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Capítulo Dieciséis 59




Jack se volvió para hacer cara a Alfred. Estaba acorralado. Por un instante quedó paralizado por el pánico. Pero luego el miedo dio paso a la furia. Poco me importa que me mate, se dijo, siempre que pueda hacer sangrar a Alfred antes de morir. No esperó a que este le golpeara sino que, con la cabeza baja cargó contra él. Estaba tan fuera de sí que ni siquiera utilizó los puños. Se lanzó contra su adversario con la fuerza de un toro.

Era lo último que Alfred esperaba. La frente de Jack golpeó contra su boca. Jack era dos o tres pulgadas más bajo que él y mucho más delgado. Pese a ello, su ataque hizo retroceder a Alfred. Al recuperar Jack el equilibrio pudo ver la boca ensangrentada de Alfred y se sintió satisfecho.

Por un instante, Alfred quedó demasiado sorprendido para reaccionar con rapidez. En ese preciso momento la mirada de Jack se detuvo en un gran macho de madera que se encontraba sobre un banco. Al recuperarse Alfred y precipitarse sobre Jack, este levantó el martillo haciéndolo girar a ciegas. Alfred lo esquivó retrocediendo y el martillo no le alcanzó. De repente, era Jack quien tenía ventaja.

Envalentonado persiguió a Alfred, percibiendo ya la sensación de la sólida madera rompiendo los huesos de su hermanastro. Esa vez descargó el golpe con todas sus fuerzas. De nuevo fue esquivado; pero lo recibió la viga que sostenía el tejado de la vivienda. No era una construcción demasiado sólida. Allí nadie vivía. Sólo servía para que las carpinteros trabajaran en ella cuando llovía. Al ser golpeada con el martillo, la viga se movió. Las paredes eran unas endebles vallas hechas con ramitas entretejidas que no prestaban el menor apoyo. El tejado de barda cedió. Alfred miró hacia arriba asustado. Jack sopesó el martillo. Alfred se echó atrás y, al tropezar con un montoncillo de madera, cayó pesadamente y quedó sentado. Jack levantó mucho el martillo para el golpe de gracia. Alguien le sujetó con fuerza los brazos. Miró alrededor y vio al prior Philip con expresión tormentosa. El monje arrancó el martillo de las manos de Jack.

Se desplomó el techo de la vivienda detrás del prior. Jack y Philip se volvieron a mirar. Al caer sobre el fuego, la barda seca se prendió al instante y un momento después ardía con fuerza.

Apareció Tom y se dirigió a los tres trabajadores que tenía más cerca.

Tú, tú y tú, traed el tonel de agua que hay delante de la herrería. Se volvió hacia otros tres. Peter, Rolf, Daniel, id a buscar baldes. Y vosotros, aprendices, arrojad tierra sobre las llamas, todos vosotros. ¡Y deprisa!

Durante los minutos que siguieron, todo el mundo se mantuvo ocupado con el fuego, y Jack y Alfred quedaron aliviados. El primero se quitó del paso y permaneció allí mirando, aturdido e impotente. Alfred también seguía allí, en pie, a cierta distancia. Jack se preguntaba incrédulo si en realidad estuvo a punto de aplastar la cabeza de Alfred con un martillo. Todo aquello parecía irreal. Todavía seguía en un estado de ofuscado sobresalto cuando la combinación de la tierra y el agua extinguieron por completo las llamas. El prior Philip permanecía allí en pie mirando aquel desastre, con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo.

Mira eso dijo a Tom, muy enfadado. Una vivienda en ruinas. El trabajo de los carpinteros echado a perder. Desperdiciado un barril de cal y destruida toda una sección de la nueva albañilería.

Jack comprendió que Tom se encontraba en dificultades. Su trabajo consistía en mantener el orden en el enclave de la construcción, y Philip le culpaba por todo aquel desastre. El hecho de que los causantes fueran los hijos de Tom empeoraba las cosas.

Tom puso la mano sobre el brazo de Philip y habló con calma.

Nos ocuparemos de la vivienda dijo.

Pero Philip no estaba dispuesto a mostrarse magnánimo.

Yo me ocuparé de ella dijo con tono tajante. Soy el prior y todos vosotros trabajáis para mí.

Entonces, permitid que los albañiles deliberen antes de que vos toméis decisión alguna pidió Tom con un tono de voz tranquila y sensata. Es posible que os hagamos una proposición que encontréis razonable. De no ser así seguiréis siendo libre de hacer lo que queráis.

