos.

¿Decís que casi lo lograsteis? le preguntó.

Si afirmó la joven desafiante. Yo sabía que le gustaba. Al irse me destrozó el corazón. Pero ahora lo comprendo.

Perdió la compostura y la pena contrajo su rostro.

Aliena podía sentir simpatía por una mujer que hubiera amado a Jack y le hubiera perdido. Dejó caer la mano sobre el hombro de la joven en un intento por consolarla. Pero había algo más importante que la compasión.

Escuchad dijo en tono apremiante. ¿Sabéis a dónde ha ido?

La muchacha levantó la mirada y asintió sollozando.

¡Decídmelo!

A París contestó.

¡París!

Aliena se sentía jubilosa. Había recuperado el rastro. París estaba muy lejos. Pero el viaje lo realizaría en su mayor parte a través de terreno familiar. Y Jack sólo le llevaba un mes de delantera. Se sentía rejuvenecida. Al final le encontraré se dijo. ¡Sé que lo encontraré!.

¿Vais ahora a París? le preguntó la joven.

Sí, claro le respondió Aliena. Después de haber llegado tan lejos, no voy a detenerme ahora. Gracias por decírmelo, muchas gracias.

Quiero que sea feliz se limitó a responder Aysha.

El servidor se agitaba fastidiado. Parecía como si creyera que aquello le iba a crear dificultades.

¿Dijo algo más? preguntó Aliena a la joven. ¿Qué camino seguiría o algo que pueda ayudarme?

Quiere ir a París porque alguien le ha dicho que allí están construyendo hermosas iglesias.

Aliena asintió. Estaba convencida de que así era.

Y se llevó la dama llorosa.

Aliena no supo qué quería decir con aquello.

¿La dama llorosa? ¿Una dama?

La joven meneó la cabeza.

No sé exactamente cómo se dice. Una dama. Llora. Por los ojos.

¿Queréis decir un cuadro? ¿Una dama pintada?

No entiendo contestó Aysha y miró ansiosa por encima del hombro. He de irme.

Quienquiera que fuese la dama llorosa no parecía tener demasiada importancia.

Gracias por ayudarme repitió Aliena.

Aysha se inclinó y besó al chiquillo en la frente. Sus lágrimas le cayeron sobre los sonrosados mofletes. Miró a Aliena.

Quisiera estar en vuestro lugar.

Luego, dando media vuelta entró corriendo en la casa.

Jack tenía su alojamiento en la Rue de la Boucherie, un suburbio de París en la orilla izquierda del Sena. Al apuntar el alba ensilló su caballo. Al final de la calle, torció a la derecha y pasó a través de la puerta de la torre que protegía el Petit Pont, el puente que conducía hasta la ciudad-isla en medio del río.

A cada lado, las casas de madera se proyectaban sobre los bordes del puente. En los trechos existentes entre casa y casa, había bancos de piedra, donde, a última hora de la mañana, maestros famosos daban clase al aire libre. El puente condujo a Jack hasta la Juiverie, la calle mayor de la isla. Las panaderías a lo largo de la calle estaban atestadas de estudiantes comprando su desayuno. Jack eligió una empanada con anguila ahumada.

Torció a la izquierda frente a la sinagoga; luego, a la derecha hacia el palacio real y cruzó el Grand Pont, el puente que conducía a la orilla derecha. Ya empezaban a abrir las pequeñas y bien construidas tiendas de los prestamistas y de los orfebres. Al final del puente, atravesó otro portillo y entró en el mercado de pescado, que se encontraban ya en plena actividad. Se abrió camino entre la multitud y empezó a andar por la enfangada calle que conducía a la ciudad de Saint-Denis.

Cuando todavía estaba en España, oyó hablar a un albañil viajero del abad Suger y de la nueva iglesia que estaba construyendo en Saint-Denis. Aquella primavera, mientras se dirigía hacia el norte, a través de Francia, trabajando de cuando en cuando siempre que necesitaba dinero, oyó con frecuencia mencionar a Saint-Denis. Al parecer, los constructores estaban utilizando ambas técnicas nuevas, la bóveda de nervios y los arcos ojivales, y la combinación resultaba asombrosa.

