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Capítulo Dieciséis 65




Ellen se hundió todavía más y Jack perdió contacto.

Encontró el agujero y se introdujo por él. Casi de inmediato, sus pies tocaron agua. Cuando hubo alcanzado el fondo del túnel y se puso en pie, sus hombros aún seguían en la celda. Antes de seguir descendiendo, alcanzó la piedra y la colocó de nuevo en su sitio, regocijándose perversamente con el desconcierto de los monjes cuando encontraran la celda vacía.

El agua estaba fría. Respiró hondo y, tumbándose boca abajo, nadó contra corriente. Imprimía la mayor rapidez posible. Mientras avanzaba, iba imaginándose las edificaciones sobre su cabeza. Estaba pasando por debajo del pasadizo; luego, del refectorio, la cocina y el horno. No estaba lejos; pero parecía que aquello no iba a acabar nunca. Intentó salir a la superficie pero dio con la cabeza en la parte superior del túnel. Sintió pánico; sin embargo, recordó lo que le había dicho su madre. Ya estaba casi allí. Al cabo de unos momentos, vio luz delante de él. Había despuntado el alba mientras hablaban en la celda. Se arrastró hasta tener la luz encima de él. Entonces se puso en pie, y aspiró grandes bocanadas de aire fresco. Una vez recobrado el aliento salió de la zanja.

Su madre se había cambiado de ropa. Llevaba ya un vestido seco y limpio, y estaba retorciendo y escurriendo el mojado. También había llevado ropa seca para él. Allí en la orilla, en aseado montón, estaba la indumentaria que no había llevado durante medio año. Una camisa de lino, una túnica verde de lana y botas de piel. Su madre se volvió de espaldas y Jack se despojó del pesado hábito monacal y también de las sandalias, y se puso su propia ropa.

Arrojó a la zanja el hábito de monje. No pensaba volver a llevarlo jamás.

¿Qué harás ahora? le preguntó su madre.

Ir a ver a Aliena.

¿Ahora mismo? Es muy pronto.

No puedo esperar.

Ellen asintió.

Sí, cariño. Está sufriendo mucho.

Jack se inclinó para besarla. Luego, la abrazó impulsivo apretándole contra sí.

Me sacaste de la prisión dijo, y luego se echó a reír. ¡Qué madre tengo!

Ellen sonrió pero sus ojos se hallaban húmedos.

Jack le dio otro abrazo de despedida y se alejó.

Pese a ser ya completamente de día, no había nadie por allí. Como era domingo y la gente no trabajaba, aprovechaban la ocasión para seguir durmiendo después de la salida del sol. Jack no estaba seguro de si debería sentirse atemorizado ante la posibilidad de que le vieran. ¿Tenía derecho el prior Philip a perseguir a un novicio que se hubiera fugado y obligarle a regresar? Y en el caso de que tuviera ese derecho, ¿querría ejercerlo? Jack no lo sabía. Sin embargo Philip era la ley en Kingsbridge y Jack le había desafiado. Por lo tanto, era seguro que surgirían dificultades de algún tipo. Sin embargo Jack sólo pensaba en los momentos inmediatos.

Llegó a la pequeña casa de Aliena. Entonces se le ocurrió que acaso Richard se encontrara allí. Esperaba que no fuera así. Sin embargo nada podía hacer al respecto. Se acercó a la puerta y llamó suavemente con los nudillos.

Ladeó la cabeza a la escucha. Dentro no se oía ruido alguno.

Volvió a llamar más fuerte y esa vez pudo escuchar el ruido de la paja al moverse alguien.

¡Aliena! susurró con fuerza.

¿Sí? respondió una voz asustada.

¡Abre la puerta!

¿Quién es?

Soy Jack.

¡Jack!

Hubo una pausa. Jack esperó.

Aliena cerró los ojos desesperada y se dejó caer contra la puerta descansando la mejilla sobre la tosca madera. No es posible que sea Jack, se dijo. Hoy no, ahora no.

Le llegó de nuevo su voz, un susurro bajo, apremiante.

Por favor, Aliena, abre la puerta. ¡Deprisa! ¡Si me cogen me volverán a meter en la celda!

Aliena había oído que le tenían encerrado, pues la noticia corrió por toda la ciudad. Era evidente que se había escapado. Y había corrido junto a ella. El corazón empezó a latirle con fuerza. No podía fallarle.