Philip se mostraba reacio a permitir que la iniciativa pasara a otras manos; pero la tradición estaba de parte de Tom. Los albañiles se castigaban a sí mismos.

Muy bien. Pero cualquiera que sea la decisión que toméis no estoy dispuesto a permitir que tus hijos trabajen aquí los dos. Uno de ellos tiene que irse dijo Philip al cabo de una pausa. Luego, se alejó todavía furioso.

Tom, después de mirar sombrío a Jack y a Alfred, dio media vuelta y se encaminó a la vivienda más grande de los albañiles. Jack comprendió, mientras seguía a Tom, que se encontraba en una situación grave. Cuando los albañiles imponían castigos a algunos de los suyos era casi siempre por delitos como embriaguez mientras trabajaban, robo de materiales de construcción Y tales castigos solían ser multas. Las peleas entre aprendices se resolvían, por lo general, poniendo en el cepo a ambos contendientes durante todo un día. Pero Alfred no era un aprendiz y, además, por lo general, las peleas no causaban tantos daños. La logia podía expulsar a un miembro que trabajara por menos de los salarios mínimos establecidos. También podía castigar a un miembro que cometiera adulterio con la mujer de otro albañil, pero Jack jamás tuvo noticia de nada semejante. En teoría se podía azotar a los aprendices, y aunque a veces se amenazaba con ese castigo, nunca vio que se hubiera puesto en práctica.

Los maestros albañiles abarrotaron la logia de madera, sentados en los bancos y recostados contra el muro posterior que, de hecho, era el lateral de la catedral.

Nuestro patrón está enfadado y con motivo. El incidente ha redundado en una gran cantidad de pérdidas costosas. Y lo que todavía es peor, ha hecho caer un baldón sobre nosotros, los albañiles. Hemos de tratar con firmeza a quienes lo provocaron. Es la única manera de que recuperemos nuestra buena reputación de constructores orgullosos y disciplinados, hombres dueños de sí mismos y también de su oficio dijo Tom una vez que todos estuvieron dentro.

Bien dicho aprobó Jack Blacksmith, y hubo un murmullo de asentimiento.

Yo sólo vi el final de la pelea dijo Tom. ¿Alguien la vio empezar?

Alfred fue por el muchacho dijo Peter Carpenter, el que aconsejó a Jack que fuera obediente y llevara a Alfred la cerveza.

Jack tiró cerveza a la cara de Alfred intervino un joven albañil de nombre Dan, que trabajaba para Alfred.

Pero él había provocado al chaval aseguró Peter. Alfred insultó al padre natural de Jack.

Tom miró a Alfred.

¿Lo hiciste?

Dije que su padre era un ladrón contestó Alfred. Y es verdad. Por eso le ahorcaron en Shiring. El sheriff Eustace me lo dijo ayer.

Es triste que un maestro artesano haya de morderse la lengua si a un aprendiz no le gusta lo que dice intervino Jack Blacksmith.

Se oyó un murmullo de aprobación. Jack se dio cuenta abatido de que, fuese como fuese, no iba a salirse de rositas de aquel embrollo. Tal vez esté condenado a convertirme en un criminal como mi padre, se dijo. Tal vez acabe también en la horca.

Pues yo digo que la cosa cambia cuando el artesano pretende adrede enfurecer al aprendiz insistió Peter Carpenter, que al parecer se erigía en defensor de Jack.

Aun así, hay que castigar al aprendiz afirmó Jack Blacksmith.

No lo niego respondió Peter. Sólo creo que el artesano también deberá recibir su merecido. Los maestros artesanos deberían hacer uso de la prudencia que le otorgan sus años para lograr la paz y la armonía en una construcción. Si provocan peleas, están faltando a su deber.

Aquello pareció despertar cierta aprobación; pero intervino de nuevo Dan, el partidario de Alfred.

Sería un principio arriesgado perdonar al aprendiz porque el artesano no se muestre amable. Los aprendices siempre creen que los maestros no son amables. Si empezáis a discutir en ese sentido, resultará que los maestros nunca hablarán a sus aprendices por temor a que estos les golpeen por mostrarse descorteses.