Cabalgó durante más de una hora a través de campos y viñedos. El pavimento no estaba empedrado pero tenía mojones. Dejó atrás la colina de Montmartre, con un templo romano en ruinas en la cima, y atravesó la aldea de Clignancourt. Recorridas tres millas, llegó a la pequeña ciudad amurallada de Saint-Denis.

Denis había sido el primer obispo de París. Fue decapitado en Montmartre, y luego siguió caminando, con la cabeza cortada entre las manos, a través del campo, hasta aquel sitio, donde al final cayó.

Lo enterró una mujer devota y después se erigió un monasterio sobre su tumba. La iglesia se convirtió en lugar de enterramiento de los reyes de Francia. Suger, el obispo actual, era un hombre poderoso y con mucha ambición que había reformado el monasterio, y empezaba ya a modernizar la iglesia.

Jack entró en la ciudad. Detuvo su caballo en el centro de la plaza del mercado para contemplar la fachada oriental de la iglesia. Allí no se veía nada revolucionario. Era una fachada al estilo antiguo, con dos torres gemelas y tres entradas de arcos redondeados. Le gustó bastante la forma atrevida en que los estribos se proyectaban del muro, pero no había cabalgado cinco millas para ver aquello.

Ató su caballo a una baranda que había frente a la iglesia y se acercó más. Lo esculpido alrededor de los tres portales era muy bueno. Temas rebosantes de vida cincelados con suprema exactitud.

Jack entró en la iglesia.

En el interior, se producía un cambio inmediato. Antes de la nave propiamente dicha había una entrada baja o nartex. Al mirar hacia el techo, no pudo evitar sentirse excitado. Allí los constructores habían recurrido a una combinación de bóveda de nervios y arcos ojivales.

Se dio cuenta de inmediato que ambas técnicas se emparejaban a la perfección. La gracia de los arcos ojivales se acentuaba con los nervios que seguían su línea.

Pero aún había más. Entre los nervios, aquel constructor había colocado piedras como en un muro en lugar de la usual maraña de argamasa y mampuesto. Jack comprendió que, al ser más fuerte la capa de piedras, podía ser más delgada y por lo tanto más ligera.

Mientras miraba hacia arriba ladeando el cuello hasta dolerle, descubrió que aquella combinación presentaba otro rasgo notable. Podía hacerse que dos arcos ojivales de anchos diferentes adquirieran la misma altura sólo con ajustar la curva del arco, lo cual daba al intercolumnio un aspecto más natural, en tanto que eso no era posible con arcos. La altura de un arco de medio punto era siempre la mitad de su ancho, de manera que un arco ancho había de ser más alto que otro estrecho. Eso significaba que, en un intercolumnio rectangular, los arcos estrechos habían de irrumpir desde un punto más alto del muro que los anchos, a fin de que, en la parte superior todos quedaran al mismo nivel y el techo resultara uniforme. El resultado siempre había sido sesgado. Ahora ya estaba solucionado ese problema.

Jack bajó la cabeza para dar un descanso a su cuello. Se sentía tan jubiloso como si le hubieran coronado rey. Así es como construiré mi catedral, se dijo.

Dirigió la mirada al cuerpo central de la iglesia. La nave propiamente dicha era a todas luces muy vieja, pero relativamente larga y ancha. Había sido edificada hacía muchísimos años, por un constructor diferente del actual y era convencional por completo. Pero luego, en la crujía, parecía como si hubiera escalones hacia abajo, que sin duda conducían a la cripta y a las sepulturas reales, mientras que otros se dirigían hacia arriba, hacia el presbiterio. Daba la impresión de que este se hallara flotando un poco, a cierta distancia del suelo. Desde el ángulo en que él estaba, la estructura quedaba oscurecida por la deslumbrante luz del sol que entraba por las ventanas del ala este, hasta el punto de que Jack pensó que los muros no estarían terminados y que el sol entraría por los huecos. Cuando Jack salió de la nave al crucero, vio que el sol entraba a través de hileras de ventanas altas, algunas con vidrieras de colores y los rayos del sol parecía inundar toda la inmensa estructura de la iglesia con luz y calor. Jack no alcanzaba a comprender cómo se las habían arreglado para disponer de un espacio tan grande de ventanas. Parecía haber más ventanas que muro. Estaba maravillado. ¿Cómo habían logrado hacerlo de no ser por magia?