Levantó la barra y abrió la puerta.

Tenía el rojo cabello aplastado por el agua como si se hubiera bañado. Vestía ropa corriente, no el hábito de monje. Sonrió como si verla fuera lo mejor que le hubiese pasado jamás.

Has estado llorando dijo Jack frunciendo el entrecejo.

¿Por qué has venido aquí?

Tenía que verte.

Voy a casarme hoy.

Lo sé. ¿Puedo entrar?

Aliena sabía que no estaría bien dejarle pasar. Pero pensó que al día siguiente sería la mujer de Alfred, así que tal vez fuera la última vez que pudiera hablar a solas con Jack. No me importa que esté mal, se dijo. Así que abrió más la puerta. Jack entró y ella volvió a colocar la barra.

Se quedaron en pie mirándose. Ahora Aliena se sentía incómoda.

Jack la miraba con desesperada ansia, como un hombre que, muerto de sed, viera una cascada.

No me mires así le pidió ella dando media vuelta.

No te cases con él dijo Jack.

Tengo que hacerlo.

Serás desgraciada.

Ya soy desgraciada ahora.

Mírame. ¡Por favor!

Aliena se volvió de cara a él y alzó los ojos.

Por favor, dime por qué lo haces le rogó.

¿Por qué habría de decírtelo?

Por la forma en que me besaste en el molino viejo.

Aliena bajó la mirada sintiendo que se ruborizaba intensamente.

Aquel día se había dejado llevar por sus impulsos y, desde entonces, siempre se había sentido avergonzada. Ahora Jack lo utilizaba contra ella. No dijo ni una palabra. No tenía defensa posible.

Desde entonces te mostraste fría siguió diciendo Jack.

Ella mantuvo la vista baja.

¡Éramos tan amigos! prosiguió él implacable. Todo aquel verano en tu cañada, junto a la cascada Mis historias Éramos felices. Allí te besé una vez. ¿Recuerdas?

Claro que lo recordaba, aún cuando llegó a convencerse a sí misma de que nunca había ocurrido. En aquel momento la enternecía la remembranza y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Y entonces hice que el molino te enfurtiera el tejido le recordó. ¡Estaba tan contento de poder ayudarte en tu negocio! Te emocionaste al verlo. Y entonces volvimos a besarnos. Pero no fue un simple beso como el primero. Esa vez fue apasionado.

¡Dios mío! Sí, lo fue, se dijo Aliena. Y volvió a ruborizarse.

Empezó a respirar más deprisa. Deseaba que Jack se callara; pero no lo hacía.

Nos abrazamos muy fuerte. Nos besamos durante mucho tiempo. Abriste la boca.

¡Cállate! gritó Aliena.

¿Por qué? dijo Jack cruel. ¿Qué había de malo en ello? ¿Por qué te volviste fría?

¡Porque estoy asustada! contestó ella sin pensarlo y luego rompió a llorar.

Se tapó la cara con las manos y sollozó. Un instante después sintió las manos de Jack en sus hombros convulsos. Permaneció inmóvil y, al cabo de un rato, él la rodeó con los brazos. Aliena se quitó las manos de la cara y lloró sobre su túnica verde.

Al cabo de un rato, ella abrazó la cintura de Jack.

Él descansó la mejilla sobre el pelo de Aliena, aquel pelo feo, corto, informe que todavía no le había crecido desde el incendio, y le frotó la espalda como si fuera un bebé. A Aliena le hubiera gustado seguir así toda la vida. Pero Jack la apartó para poder mirarla.

¿Por qué te asusta tanto? le preguntó.

Aliena lo sabía pero no podía decírselo. Negó con la cabeza al tiempo que daba un paso atrás. Pero Jack la sujetó por las muñecas manteniéndola cerca.

Escucha, Aliena dijo. Quiero que sepas lo terrible que ha sido todo esto para mí. Al principio parecía que me amabas; luego, dio la impresión de que me aborrecías, y ahora te vas a casar con mi hermanastro. No lo entiendo. Yo no sé nada de estas cosas, nunca he estado enamorado antes. Y es todo tan doloroso. No encuentro palabras para expresar lo malo que es. ¿No crees que al menos deberías intentar explicarme por qué he de pasar por todo esto?