Aquella arenga fue acogida con mucho entusiasmo, ante el fastidio de Jack. Sólo servía para sostener que había de apoyarse sin recato la autoridad de los maestros, sin tener en cuenta lo justo o injusto del caso. Se preguntaba cuál podría ser su castigo. No tenía dinero para pagar una multa. Aborrecía la idea de que le metieran en el cepo. ¿Qué pensaría Aliena de él? Pero todavía sería peor que le azotaran.

Pensó que acuchillaría a cualquiera que lo intentara.

No debemos olvidar que nuestro patrón tiene también una idea muy firme sobre esto. Dice que no debemos tener trabajando a Alfred y a Jack en el mismo lugar. Uno de ellos habrá de irse dijo Tom.

¿No se le podría hacer cambiar de idea? preguntó Peter.

No respondió Tom al cabo de una pausa en la que permaneció pensativo.

Jack se mostró sobresaltado. No había tomado en serio el ultimátum del prior Philip. Pero, al parecer, Tom sí lo había hecho.

Si uno de ellos ha de irse, confío en que no habrá discusión acerca de quién ha de hacerlo planteó Dan.

Era uno de los albañiles que trabajaban para Alfred y no directamente para el priorato. Por tanto si Alfred se fuera, Dan con toda probabilidad habría de irse también.

Una vez más Tom pareció pensativo.

No, no habrá discusión dijo y luego, mirando a Jack, añadió: Jack deberá ser el que se vaya.

Jack comprendió que había calculado de manera desastrosa las consecuencias de la pelea. Apenas podía creer que fueran a echarle. ¿Qué sería de su vida si no trabajara en la catedral de Kingsbridge? Desde que Aliena se había retirado a su caparazón, lo único que le importaba era la catedral. ¿Cómo iba a abandonarla?

Es posible que el priorato acepte un compromiso. Podría suspenderse a Jack por un mes propuso Peter Carpenter.

Sí, por favor, suplicó Jack en su fuero interno.

Demasiado flojo alegó Tom. Tenemos que demostrar que actuamos con firmeza. El prior Philip no se contentará con menos.

Que así sea dijo Peter cediendo al fin. Pero esta catedral pierde al joven tallista de piedra de más talento que la mayoría de nosotros hemos conocido, y todo porque Alfred no ha podido tener cerrada su condenada boca.

Varios albañiles expresaron en voz alta el mismo sentimiento.

Alentado con ello, Peter siguió con su andanada.

A ti, Tom Builder, te respeto más de lo que nunca he respetado a cualquier otro maestro constructor para los que he trabajado; pero debo decir que sientes debilidad por esa cabeza dura de hijo tuyo.

Nada de improperios, por favor pidió Tom. Ajustémonos a los hechos del caso.

Muy bien convino Peter. Yo digo que debe castigarse a Alfred.

Estoy de acuerdo asintió Tom ante la sorpresa de todos. Alfred ha de sufrir castigo.

¿Por qué? preguntó este indignado. ¿Por pegar a un aprendiz?

No es tu aprendiz sino el mío respondió. E hiciste algo más que pegarle. Le perseguiste por todo el enclave. Si le hubieras dejado irse, no se habría caído la cal, el trabajo de albañilería no se hubiera venido abajo y la vivienda de los carpinteros no habría ardido. Y podrías haberle leído la cuartilla cuando hubiera vuelto. No había necesidad de que hicieras lo que hiciste.

Los albañiles se mostraron de acuerdo.

Dan, que parecía haberse convertido en portavoz, intervino.

Espero que no estarás proponiendo que expulsemos a Alfred de la logia. Yo, por mi parte, me opondré a ello.

No dijo Tom. Ya es bastante malo perder a un aprendiz de talento. No quiero perder también a un buen albañil con una cuadrilla excelente. Alfred tiene que quedarse, pero creo que habrá que multarle.

Los hombres de Alfred parecieron aliviados.

Una fuerte multa intervino Peter.

El salario de una semana propuso Dan.

El de un mes dijo Tom. Dudo que el prior se satisfaga con menos.

A favor exclamaron varios de los hombres.

¿Estamos todos de acuerdo sobre esto, hermanos albañiles?

A favor exclamaron todos.

Entonces comunicaré al prior nuestra decisión. Y a vosotros más os valdrá volver al trabajo.

Jack, desolado, vio cómo iban saliendo. Alfred le miró con farisaico triunfo. Tom esperó a que todo el mundo hubiera salido.

He hecho por ti cuanto he podido dijo a Jack. Espero que tu madre lo comprenderá así.

