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Esconde el gato, coronel. Los muchachos se lo roban para vendérselo al circo.




El coronel se dispuso a seguir al administrador.

No es un circo de fieras -dijo.

No importa - replicó el sirio -. Los maromeros comen gatos para no romperse los huesos.

Siguió al administrador a través de los bazares del puerto hasta la plaza. Allí lo sorprendió el turbulento clamor de la gallera. Alguien, al pasar, le dijo algo de su gallo. Sólo entonces recordó que era el día fijado para iniciar los entrenamientos.

Pasó de largo por la oficina de correos. Un momento después estaba sumergido en la turbulenta atmósfera de la gallera. Vio su gallo en el centro de la pista, solo, indefenso, las espuelas envueltas en trapos, con algo de miedo evidente en el temblor de las patas. El adversario era un gallo triste y ceniciento.

El coronel no experimentó ninguna emoción. Fue una sucesión de asaltos iguales. Una instantánea trabazón de plumas y patas y pescuezos en el centro de una alborotada ovación. Despedido contra las tablas de la barrera el adversario daba una vuelta sobre sí mismo y regresaba al asalto. Su gallo no atacó. Rechazó cada asalto y volvió a caer exactamente en el mismo sitio. Pero ahora sus patas no temblaban.

Germán saltó la barrera, lo levantó con las dos manos y lo mostró al público de las graderías. Hubo una frenética explosión de aplausos y gritos. El coronel notó la desproporción entre el entusiasmo de la ovación y la intensidad del espectáculo. Le pareció una farsa a la cual - voluntaria y conscientemente - se prestaban también los gallos.

Examinó la galería circular impulsado por una curiosidad un poco despreciativa. Una multitud exaltada se precipitó por las graderías hacia la pista. El coronel observó la confusión de rostros cálidos, ansiosos, terriblemente vivos. Era gente nueva. Toda la gente nueva del pueblo. Revivió -como en un presagio- un instante borrado en el horizonte de su memoria. Entonces saltó la barrera, se abrió paso a través de la multitud concentrada en el redondel y se enfrentó a los tranquilos ojos de Germán. Se miraron sin parpadear.

Buenas tardes, coronel.

 

El coronel le quitó el gallo ( ). Buenas tardes, murmuró ( - ). Y no dijo nada más porque lo estremeció la caliente y profunda palpitación del animal ( ). Pensó que nunca había tenido una cosa tan viva entre las manos ( ).

-Usted no estaba en la casa ( ) - dijo Germán, perplejo ().

Lo interrumpió una nueva ovación ( ). El coronel se sintió intimidado (). Volvió a abrirse paso ( = ), sin mirar a nadie, aturdido por los aplausos y los gritos ( ), y salió a la calle con el gallo bajo el brazo.

Todo el pueblo - la gente de abajo - salió a verlo pasar ( - - , ) seguido por los niños de la escuela ( ). Un negro gigantesco trepado en una mesa ( ) y con una culebra enrollada en el cuello ( ) vendía medicinas sin licencia en una esquina de la plaza ( ). De regreso del puerto un grupo numeroso se había detenido a escuchar su pregón ( ; pregonar - , ). Pero cuando pasó el coronel con el gallo la atención se desplazó hacia él ( ). Nunca había sido tan largo el camino de su casa ( ).

No se arrepintió ( ). Desde hacía mucho tiempo el pueblo yacía en una especie de sopor ( : - ), estragado por diez años de historia ( ; estragar , ). Esa tarde - otro viernes sin carta - la gente había despertado ( - - ). El coronel se acordó de otra época ( ). Se vio a sí mismo con su mujer y su hijo asistiendo bajo el paraguas a un espectáculo ( ) que no fue interrumpido a pesar de la lluvia ( ). Se acordó de los dirigentes de su partido ( ), escrupulosamente peinados ( ), abanicándose en el patio de su casa al compás de la música ( ). Revivió casi la dolorosa resonancia del bombo en sus intestinos ( ).

Cruzó por la calle paralela al río ( ) y también allí encontró la tumultuosa muchedumbre de los remotos domingos electorales ( ). Observaban el descargue del circo ( ). Desde el interior de una tienda ( ) una mujer gritó algo relacionado con el gallo ( - ). El siguió absorto ( ) hasta su casa, todavía oyendo voces dispersas ( ), como si lo persiguieran los desperdicios de la ovación de la gallera ( ()).

 

El coronel le quitó el gallo. Buenas tardes, murmuró. Y no dijo nada más porque lo estremeció la caliente y profunda palpitación del animal. Pensó que nunca había tenido una cosa tan viva entre las manos.





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