Aliena se sintió embargada por los remordimientos. Pensar que le había herido tan cruelmente cuando le quería tanto. Estaba avergonzada por la forma en que le había tratado. Jack sólo le había hecho cosas buenas y amables, y ella le había recompensado arruinando su vida. Tenía derecho a una explicación. Hizo acopio de fuerzas.

Hace mucho tiempo me pasó algo, Jack, algo realmente espantoso, algo que durante años he procurado olvidar. No quería volver a pensar jamás en ello. Pero, cuando me besaste de aquella manera, todo volvió de nuevo a mí y no pude soportarlo.

¿Qué fue? ¿Qué es lo que ocurrió?

Después de que mi padre fuera hecho preso vivimos en el castillo Richard, yo y un servidor llamado Matthew. Y una noche llegó William Hamleigh y nos arrojó de allí.

Jack entornó los ojos.

¿Y qué pasó?

Mataron al pobre Matthew.

Jack sabía que no le estaba diciendo toda la verdad.

¿Por qué?

¿Qué quieres decir?

¿Por qué mataron a tu servidor?

Porque intentaba detenerles.

Ahora ya las lágrimas le caían por la cara y sentía la garganta apretada cada vez que intentaba hablar. Movió la cabeza impotente e intentó dar media vuelta, pero Jack no la dejó ir.

¿Impedirles hacer qué? preguntó con voz tan suave como un beso.

De repente Aliena supo que podía decírselo y le salió todo con la rapidez de un torrente.

Me forzaron dijo. El escudero me sujetó y William se puso encima de mí, pero aún así yo no le dejaba, y entonces cortaron un trozo de la oreja a Richard y dijeron que le seguirían cortando trozos ahora ya sollozaba de alivio, agradecida hasta el infinito de poder al fin contarlo; miró a Jack a los ojos y dijo: Así que abrí las piernas y William me lo hizo mientras que su escudero obligaba a Richard a mirar.

Lo siento muchísimo musitó Jack. Oí rumores pero nunca pensé ¿Cómo fueron capaces de hacer eso, mi querida Aliena?

Aliena pensó que debía saberlo todo.

Y luego, una vez que William me lo hubo hecho, también lo hizo el escudero.

Jack cerró los ojos. Tenía el rostro lívido y tenso.

Y entonces, verás siguió diciendo Aliena, cuando tú y yo nos besamos, quise que tú lo hicieras y entonces me vino a la mente William y su escudero y me sentí tan mal, tan asustada que salí corriendo. Ese fue el motivo de que me mostrara tan arisca contigo y te hiciera desgraciado. Lo siento.

Te perdono musitó Jack.

La atrajo hacia sí y Aliena le dejó que la rodeara otra vez con sus brazos. Era tan consolador

Aliena le sintió estremecerse.

¿Te disgusto? le preguntó ansiosa.

Jack la miró.

Te adoro dijo, y bajando la cabeza la besó en la boca.

Aliena se quedó rígida. Eso no era lo que quería. Jack la apartó un poco y luego volvió a besarla. El roce de los labios de él sobre los suyos era muy suave. Sintió hacia él gratitud y cariño, se humedeció los labios, sólo un poco, y luego los dejó laxos, como un débil eco de un beso. Jack, alentado, volvió a apretar los labios contra los de ella. Aliena podía sentir su aliento cálido en la cara. Él abrió ligeramente la boca y entonces ella la apartó rápida.

¿Tan desagradable te parece? preguntó Jack dolido.

En verdad Aliena ya no estaba tan asustada como antes. Había revelado a Jack la espantosa realidad sobre sí misma, y él no se había apartado con repulsión. Por el contrario, se mostraba tan tierno y cariñoso como siempre. Levantó la cabeza y él volvió a besarla. Eso no la aterraba. No había nada amenazador, nada violento ni incontrolable, no había deseo de forzarla, ni odio ni dominación, todo lo contrario. Ese beso había sido un placer compartido. Los labios de Jack se entreabrieron y Aliena sintió la punta de su lengua. Volvió a ponerse tensa. Jack le hizo separar los labios. Ella se tranquilizó de nuevo. Él le mordisqueó suavemente el labio inferior.

Sintió un ligero vértigo.

¿Querrías volver a hacer lo de la última vez? le preguntó Jack.

¿Qué hice?

Te lo enseñaré. Abre la boca, sólo un poco.