¡Tú jamás has hecho nada por mí! explotó Jack. No pudiste darme de comer, ni vestirme ni darme un techo. ¡Mi madre y yo éramos felices hasta que tú apareciste! ¡Y entonces empezamos a pasar hambre!

Pero al final

¡Jamás me protegiste de ese animal sin seso que llamas hijo!

Intenté

¡Ni siquiera hubieras tenido este trabajo si yo no hubiera prendido fuego a la vieja iglesia!

¿Qué has dicho?

Sí, yo prendí fuego a la vieja catedral.

Tom se quedó pálido.

Fue a causa del rayo

No hubo rayo alguno. Era una noche hermosa. Y tampoco nadie encendió fogata alguna en la iglesia. Yo prendí fuego al tejado.

Pero ¿por qué?

Para que pudieras tener trabajo. De lo contrario, mi madre habría muerto en el bosque.

No, no habría

Tu primera mujer murió, ¿no?

Tom se puso lívido. De repente pareció envejecer. Jack comprendió que había herido profundamente a Tom. Había salido triunfante de la discusión pero probablemente había perdido a un amigo. Se sintió agriado y triste.

Sal de aquí musitó Tom.

Jack se fue. Casi a punto de llorar, se alejó de los altivos muros de la catedral. Su vida había quedado arrasada en cuestión de momentos. Le resultaba increíble pensar que fuera a alejarse de aquella iglesia para siempre. Al llegar a la puerta del priorato se volvió a mirar. Había estado planeando tantas cosas. Quería esculpir él solo un pórtico entero, quería convencer a Tom para que hubiera ángeles de piedra en el presbiterio, tenía un dibujo innovador para los arcos ciegos en los cruceros, el cual no había mostrado todavía a nadie. Ahora ya no podría realizar ninguna de esas cosas. Era injusto. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Hizo todo el camino hasta su casa viéndolo todo entre brumas.

Madre y Martha se encontraban sentadas a la mesa de la cocina. Madre estaba enseñando a Martha a escribir con una piedra afilada y una pizarra. Quedaron sorprendidas al verlo.

No es posible que ya sea la hora del almuerzo dijo Martha.

Madre leyó en la cara de Jack.

¿Qué pasa? le preguntó inquieta.

He tenido una pelea con Alfred y me han expulsado de la construcción dijo ceñudo.

¿Expulsaron también a Alfred? preguntó Martha.

Jack negó con la cabeza.

¡Eso no es justo! exclamó la hermana.

¿Por qué os peleasteis esta vez? preguntó madre fastidiada.

¿Ahorcaron en Shiring a mi padre por ladrón? preguntó Jack.

Martha lanzó una exclamación entrecortada.

Madre parecía triste.

No era un ladrón dijo. Pero, sí. Lo colgaron en Shiring.

Jack estaba harto de aquellas declaraciones misteriosas sobre su padre.

¿Por qué no habrás de decirme nunca la verdad? se lamentó con tono salvaje.

¡Porque me da muchísima pena! exclamó.

Y, ante el horror de Jack, estalló en llanto.

Nunca la había visto llorar. ¡Siempre fue tan fuerte! También él estaba a punto de desmoronarse. Sin embargo se contuvo e insistió.

Si no era un ladrón, ¿por qué lo colgaron?

¡No lo sé! gritó ella. Jamás lo supe. Y él tampoco lo supo nunca. Dijeron que había robado una copa incrustada con piedras preciosas.

¿A quién?

De aquí, del Priorato de Kingsbridge.

¡Kingsbridge! ¿Le acusó el prior Philip?

No, no. Fue mucho antes de que llegara Philip miró a Jack a través de las lágrimas. No empieces a preguntarme quién le acusó y por qué. No entres en ese juego. Podrías pasar el resto de tu vida intentando enderezar un daño que se hizo antes de que tú nacieras. No te he criado para que tomaras venganza. No le hagas eso a tu vida.

Jack se juró a sí mismo que algún día averiguaría más cosas, pese a lo que su madre había dicho. Pero, por el momento, sólo quería que dejara de llorar. Se sentó junto a ella en el banco y la rodeó con el brazo.

Bien, ahora parece que la catedral ha salido de mi vida.

¿Qué harás, Jack? le preguntó Martha.

No lo sé. No puedo vivir en Kingsbridge, ¿verdad?

La muchacha estaba aturdida.

¿Y por qué no?