Mientras subía los peldaños que conducían al presbiterio, sintió un estremecimiento de temor supersticioso. Se detuvo al final de ellos y atisbó en la confusión de haces de luces de colores y de piedras que tenía ante sí. Poco a poco, fue abriéndose paso la idea de haber visto ya algo semejante. Pero en su imaginación. Esa era la iglesia que había soñado construir, con sus amplias ventanas y onduladas bóvedas, una estructura de luz y aire que semejara mantenerse por arte de encantamiento.

Un instante después, lo vio desde un prisma diferente. De repente todo encajó y, en un destello de revelación, Jack vio lo que habían hecho el abad Suger y su constructor.

El principio de la bóveda de nervios consistía en hacer un techo con algunas nervaduras fuertes, rellenando con material los huecos entre ellas. Habían aplicado ese principio a toda la construcción. El muro del presbiterio consistía en algunos pilares fuertes unidos por ventanas. La arcada que separaba el presbiterio de sus naves laterales no era un muro sino una hilera de pilares unidos por arcos ojivales, dejando amplios espacios a través de los que la luz de las ventanas podía penetrar hasta el centro de la iglesia. La propia nave se hallaba dividida en dos por una hilera de columnas.

Allí se habían combinado arcos ojivales y bóvedas de nervio al igual que en el nartex. Pero ahora ya se hacía evidente que este había sido un cauteloso ensayo de la nueva técnica. En comparación con lo que tenía delante el nartex era más bien recio, con sus nervios y molduras demasiado pesados y sus arcos en exceso pequeños. Aquí todo era delgado, ligero, delicado y airoso. Incluso lo sencillos boceles eran todos estrechos y las columnillas largas y esbeltas.

Hubiera dado la sensación de ser demasiado frágil salvo por el hecho de que la nervadura demostraba con toda claridad que el peso de la construcción lo soportaban los estribos y las columnas. Aquello era una demostración irrefutable de que un gran edificio no necesitaba muros gruesos con ventanas minúsculas y estribos macizos. A condición de que el peso se hallara distribuido con precisión exacta sobre un armazón capaz de soportar peso, el resto de la construcción podía ser un trabajo ligero en piedra, cristal o, incluso, un espacio vacío. Jack se sentía hechizado. Era casi como enamorarse. Euclides había sido una revelación, pero eso era algo más que una revelación, porque también era bello. Jack había tenido visiones de una iglesia como aquella y, en esos momentos, la estaba contemplando en la realidad, tocándola, en pie debajo de su bóveda que parecía alcanzar el cielo.

Dio vuelta al extremo oriental, el ábside, mirando el abovedado de la nave doble. Los nervios se arqueaban sobre su cabeza semejantes a las ramas en un bosque de árboles de piedra perfectos. Allí, al igual que en el nartex, el relleno entre los nervios del techo consistía en piedra cortada unida con argamasa en lugar de la utilización más fácil, aunque más pesada, de argamasa y mampuesto. El muro exterior de la nave tenía parejas de grandes ventanas con la parte superior en ojiva, acoplándose así a los arcos ojivales. Aquella arquitectura revolucionaria hallaba un complemento perfecto en los ventanales de vidrieras de colores. Jack jamás había visto en Inglaterra cristales de color, si bien en Francia los encontró con frecuencia. Sin embargo, en las ventanas pequeñas de las iglesias al viejo estilo, no adquirían toda su belleza. Allí, el efecto del sol matinal derramándose a través de ventanas con muchos y prodigiosos colores, era algo más que hermoso. Era como un encantamiento.

Como la iglesia era redondeada, las naves laterales se curvaban alrededor de ella para encontrarse en el extremo oriental, formando una galería circular o pasarela. Jack recorrió todo aquel semicírculo y luego, dando media vuelta, volvió al punto de partida todavía maravillado.

Y entonces vio a una mujer.

La reconoció. Ella sonrió. Jack sintió que se le paraba el corazón.

Aliena se protegió los ojos con la mano. La luz del sol que entraba por las ventanas del extremo oriental de la iglesia la cegaba. Semejante a una visión, avanzaba hacia ella una figura saliendo del centelleo de la luz del sol coloreada. Parecía como si su pelo estuviera ardiendo. Se acercó más. Era Jack.

Aliena creyó desmayarse.

Se acercó y se paró delante de ella. Estaba delgado, terriblemente delgado, pero en sus ojos brillaba una emoción intensa. Por un instante, se miraron en silencio. Cuando Jack habló al fin, su voz era ronca.