Aliena hizo lo que le pedía y sintió de nuevo la lengua de él acariciándole los labios, introduciéndola entre sus dientes separados y tanteando en su boca hasta encontrar la suya. Aliena se apartó.

Así dijo Jack. Eso es lo que hiciste.

¿Yo?

Aliena estaba sobresaltada.

Sí. Jack sonrió y luego su expresión se hizo solemne. Si quisieras hacerlo otra vez, eso compensaría toda la tristeza de los últimos nueve meses.

Aliena volvió a levantar la cara cerrando los ojos. Al cabo de un instante, sintió la boca de él sobre la suya. Abrió los ojos, vaciló y después nerviosa, metió la lengua en la boca de él. Al hacerlo recordó cómo se sintió la última vez que lo hizo, en el molino viejo y se repitió aquella sensación de éxtasis. Se vio embargada por la necesidad de tenerle abrazado, de tocar su piel y su pelo, de sentir sus músculos y sus huesos, de estar dentro de él y tenerle dentro de ella. Sus lenguas se encontraron y, en lugar de sentirse incómoda y notar una leve repugnancia, estaba excitada al hacer algo tan íntimo como tocar con su lengua la de Jack.

Ahora ya ambos jadeaban. Él sostenía la cabeza de ella entre las manos y Aliena le acariciaba los brazos, la espalda y luego las caderas, sintiendo los músculos tensos y fuertes. El corazón le latía con fuerza.

Por último, ya sin aliento, rompió el beso.

Aliena lo miró. Tenía la cara enrojecida. Jadeaba y le brillaba en el rostro toda la fuerza de su deseo. Al cabo de un momento se inclinó de nuevo, pero en lugar de besarla en la boca le levantó la barbilla y besó la suave piel de la garganta. Ella misma escuchó su lamento de placer. Bajando aún más la cabeza, Jack rozó con los labios el nacimiento de su seno. A Aliena se le inflamaron los pezones debajo del tosco tejido de su camisón de lino al tiempo que los sentía insoportablemente tiernos. Los labios de Jack se cerraron sobre uno de ellos.

Aliena sintió en la piel su aliento abrasador.

Despacio murmuró temerosa.

Jack le besó el pezón a través del lino y a pesar de que lo hizo de la manera más suave posible, Aliena sintió una sensación de placer tan aguda que fue como si le hubiera mordido, y lanzó un leve grito entrecortado.

Y entonces Jack cayó de rodillas ante ella.

Apretó la cara contra su falda. Hasta aquel momento, toda la sensación la había experimentado en los senos; pero entonces, de repente, sintió el hormigueo en el pubis. Jack, cogiendo el borde de su camisón se lo levantó hasta la cintura. Ella le miraba temerosa de su reacción, ya que siempre se había sentido avergonzada de tener allí tanto vello. Pero a Jack no pareció repelerle. Por el contrario, se inclinó y la besó suavemente, precisamente allí, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.

Aliena cayó de rodillas frente a él. Ahora ya respiraba entrecortadamente, igual que si hubiese corrido una milla. Le necesitaba terriblemente. Sentía la garganta seca por el deseo. Puso las manos sobre las rodillas de él y luego deslizó una de ellas por debajo de su túnica.

Aliena jamás había tocado el pene de un hombre. Estaba caliente, seco y duro como un palo. Jack, cerrando los ojos, gimió hondo, con la garganta, mientras ella exploraba su miembro a todo lo largo con las yemas de los dedos. Finalmente, le levantó la túnica e, inclinándose, se lo besó al igual que él se lo había besado, con un suave roce de labios. Tenía la punta tensa como el parche de un tambor y un poco humedecida.

De repente se sintió poseída por el deseo de mostrarle los senos.

Se puso de nuevo de pie. Jack abrió los ojos. Sin dejar de mirarlo, se sacó rápidamente el camisón por la cabeza y lo arrojó lejos. Ya estaba completamente desnuda. Se sentía consciente de sí misma, pero era una sensación grata, como una indecente delicia. Jack se quedó mirándole los senos como hipnotizado.

Son muy bellos dijo.

¿Lo crees de veras? le preguntó ella. Siempre me pareció que eran demasiado grandes.

¿Demasiado grandes? repitió Jack como si la sugerencia fuese ofensiva. Alargando el brazo le tocó el seno izquierdo con la mano derecha. Se lo acarició suavemente con las yemas de los dedos. Aliena miraba hacia abajo observando lo que él hacía. Al cabo de un momento quiso que lo hiciera con más fuerza. Le cogió las manos y se las apretó contra sus senos.