Alfred ha intentado matarme y Tom me ha expulsado de las obras. No voy a vivir con ellos. De cualquier manera, ya soy un hombre. He de separarme de mi madre.

¿Pero qué harás?

Jack se encogió de hombros.

Sólo conozco la construcción.

Puedes trabajar en otra iglesia.

Supongo que es posible que llegue a sentir por otra catedral el mismo cariño que le tengo a esta dijo desalentado al tiempo que pensaba: Pero jamás amaré a otra mujer como amo a Aliena.

¿Cómo es posible que Tom te haya hecho esto? dijo la madre.

Jack suspiró.

En realidad, no creo que quisiera hacerlo. El prior Philip dijo que no estaba dispuesto a permitir que Alfred y yo trabajáramos en el mismo lugar.

¡De manera que ese condenado monje está en el fondo de todo esto! exclamó la madre furiosa. ¡Juro que!

Estaba muy enfadado por todos los perjuicios que habíamos causado.

Me pregunto si no se le podría hacer entrar en razón.

¿Qué quieres decir?

Se supone que Dios es misericordioso Tal vez también deberían serlo los monjes.

¿Crees que he de ir a suplicar a Philip? preguntó Jack algo asombrado ante la dirección de las ideas de su madre.

Estaba pensando en que yo podría hablar con él dijo Ellen.

¿Tú?

Eso era todavía más extraño. Jack se sintió inquieto. Para que su madre estuviera dispuesta a suplicar clemencia a Philip, debía sentirse muy trastornada.

¿Qué te parece? le preguntó.

Jack recordó que, a juicio de Tom, Philip no se mostraría clemente. Pero, en aquel momento, la preocupación principal de su padrastro se había centrado en que la logia tomara una decisión definitiva. Como había prometido a Philip que se mostrarían firmes, no estaba entonces en situación de pedir clemencia. Pero la posición de madre era distinta. Jack empezó a sentirse algo más esperanzado. Tal vez no tuviera que irse, después de todo. Acaso podría quedarse en Kingsbridge, cerca de la catedral y de Aliena. Ya había dejado de esperar que ella pudiera amarle; no obstante, aborrecía la idea de tener que irse y no volver a verla jamás.

Muy bien aceptó. Vayamos a suplicar al prior Philip. No tenemos nada que perder salvo nuestro orgullo.

Madre se puso la capa y salieron juntos, dejando a Martha sola, sentada a la mesa y con aspecto inquieto.

Jack y su madre no solían caminar juntos y, en aquel momento, quedó asombrado al darse cuenta de lo pequeña que era. Él a su lado, parecía un gigante. De repente sintió un gran cariño por ella. Siempre estaba dispuesta a luchar como un gato en su defensa. La rodeó con el brazo apretándola contra sí. Ellen le sonrió como si supiera lo que estaba pensando.

Entraron en el recinto del priorato y se encaminaron hacia la casa del prior. Madre llamó a la puerta y a continuación entró. Tom estaba allí con el prior Philip. Por la expresión de sus rostros Jack supo al punto que Tom no le había dicho que había sido Jack quien prendió fuego a la catedral vieja. Eso ya era un alivio. Probablemente no se lo diría nunca. El secreto estaba a salvo. Tom pareció ansioso, incluso algo atemorizado, al ver a su mujer. Jack recordó lo que le había dicho: He hecho por ti cuanto he podido. Espero que tu madre lo comprenderá así. Sin duda recordaba que, a raíz de la última vez que Jack y Alfred se pelearon, madre dejó a Tom, el cual temía que en aquellos momentos ocurriera lo mismo.

A Jack le pareció que Philip ya no estaba enfadado. Tal vez la decisión de la logia le hubiera ablandado. Incluso daba la impresión de que se sentía un poco culpable por su dureza.

He venido aquí a pediros que os mostréis compasivo, prior Philip dijo madre.

Tom pareció sentirse al punto aliviado.

Os proponéis enviar a mi hijo lejos de cuanto ama. Su casa, su familia, su trabajo siguió diciendo madre.

Y la mujer a la que adora, pensó Jack.

¿De veras? Creí que sólo le habían despedido de su trabajo contestó Philip.

Nunca ha aprendido a hacer otro tipo de oficio que el de la construcción, y en Kingsbridge no hay otra obra de ese estilo que pueda hacer. Le ha penetrado en la sangre el desafío de esa gran iglesia. Iría allá donde alguien estuviera construyendo una catedral. Marcharía a Jerusalén si allí hubiera una piedra para ser esculpida con ángeles y demonios.