¿Eres realmente tú?

Sí respondió Aliena apenas en un susurro. Soy yo misma.

La tensión fue excesiva y rompió a llorar. Jack la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza contra sí. Entre ellos estaba el niño que Aliena llevaba en brazos.

Vamos, vamos le dijo dándole unas palmaditas en la espalda como si fuera una chiquilla.

Se apoyó contra él, respirando su polvoriento olor familiar, escuchando su entrañable voz mientras la tranquilizaba y dejando que sus lágrimas cayeran sobre su huesudo hombro.

¿Qué estás haciendo aquí? preguntó Jack mirándola a la cara.

Buscándote contestó Aliena.

¿Buscándome? repitió él incrédulo. ¿Entonces? ¿Y cómo me has encontrado?

Aliena se limpió sus ojos y sorbió.

Te he seguido.

¿De qué manera?

Preguntaba a las gentes si te habían visto. Sobre todo a albañiles, pero también a algunos monjes y posaderos.

Jack abrió los ojos asombrado.

¿Quieres decir que has estado en España?

Ella asintió.

Compostela y luego Salamanca. Finalmente Toledo.

¿Cuánto hace que estás viajando?

Las tres cuartas partes de un año.

Pero ¿por qué?

Porque te quiero.

Jack parecía confundido. Se le saltaron las lágrimas.

Yo también te quiero musitó.

¿De veras? ¿Me quieres todavía?

Sí, sí.

Aliena estaba convencida de que lo decía de corazón. Levantó la cara. Jack se inclinó por encima del bebé y la besó suavemente. El roce de sus labios la hizo sentir una especie de vértigo.

El niño rompió a llorar.

Aliena interrumpió el beso y lo meció un poco. En seguida se tranquilizó.

¿Cómo se llama el bebé? preguntó Jack.

Todavía no le he puesto nombre.

¿Por qué no? Debe de tener ya un año.

Quería consultarlo antes contigo.

¿Conmigo? Se extrañó Jack. ¿Y qué hay de Alfred? Es el padre quien dejó la frase sin terminar. ¿Acaso es? ¿Acaso es mío?

Míralo se limitó a decir Aliena.

Pelo rojo Debe de haber pasado un año y tres cuartos desde

Aliena hizo un ademán de asentimiento.

¡Dios mío! exclamó Jack desconcertado. ¡Mi hijo!

Tragó saliva.

Aliena observaba ansiosa su cara mientras él trataba de asimilar la noticia. ¿Debía considerar aquello como el fin de su juventud y su libertad? Su expresión se hizo solemne. Habitualmente un hombre tiene nueve meses por delante para habituarse a la idea de ser padre.

Pero él se veía en la circunstancia de tener que asumirlo de inmediato. Miró de nuevo al bebé y por fin sonrió.

Nuestro hijo dijo. Estoy muy contento.

Aliena suspiró complacida. Al fin todo estaba saliendo bien.

A Jack se le ocurrió algo más.

¿Y qué me dices de Alfred? ¿Sabe que?

Claro. Sólo tenía que mirar al niño. Además parecía incómoda. Además tu madre maldijo el matrimonio y Alfred no fue nunca capaz de ya sabes, de hacer algo.

Jack rio con dureza.

Eso sí que es verdadera justicia declaró.

A Aliena no le gustó la fruición con que lo dijo.

Para mí resultó muy duro aseguró con tono de leve reproche.

Jack cambió en seguida de expresión.

Lo siento se disculpó. ¿Qué hizo Alfred?

Cuando vio al niño me echó de la casa.

Jack parecía furioso.

¿Te hizo daño?

No.

De todas maneras es un cerdo.

Me alegro de que me echara. Debido a eso salí en tu busca. Y ahora te he encontrado. Soy tan feliz que no sé qué hacer.

Fuiste muy valiente elogió Jack. Aún no puedo creerlo. ¡Me seguiste a todo lo largo del camino!

¡Volvería a hacerlo! afirmó Aliena con fervor.

Jack la besó otra vez.

Si insistís en comportaros de manera impúdica en la iglesia permaneced en la nave, por favor dijo una voz en francés.

Era un monje joven.

Lo siento, padre contestó Jack al tiempo que cogía a Aliena por el brazo.