¡Hazlo más fuerte! le dijo con voz enronquecida. Necesito sentirte más hondo.

Las palabras de ella le enardecieron. Le acarició vigorosamente los senos y luego, cogiéndole los pezones se los pellizcó con la fuerza suficiente para que sólo le dolieran un poco. Aquella sensación pareció enloquecerla. Se le quedó la mente en blanco, sintiéndose totalmente embargada por el contacto de sus dos cuerpos.

Quítate la ropa le pidió. Quiero mirarte.

Jack se despojó de la túnica y de la ropa interior, se quitó las botas y las calzas y se arrodilló de nuevo ante ella. El pelo rojo empezaba a secársele en forma de bucles indómitos. Tenía el cuerpo delgado y blanco, con hombros y caderas huesudos. Parecía nervioso y ágil, joven y lozano. El pene le sobresalía semejante a un árbol entre la fronda del vello rojizo. De repente Aliena sintió deseos de besarle el pecho. Inclinándose hacia delante rozó con los labios los lisos pezones masculinos. Se inflamaron al igual que los de ella. Los mordisqueó suavemente con el ansia de hacerle sentir el mismo placer que él le había producido. Jack le acarició el pelo.

Quería sentirlo dentro de ella. En seguida.

Aliena comprendió que Jack no estaba seguro de lo que había de hacer.

¿Eres virgen, Jack? le preguntó.

Él asintió sintiéndose algo estúpido.

Me alegro manifestó ella con fervor. Me alegro mucho.

Aliena, cogiéndole las manos se las puso entre las piernas. Tenía aquella parte inflamada y sensible y el roce de él fue electrizante.

Pálpame le dijo y Jack movió los dedos explorando. Pálpame dentro insistió Aliena.

Jack introdujo en ella un dedo vacilante. Estaba resbaladizo por el deseo.

Ahí dijo ella suspirando satisfecha. Ahí es donde tiene que ir.

Le soltó la mano y se tendió encima de la paja.

Jack se tumbó sobre ella, y apoyándose en un codo la besó en la boca. Aliena le sintió entrar un poco y luego detenerse.

¿Qué pasa? le preguntó.

Parece tan pequeño repuso Jack. Tengo miedo de hacerte daño.

Empuja más fuerte le dijo. Te deseo tanto que no me importa que duela.

Aliena le sintió empujar. Dolía más de lo que ella esperara, pero fue sólo un instante y luego se sintió maravillosamente colmada. Le miró. Él se retiró un poco y empujó de nuevo. Ella empujó a su vez.

Nunca pensé que fuera tan delicioso confesó Aliena maravillada.

Jack cerró los ojos como si fuera incapaz de resistir tanta felicidad.

Jack empezó a moverse rítmicamente. Los impulsos constantes producían a Aliena una sensación de placer en alguna parte del pubis. Se escuchó a sí misma dar pequeños gritos excitados cada vez que se juntaban sus cuerpos. Él se bajó hasta tocar con su pecho los pezones de ella, pudiendo sentir Aliena su ardiente aliento. Hundió los dedos en la fuerte espalda de él. Su jadeo regular se transformó en gritos. De repente sintió la necesidad de besarle. Hundiendo las manos en los bucles de él atrajo su cabeza hacia ella. Le besó con fuerza en los labios y luego, metiéndole la lengua en la boca empezó a moverse cada vez más deprisa. Tenerle a él dentro de ella al tiempo que su lengua estaba en la boca de él, la hizo casi enloquecer de placer.

Sintió que la sacudía un espasmo inmenso de gozo, tan violento como si cayera de un caballo y se golpeara contra el suelo. Gritó con fuerza. Abrió los ojos y mirándose en los de él pronunció su nombre. Entonces la invadió otra oleada y luego otra. Sintió también convulso el cuerpo de él, al tiempo que dentro de ella se derramaba un chorro cálido que la enardeció aún más haciéndola estremecerse de placer una y otra vez hasta que, por último, la sensación pareció empezar a desvanecerse y se fue quedando desmadejada y quieta.