¿Cómo puede saber todo eso?, se preguntó Jack. Él mismo apenas había pensado en ello; sin embargo era la pura verdad. Ellen añadió:

Podría no volver a verlo jamás.

Al terminar de hablar, la voz de Ellen acusó un ligero temblor.

Y Jack pensó asombrado en lo mucho que debía quererle. Sabía muy bien que su madre jamás habría suplicado así de haberse tratado de ella.

Philip parecía comprenderla, pero intervino Tom.

No podemos tener trabajando en el mismo emplazamiento a Jack y a Alfred argumentó tozudo. Volverán a pelearse. Tú lo sabes.

Puede irse Alfred sugirió ella.

Tom parecía entristecido.

Alfred es mi hijo.

¡Pero tiene ya veinte años y es tan mezquino como un oso! a pesar de que la voz de su madre era firme, las lágrimas le rodaban por las mejillas. No le importa esta catedral más que a mí, sería felicísimo construyendo casas para carniceros o panaderos en Winchester o en Shiring.

La logia no puede expulsar a Alfred y retener a Jack razonó Tom. Además, ya se ha tomado la decisión.

¡Pero es una decisión equivocada!

Es posible que haya otra solución intervino Philip.

Todos se quedaron mirándolo.

Puede ser que exista otra manera de que Jack se quede en Kingsbridge, e incluso que se dedique a la catedral, sin el continuo temor de enfrentarse a Alfred.

Jack se preguntaba qué se le vendría encima. Era demasiado bueno para ser verdad.

Necesito a alguien que trabaje conmigo siguió diciendo Philip. Paso demasiado tiempo tomando decisiones de menor importancia sobre la construcción. Me hace falta una especie de ayudante que desempeñe el papel de oficial de las obras. Él se ocuparía de casi todo, dejándome a mí tan sólo las cuestiones más importantes. También administraría el dinero y las materias primas, ocupándose de los pagos a suministradores y carreteros, así como de los salarios. Jack sabe leer y escribir, y también sumar con más rapidez que nadie que yo haya conocido

Y conoce todos los aspectos de la construcción intervino Tom. Yo me he ocupado de que así fuera.

La mente de Jack giraba vertiginosa. ¡Después de todo podía quedarse! No estaría esculpiendo la piedra sino ocupándose de todo el proyecto en nombre de Philip. Era una proposición asombrosa. Se relacionaría con Tom en plan de igualdad. Sabía que era capaz de hacerlo. Y Tom también.

Sólo había un obstáculo y Jack lo expuso sin rebozo.

No puedo vivir con Alfred por más tiempo.

De cualquier manera ya es hora de que Alfred tenga casa propia. Tal vez si nos dejara se dedicaría con más ahínco a buscar una esposa intervino Ellen.

Siempre encuentras motivos para librarte de Alfred dijo enfadado Tom. ¡No voy a echar a mi hijo de casa!

Ninguno de vosotros me ha entendido declaró Philip. No habéis comprendido del todo mi proposición. Jack no vivirá con vosotros.

Hizo una pausa. Jack adivinó lo que se avecinaba y fue el último y mayor sobresalto del día.

Jack habrá de vivir aquí, en el priorato explicó el monje.

Se quedó mirándolos con el entrecejo levemente fruncido, como si no entendiera que aún no se hubiesen dado cuenta de lo que quería decir.

Jack le había comprendido muy bien. Recordó a su madre diciendo en la Noche de San Juan del año anterior: ese astuto prior tiene buena maña para salirse con la suya, a fin de cuentas. Madre tenía razón. Philip renovaba la proposición que hizo entonces. La oferta que se hacía a Jack era inflexible. Podía irse de Kingsbridge y abandonar cuanto amaba o quedarse y perder su libertad.

Claro que mi oficial de obras no puede ser un laico terminó diciendo con el tono de quien expresa algo evidente. Jack habrá de profesar.

Durante la noche anterior a la Feria del vellón de Kingsbridge, Philip permaneció levantado como de costumbre, después de los oficios sagrados de medianoche; pero, en lugar de leer y meditar en su casa, dio una vuelta por el recinto del priorato. Era una cálida noche estival con el cielo despejado. Había luna y podía ver sin necesidad de linterna.





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