Bajaron los escalones y atravesaron la parte sur del crucero.

Fui monje durante un tiempo Sé lo duro que es para ellos ver besándose a unos amantes felices.

Amantes felices, se dijo Aliena. Eso es lo que nosotros somos.

Caminaron a lo largo de la iglesia y salieron a la ajetreada plaza del mercado. Aliena apenas podía creer que se encontrara allí en pie, al sol, con Jack a su lado. Era tal su felicidad que le era difícil soportarla.

Bien dijo Jack. ¿Qué podemos hacer?

No lo sé repuso ella sonriente.

Pues vayamos a buscar una hogaza de pan y una botella de vino y nos iremos al campo a almorzar.

Parece el paraíso.

Fueron al panadero y al bodeguero y luego compraron un gran trozo de queso a una lechera del mercado. En menos que canta un gallo salieron cabalgando de la aldea en dirección a los campos.

Aliena no apartaba la mirada de Jack para asegurarse de que en realidad estaba allí, cabalgando junto a ella, respirando y sonriendo.

¿Cómo se las arregla Alfred en el enclave de la construcción? preguntó Jack.

No te lo he dicho, claro. Aliena había olvidado todo el tiempo que Jack había estado fuera. Se produjo un terrible desastre. El tejado se vino abajo.

¿Cómo?

La fuerza de la exclamación sobresaltó al caballo de Jack, que dio una ligera espantada. Su amo lo calmó.

¿Cómo ocurrió eso?

Nadie lo sabe. Para el domingo de Pentecostés tuvieron abovedados tres intercolumnios, y luego todo se derrumbó durante el oficio. Fue espantoso Murieron setenta y cinco personas.

Es terrible. Jack se sentía impresionado. ¿Cómo lo tomó el prior Philip?

Muy mal. Ha renunciado a construir. Parece haber perdido toda energía. Ahora no hace nada.

A Jack le resultaba difícil imaginarse a Philip en semejante estado. Siempre se había mostrado rebosante de entusiasmo y decisión.

¿Entonces qué ha pasado con los artesanos?

Todos fueron yéndose. Alfred ahora vive en Shiring y construye casas.

Kingsbridge debe de estar medio vacío.

Está volviendo a ser lo que era, una aldea.

Me pregunto qué fue lo que Alfred hizo mal dijo Jack casi para sí. Esa bóveda en piedra jamás figuró en los planos originales de Tom. Pero Alfred hizo más grandes los contrafuertes para que soportaran el peso, de manera que debía de estar bien.

Aquella noticia le había entristecido, así que cabalgaron en silencio. A una milla más o menos de Saint-Denis ataron sus caballos a la sombra de un olmo y se sentaron a la vereda de un verde trigal, junto a un pequeño arroyo, para comer. Jack tomó un trago de vino y chasqueó los labios.

En Inglaterra no hay nada semejante al vino francés comentó.

Partió la hogaza y dio un trozo a Aliena.

Ella se desabrochó tímidamente la pechera de encaje de su vestido y dio el pecho al bebé. Al darse cuenta de que Jack la miraba se ruborizó. Carraspeó para aclararse la garganta y habló para ocultar su incomodidad.

¿Sabes ya qué nombre te gustaría ponerle? preguntó para disimular su turbación. ¿Tal vez Jack?

No sé parecía pensativo. Jack fue el padre que nunca conocí. Acaso fuera un mal presagio dar a nuestro hijo el mismo nombre. Quien ha estado más cerca de ser un verdadero padre ha sido Tom Builder.

¿Te gustaría que se llamase Tom?

Creo que sí.

Tom era un hombre tan grande. ¿Qué te parece Tommy?

Que sea Tommy aceptó Jack.

Indiferente a la trascendencia de aquel momento, Tommy se había quedado dormido después de tomar su ración. Aliena lo dejó sobre el suelo con un pañuelo doblado a modo de almohada. Luego, miró a Jack. Se sentía incómoda. Ansiaba que le hiciera el amor, allí mismo, sobre la hierba, pero estaba segura de que Jack se escandalizaría si se lo pidiera, de modo que se limitó a mirarlo y a esperar.

Si te digo una cosa prométeme que no tendrás mala opinión de mí dijo Jack. Desde que te he visto, apenas puedo pensar en otra cosa que en tu cuerpo desnudo debajo del vestido confesó con voz turbada.





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