Se encontraba demasiado exhausta para hablar o moverse pero sentía sobre ella el peso de Jack, sus huesudas caderas contra las suyas, su pecho liso aplastando sus suaves senos, su boca junto a su oído y los dedos enredados en su pelo. Parte de su mente pensaba de un modo vago: esto es lo que pasa entre hombre y mujer, este es el motivo que trae tan excitada a la gente, y también la razón de que marido y esposa se quieran tanto.

La respiración de Jack se hizo más leve y regular, y su cuerpo se relajó hasta quedar completamente laxo. Estaba dormido.

Aliena, volviendo la cabeza le besó en la cara. No pesaba demasiado. Ansiaba que siguiera así para siempre, dormido sobre ella.

Aquella idea le hizo recordar. Era el día de su boda.

¡Santo Dios!, pensó, ¿qué he hecho?

Rompió a llorar.

Al cabo de un momento Jack se despertó.

Besó con ternura las lágrimas que le caían por las mejillas.

Quisiera casarme contigo, Jack dijo Aliena.

Entonces eso es lo que haremos afirmó él con tono de profunda satisfacción.

No la había comprendido, eso sólo servía para empeorar las cosas.

Sin embargo, no podemos.

Pero después de esto

Lo sé

Después de esto tienes que casarte conmigo.

No podemos casarnos repitió ella. He perdido todo mi dinero y tú no tienes nada.

Jack se incorporó, apoyándose en los codos.

Tengo mis manos dijo con orgullo. Soy el mejor tallista en piedra en muchas millas a la redonda.

Te despidieron

Eso carece de importancia. Puedo encontrar trabajo en cualquier construcción del mundo.

Aliena movió la cabeza desolada.

No es suficiente. Tengo que pensar en Richard.

¿Por qué? exclamó Jack indignado. ¿Qué tiene que ver todo esto con Richard? Puede cuidar de sí mismo.

De repente Jack pareció pueril, y Aliena comprendió la diferencia de edad. Era cinco años menor que ella y todavía seguía pensando que tenía derecho a ser feliz.

Juré a mi padre, cuando se estaba muriendo, que cuidaría de Richard hasta que llegara a ser conde de Shiring explicó.

¡Pero puede ser que eso no ocurra nunca!

Un juramento es un juramento.

Jack parecía estupefacto. Rodó apartándose de ella. Salió de ella su pene laxo haciéndola experimentar una dolorosa sensación de pérdida. Jamás volveré a sentirlo dentro de mí, pensó desconsolada.

Es imposible que creas tal cosa dijo él. ¡Un juramento sólo son palabras! No es nada en comparación con esto. Esto es real, esto somos tú y yo.

Le miró los senos. Luego, alargando el brazo le acarició el vello rizado entre las piernas. Era tan penetrante que Aliena sintió su tacto como una descarga. Jack la vio sobresaltarse y quedó quieto. Por un instante, Aliena estuvo a punto de decir: Sí, muy bien, huyamos juntos ahora, y acaso lo habría hecho si hubiera seguido acariciándola de aquella manera. Pero recuperó la sensatez.

Voy a casarme con Alfred.

No seas ridícula.

Es la única solución.

Jack se quedó mirándola.

No me es posible creerte dijo.

Es verdad.

No soy capaz de renunciar a ti. No puedo. No puedo.

Se le quebró la voz y ahogó un sollozo.

¿De qué serviría que quebrantara un juramento hecho a mi padre para prestar otro juramento de matrimonio contigo? Si rompo el primero, el segundo carece de valor.

No me importa. No quiero tus juramentos. Sólo quiero que estemos toda la vida juntos y hagamos el amor siempre que queramos.

Es el punto de vista del matrimonio de un muchacho de dieciocho años, pensó Aliena, pero no lo dijo. Se hubiera sentido muy contenta de aceptarlo de haber sido libre.

No puedo hacer lo que quiera declaró con tristeza. No es mi destino.

Lo que estás haciendo está mal le aseguró Jack. Quiero decir que es malvado. Renunciar a la felicidad es como arrojar piedras preciosas al océano. Es mucho peor que cualquier pecado.

Aliena se sobresaltó al caer en la cuenta de que su madre hubiera estado de acuerdo con aquello. Ignoraba cómo lo sabía. Apartó la idea de su cabeza.

Jamás podría sentirme feliz, ni siquiera contigo, si hubiera de vivir con la certeza de haber roto la promesa que hice a mi padre.

Te importan más tu padre y tu hermano que yo se quejó Jack con un leve tono acusador por vez primera.





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